La Ética como mecanismo de ajuste económico. Doctrina Social de la Iglesia.

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

<Viene de>

3.1. Acercamiento al problema ético

La dimensión social del hombre se ha manifestado en dos esferas, la del Derecho y la de la Economía. Ambas son expresión de un conjunto de principios y valores sociales, de un ideario ético y moral, que articulado a través de la Política debería servir para conectar los intereses de los ciudadanos.

Hablar de Economía sin tener en cuenta esta dimensión humana de la sociedad es tanto como hablar de leyes que no tienen en cuenta a los seres humanos que se ven sometidos a ellas. El Derecho regula las actuaciones humanas, y de la misma forma, la Economía debería estudiar el modo en que éstas se desarrollan de forma connatural al ser humano.

La ideología es el motor de los sistemas económicos y jurídicos, por tanto, la ausencia de ideología se traducirá tarde o temprano en una debilidad del sistema y en una pérdida de coherencia de las instituciones con la sociedad.

La ciencia económica debe ser objetiva por propia definición de ciencia y aspirar a encontrar leyes universales, sin embargo, no puede ignorar que los intercambios y las elecciones de los agentes económicos responden a un todo humano más relacionado con la ética, la moral y la psicología que con la causalidad matemática que expresan los modelos marginalistas.

En este sentido la Doctrina Social de la Iglesia recoge toda la tradición de la cultura grecolatina en relación al como “deben ser” las actuaciones de las personas desde un punto de vista ético. A partir del Concilio Vaticano II, la Doctrina Social de la Iglesia viene reflejada en varias Cartas Encíclicas en las que se van dando respuesta a los diferentes problemas que afrontan los seres humanos según las épocas, además de analizar las consecuencias de las ideologías que van surgiendo y de las nuevas relaciones comerciales derivadas de la globalización  que condicionan las circunstancias económicas de la sociedad mundial.

La palabra ética proviene de la palabra griega “ethikos”, que significa ‘teoría de la vida’, y que a su vez proviene de “ethos”, que puede ser traducida como “punto de partida”, “aparecer”, “inclinación” y a partir de ahí, “personalidad”.

Partiendo de esta etimología que anuncia la ética como un principio para abordar la vida y cualquier tema en el que el individuo imprima su condición de ser humano, deberíamos iniciar el estudio de las relaciones económicas.

Existe un debate académico bien conocido en relación a la propia esencia de la empresa capitalista y de su capacidad para la implementación efectiva de las cuestiones éticas en sus estrategias y actuaciones.

La realidad empresarial muestra dos instituciones muy distintas desde el punto de vista ético, según se trate de grandes corporaciones o PYMES, que si bien constituyen dos escenarios bien diferenciados, tanto en uno como en otro caso, comparten un común denominador, el objetivo estratégico de maximización de los beneficios, lo que parece dejar en segundo plano la responsabilidad social de las empresas.

El análisis de la responsabilidad ética puede realizarse a tres niveles: sistema, organización e individuo; si bien dentro del marco de la Doctrina Social de la Iglesia, se concluye que la responsabilidad final recae en la persona, componente último del sistema y de la organización.

El abordaje de las cuestiones éticas en la empresa ha dado lugar al nacimiento de un objeto de estudio que ya ha adquirido el rango de disciplina académica: La Ética Empresarial, donde los avances logrados en el campo teórico no coinciden en absoluto con la actualidad ética de las empresas.

Podemos identificar dos realidades empresariales desde un punto de vista global de la economía internacional:

  1. La de las grandes corporaciones: conformada por un pequeño número, en proporción con el resto de organizaciones de producción. Son grandes grupos económicos que poseen privilegios debido a su hegemonía en el mercado,  influencia que les puede llevar a formar oligopolios y, en algunos casos, monopolios, burlando la protección a la competencia en los distintos marcos legales nacionales. Se trata de empresas, en su mayor parte multinacionales, con dominio en la producción y la comercialización. Paradójicamente, además de ser los “ganadores” del actual sistema son los que resultan más beneficiados por las políticas económicas de los estados, que persiguen los efectos multiplicadores que producen estas empresas en la economía nacional.
  2. La de un gran número de PYMES y microempresas con evidentes dificultades para mantenerse en el mercado, con desventajas notorias en aspectos clavestales como el acceso y el coste del crédito, cargas tributarias regresivas, falta de fomento efectivo al comercio exterior, etc. En realidad estas empresas  terminan con un fuerte grado de dependencia de los grandes grupos mencionados anteriormente, que pasan a ser sus principales clientes y proveedores.

Esta relación, en su doble vertiente, es completamente asimétrica:

  1. En su condición de clientes “indispensables”, los grandes grupos les imponen todo su poder económico, lo que se concreta en una reducción forzada del precio al que compran a las grandes corporaciones y en el atraso en los pagos para obtener ventajas financieras, lo que incluso puede llevar a las PYMES a situaciones de apalancamiento financiero negativo.
  2. En su condición de proveedores, las grandes corporaciones prestan servicios de carácter estratégico y dimensión pública con una fuerte barrera de entrada a los mercados debido al nivel de inversión asociado, y provocan aumentos de precios exorbitantes en un contexto de estabilidad monetaria si no hay una fuerte autoridad política que lo evite, lo que suele ocurrir en países en vías de desarrollo.

La brecha entre esas dos realidades ha alcanzado niveles insostenibles en el largo plazo, mientras muchos gobiernos nacionales por acción u omisión contribuyen a su acrecentamiento, utilizando como argumento más frecuente el de la seguridad jurídica, concepto éste que se esgrime solamente a la hora de defender grandes intereses y que demuestra la subordinación del poder político al poder económico. En este sentido Pablo VI nos dice: “Pero —lo hemos afirmado frecuentemente— el deber más importante de la justicia es el de permitir a cada país promover su propio desarrollo, dentro del marco de una cooperación exenta de todo espíritu de dominio, económico y político” ( Octogesima Adveniens 43)[1]

3.2 Responsabilidad Social vs. resultados económicos.

Desde el fundamentalismo liberal del mercado se toma como objetivo único y excluyente la maximización de los beneficios o del valor financiero de la firma, lo que en términos teóricos presupone un comportamiento determinado de las empresas.

Según Milton Friedman[2],“ En un sistema de libre empresa y de propiedad privada, un ejecutivo es el empleado de los dueños de la empresa. El tiene responsabilidad directa hacia sus empleadores. Esa responsabilidad implica conducir el negocio de acuerdo a sus deseos, que en general serán de hacer la mayor cantidad de dinero posible, teniendo en cuenta las reglas básicas de la sociedad, ya sea que estén reflejadas en el derecho o las prácticas éticas”.

Con esta afirmación Friedman convierte la dicotomía responsabilidad social versus resultados económicos en una equivalencia y, por tanto, desde este punto de vista la única responsabilidad de las empresas es maximizar sus beneficios.

Este razonamiento ha perdido sustentación teórica y práctica, dado que presenta dos inconsistencias:

a) En la teoría. Hoy en día desde el punto de vista de la ciencia económica se cuestiona seriamente el supuesto de comportamiento de maximización, ya que se basa en el presupuesto de que el empresario actúa como un homo economicus, esto es, un ser racional egoísta cuyas acciones están motivadas por intereses meramente personales.

El Premio Nóbel de Economía de 1988 Amartya Sen sostiene que: “El homo economicus no se define ni por el egoísmo ni por sus fines sino por la consistencia lógica de estos fines y el modo en que pretende alcanzarlos”[3]. La figura del egoísmo como principal motivador de las decisiones económicas deja paso a conceptos tales como el altruismo racional que explica el comportamiento racional de quien se interesa por los demás de manera sistemática.  Viene a colación la Carta del Apóstol Santiago que nos dice al respecto: “El egoísmo es la fuente de donde proceden tantas guerras y contiendas…. de las voluptuosidades de ustedes que luchan en sus miembros. Ustedes codician y no tienen”[4].

b) En la práctica: Si suponemos como reglas básicas de la sociedad la libertad y la igualdad de oportunidades, éstas no son posibles si no se verifica la regla básica del juego de mercado: La competencia.

La realidad económica mundial está regida por mercados imperfectos, no competitivos, y por la falta de una adecuada regulación, lo que provoca un progresivo deterioro de las condiciones sociales donde la concentración económica arrastra al desempleo y a la expulsión del mercado. En este marco la libertad es más retórica que real al quedar disociada de la equidad.

El determinismo del “homo economicus” que apuntala el paradigma neoliberal resulta a todas luces insuficiente para mantenerlo en pie frente a la prueba de fuego de las “imperfecciones” del mercado que la empresa privada no quiere solucionar, y el Estado no puede corregir. “ Al parecer algo esta haciendo tambalear los cimientos del capitalismo”, señala Lester Thurow[5].

El desarrollo económico debe tener como objetivo mejorar las condiciones en las que el ser humano se desenvuelve y no puede beneficiar a unos pocos a costa del perjuicio de muchos. En este sentido Pablo VI nos dice en su Carta Encíclica “Gaudium et Spes”[6], “La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común -esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección- se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano. Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana”, y por otro lado en “Populorum Progressio[7]:, «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Por ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».

3.3 La realidad empresarial global y la Ética.

La globalización de la economía ha sumergido a la actividad empresarial en un contexto de cambios vertiginosos que afecta a los aspectos más relevantes de su entidad: la propiedad y el gobierno, la internacionalización de los mercados actuales y potenciales, los cambios tecnológicos,  etc.

Respecto de los cambios en la propiedad de las empresas hay que distinguir entre las grandes y las pequeñas empresas.

En las grandes corporaciones, el capital está despersonalizado siendo fácilmente transmisibles las acciones o participaciones de capital, lo que se concreta, actualmente, en una era caracterizada por una continua ola de fusiones y adquisiciones, y por otro lado, de privatizaciones de empresas y servicios públicos justificadas por la supuesta mejor eficiencia económica del sector privado. En la mayor parte de los casos a todo este tipo de operaciones le siguen planes de regularización de plantilla, con lo que la reducción de costes en mano de obra son los que impulsan el aumento del beneficio a costa del deterioro económico de multitud de familias.

El “ethos” o credo de la organización sufre procesos de reformulación constante donde entran en juego múltiples factores ya sean culturales, económicos o psicológicos, pero fundamentalmente la continua entrada y salida en los Consejos de Administración y en la Dirección de la empresas de profesionales en función de los resultados económicos de los que son responsables, es la causante de esta falta de continuidad en los valores de la cultura empresarial de la gran corporación. El reposicionamiento empresarial lo realizan estrategas y directivos nuevos o con mandatos recién renovados que quieren empezar “con buen pie” para hacerse notar como valiosos en el seno de la empresa y mejorar su valoración como profesionales.

Esto origina una preocupante falta de definiciones concretas y estables en el tiempo sobre las políticas en las que la empresa se relaciona con su entorno de responsabilidad social: clientes, empleados, accionistas, proveedores, comunidad en general, medio ambiente, etc.. En la práctica, no se da la apertura de visión  que la ciencia de la Dirección Estratégica exige a los miembros de los Consejos de Administración hacia todos “los que apuestan” por la empresa: tanto los “stockholders” (accionistas) como los“stakeholders” (aquellos no accionistas pero que tienen una relación con la compañía).

En la gran corporación no se perciben mecanismos o procesos de control ético identificables institucionalmente.

La ausencia de una visión ética de la firma proyectada en el tiempo, remite automáticamente al objetivo cuantificable y demandado por los accionistas: la maximización de los beneficios. Esto genera lo que ha dado en llamarse “miopía de los ejecutivos” que tratan de salvar la gestión en las evaluaciones a corto plazo sin preocuparse en absoluto de las consecuencias económicas o de otra índole en el largo plazo.

Sería injusto negar la capacidad de responsabilidad moral de los directivos y estrategas de las empresas capitalistas, pero sin embargo, ésta se encuentra gravemente distorsionada por unas reglas del juego que muchas veces penalizan las actuaciones de carácter ético.

En las pequeñas empresas se integran en el mismo individuo la figura de la propiedad y del gobierno, lo que si bien impregna a la compañía de una dimensión mucho más humana y por tanto ética, ante determinadas condiciones de mercado, como una atroz y despiadada competencia, no queda margen para distraer la atención de los resultados. Tengamos en cuenta que en gran parte de las ocasiones el pequeño empresario realiza su actividad para mantener a su familia y generar una alternativa más ventajosa que la que ofrece el mercado de trabajo.

Llevando a últimos extremos la línea de pensamiento de Milton Friedman la responsabilidad social circunscrita exclusivamente a los beneficios se impone como una “ética de la supervivencia”, prevaleciendo arraigado un concepto propio del darwinismo social, la supervivencia del más apto[8].

Sirva como resumen de esta línea de pensamiento la famosa anáfora de John D. Rockefeller: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto… La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su hermosura y el perfume que nos encantan, si sacrificamos otros capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios. Es, meramente, el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”[9].

Más cercana en el tiempo y en el espacio, en el contexto español, la CEOE[10] señala “ … en ningún caso, se debe cuestionar la función principal de la empresa de crear riqueza y empleo, y en el carácter voluntario de las actuaciones de este tipo, frente a imposiciones o nuevas obligaciones directas o indirectas que a menudo se proponen desde diversos ámbitos”.

Por un lado somos conscientes de la crisis del dogma fundamentalista neoliberal que establece como prioridad en las organizaciones capitalistas la maximización de los beneficios, basándose en el presupuesto simplista del “homo economicus” neoliberal, frente a cualquier otra responsabilidad y por otro lado, reconocemos que en realidad seguimos adelante según el mismo principio, ya sea por la lucha por el posicionamiento de los directivos en las grandes empresas, o por la desesperación de los pequeños empresarios ante situaciones extremas, pero sobre todo, la causa última es la falta de una visión trascendente en el esquema económico.

3.4 El doble discurso de las grandes corporaciones respecto a su Responsabilidad Social.

Son frecuentes las noticias que recibimos a través de los “mass media” sobre los ingentes esfuerzos que realizan las grandes empresas para beneficiar a los grupos externos a ella con los que mantiene relaciones a través de su entorno. Utilizan normalmente tres formas de ayuda:

a)    En la comunidad: a través de obras filantrópicas, donaciones a escuelas, creación de fundaciones, colaboraciones con organizaciones no gubernamentales,  aportaciones a organizaciones sin ánimo de lucro, …

b)   Con las personas: brindando puestos de trabajo a discapacitados, aportaciones a planes de pensiones, ayudas a la formación, … y

c)    En el medio ambiente: fomento del uso de agentes no contaminantes,  adhesión a normas internacionales, inversión en energías alternativas, certificaciones de calidad medioambiental,….

Sin embargo, se observa como paradigma la discriminación internacional en la Responsabilidad Social Corporativa de las empresas (RSC). La mayoría de las multinacionales emplean distintas políticas de personal, ambientales y comerciales, en algunos casos casi opuestas, dependiendo de si operan en países del primer mundo o en países en vías de desarrollo. En términos prácticos, sería propio diferenciar entre la gestión de la Responsabilidad Social respecto al Primer Mundo, el Segundo Mundo y el Tercer Mundo, lo que lleva implícito un alto grado de hipocresía.

El objetivo último de estos “maquillajes morales” no tiene nada que ver con la ética, si no más bien con el marketing estratégico y particularmente con la imagen de marca y desde un punto de vista más pragmático, con aspectos más puntuales en relación a la opinión pública para seguir manteniendo el privilegio que tienen en el mercado, como pueden ser las concesiones administrativas o las ventajas fiscales según su aportación a la comunidad.

Jorge Etkin llama a está forma de hipocresía institucional, modelo perverso de organización, donde: “la cuestión pasa por la representación y el ejercicio que los dirigentes hacen del poder, instalando un cambio en lo aparente y manteniendo el control en lo profundo”[11].

A menudo vemos que las empresas se autoimponen exigencias éticas; sin embargo, en ocasiones, éstas revisten un carácter reactivo, esto es, mientras se habla de ética se persiguen otros objetivos. Al respecto, Josep Lozano[12] afirma: “ En definitiva lo que se reclama es más ética pero lo que se quiere es más control”. Cuando se impone esta voluntad perversa, los códigos de empresa y la propia cultura empresarial pierden todo su significado y se convierten en un código subliminal de manipulación de los miembros de la empresa. Si se formula la cuestión ética exclusivamente como una herramienta para minimizar o evitar el fraude, estamos banalizando su contenido, ya que cíclicamente se vuelve al objetivo de aumentar los beneficios por encima de cualquier otro tipo de responsabilidad.

Tradicionalmente se le asigna a la Ética el papel de reductora de los beneficios empresariales, sin embargo depende de la amplitud con la que utilicemos el  concepto que esta afirmación sea cierta. Si por beneficio empresarial entendemos las plusvalías que una institución económica genera para los grupos de interés con los que se relaciona, y no exclusivamente con su accionariado, la ética es un medio de creación de valor pues en la toma de decisiones siempre se tendrá en cuenta las consecuencias sobre terceros, beneficiando por tanto el bien común que supera con creces la rentabilidad del accionariado.

El análisis de la responsabilidad ética lo podemos analizar desde tres perspectivas:

a)    desde el sistema económico, que incluye a todas las organizaciones ya sean públicas o privadas y a todos los individuos en sus diversas perspectivas de consumidor y trabajador,

b)   desde la organización, analizando en cada caso a las distintas organizaciones empresariales, las consecuencias de su organización y las relaciones con su entorno, y

c)    desde el individuo, es decir, analizando la postura del empresario que ostenta el gobierno de la empresa, o de los Consejos de Administración, en que los Consejeros son responsables de la Estrategia empresarial.

En el sistema es donde percibimos la necesidad de enfrentar las graves formas de injusticia y marginación social, pero éstas en gran medida son originadas por las actuaciones de las empresas. Aún cuando hay quienes sostienen que la ética vive en una sociedad de organizaciones y no en una sociedad de individuos, cabría preguntarnos ¿Son estas organizaciones sujetos de asignación de responsabilidad en cuestiones de ética y moral?

Juan Pablo II en la Carta Encíclica “Reconciliatio et Paenitentia” nos aporta una sabia respuesta en este sentido: “Ahora bien la Iglesia cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos sociales, más o menos amplios, o hasta de naciones enteras, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad, de quien pudiendo hacer algo por evitar, eliminar, o, al menos, limitar determinados males, omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia, de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior. Por lo tanto las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una situación – como una institución, una estructura, una sociedad –no es, de suyo, sujeto de actos morales; por lo mismo no puede ser buena o mala en sí misma”[13].

El hombre es el ser ético y no la organización. Es el hombre de empresa, ya sea en su condición de propietario o de directivo, quien tiene la responsabilidad de exigir e implementar la dimensión ética en la empresa, que por mera dinámica de carácter transitivo se acabará trasladando al sistema económico.

No se trata de cuestiones fáciles de solucionar, sino de enfrentarse a constantes dilemas donde el norte debe ser siempre el bien común, entendido éste como el marco social de desarrollo total de la persona humana, “de todo el hombre y de todos los hombres” en palabras de la encíclica “Populorum Progressio[14].

Nadie está libre después de haber adoptado alguna decisión gerencial, de recordar lo dicho por San Pablo “Pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto[15].

“Tomar decisiones éticas es fácil cuando los hechos son claros y las opciones son blanco y negro. Pero distinto cuando la situación es ambigüa, la información que tenemos es incompleta, existen múltiples puntos de vista y responsabilidades cruzadas. En tales situaciones – que los managers viven a diario – las decisiones éticas dependen tanto del proceso de decisiones cuanto de la inteligencia e integridad de quien toma la decisión”  Kenneth Andrews[16]

En este sentido, la ética debe extenderse a todos los niveles de la organización, desde la perspectiva estratégica, que dirige la empresa hacia el largo plazo y establece los objetivos de futuro, como a la Dirección, que implementa los procesos que hacen posible la voluntad del estratega, para que en dicho contexto sea posible tomar la decisión ética adecuada por todos y cada uno de los miembros de la empresa.

Por ello, el compromiso debe comenzar desde arriba. Son la gerencia y la dirección quienes tienen la mayor responsabilidad en la creación de un clima ético en la organización. Sin embargo, incluso la ausencia absoluta de éste, no puede servir de excusa para la omisión de la ética en los estratos inferiores. Todos tenemos algo que aportar para hacer más ético nuestro ámbito de trabajo.

Según la Doctrina Social de la Iglesia, debemos considerar la responsabilidad del gobierno de la empresa como un don recibido de Dios: “para hacerlo fructificar, nos toca sembrar y recoger. Si no lo hacemos se nos quitará incluso lo que tenemos. ”[17]

Nos acercamos peligrosamente a la unificación del estereotipo del ejecutivo de empresa con el concepto de Hombre Light propuesto por Rojas[18] como:  “Un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo – consumismo – permisividad – relativismo. Todos ellos enhebrados por el materialismo”.

El individuo desposeído de un compromiso trascendente es simplemente una pieza más del engranaje de una sociedad deshumanizada que fomenta la huida de cualquier tipo de valor ético. Ante esta situación debemos enfrentar a los valores de la sociedad nihilista, los valores que impone la responsabilidad ética oponiendo la sinceridad a la hipocresía, la solidaridad al individualismo, el esfuerzo personal al hedonismo y  la generosidad al egoísmo.

A nivel individual, el hombre es absolutamente responsable desde un punto de vista ético y no puede caer en la trampa de la declamación a la que se recurre a nivel organizacional, ya que el compromiso es personal. Un gran peligro a tener en cuenta dentro de la vorágine empresarial, es el adormecimiento o la deformación de nuestra conciencia. Esto nos puede llevar a la construcción de una “ética a medida”.

“Somos responsables ante nuestra conciencia, testigo último de Dios. Pero también somos responsables de nuestra conciencia”[19].

No debemos caer en la tentación de tolerar socialmente a quienes se niegan a adoptar las conductas morales que nuestros tiempos exigen pues provocan la erosión de credibilidad en nuestra propia forma de actuar.

Las presiones extremas por obtener resultados de forma inmediata, generan una carga de tensión y/o agresividad que dependiendo de la actitud de la jerarquía, producen un efecto multiplicador dentro de la organización, y que por nuestra condición de seres sociales se traslada desde la organización a la sociedad entera.

La sociedad de nuestros tiempos vive dominada por el recelo y la desconfianza, motivada por las experiencias de despidos injustos, situaciones de explotación ante la que no hay defensa, acoso, … y todo tipo de dinámicas generadas por “la ley del más fuerte” en términos económicos.

La reacción en el individuo suele ser de defensa y diametralmente opuesta a lo que se espera de él, según el principio: “hoy les tocó a ellos, pero mañana, me puede tocar a mí”. En este contexto no se puede sembrar el sentimiento de pertenencia y solidaridad necesario para viabilizar la productividad y eficiencia en el largo plazo. El grado de cohesión interna constituye uno de los principales factores de poder de las organizaciones.

Las personas que disponen de un buen ambiente, educación y oportunidades constituyen mejores empleados, clientes y vecinos. Hombres sin proyectos personales trascendentes no pueden formar empresas con proyección en el tiempo.

El gran desafío es desarrollar nuestra inteligencia sin hacer concesiones a nuestra conciencia, para ir transformando las empresas donde trabajamos de escenarios de supervivencia en escenarios de convivencia.


3.5 Caritas in Veritate.

«Caritas in veritate» es la tercera encíclica del Sumo Pontífice Benedicto XVI. El 25 de enero de 2006 publicó su primera encíclica, sobre el tema de la caridad y del amor divino, titulada «Deus caritas est» («Dios es amor»). Su segunda encíclica fue lanzada en noviembre del 2007 con el título «Spe salvi» («Salvados por la esperanza»), en la que analiza sobre todo el pesimismo y el materialismo que sacude a los europeos. Esta tercera encíclica es la número 296 de la historia de la Iglesia Católica.

En las primeras páginas de esta Carta, Benedicto XVI retoma las temáticas sociales de la encíclica «Populorum progressio», escrita por Pablo VI en 1967 y firmada también el día de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo del mismo año. Por otro lado, «Caritas in veritate» conmemora también la encíclica social de Juan Pablo II, «Sollicitudo rei socialis», publicada en 1988 y en la que se abordaba el drama de la desigualdad y del desarrollo social. Se sitúa en la misma línea del magisterio marcada por León XIII en 1891, con la redacción de «Rerum Novarum» sobre el capital y el trabajo, continuada 40 años después con la «Quadragesimo Anno» de Pío XI y otros 30 años más tarde con la «Mater et Magistra» de Juan XXIII. El mismo Juan Pablo II escribió otras dos encíclicas sociales, además de la ya citada, conmemorando el centenario de «Rerum Novarum» con su «Centessimus Annus» en 1991. Benedicto XVI continúa claramente esa gran tradición, enmarcando la Doctrina social en los tiempos actuales.

A diferencia de sus anteriores encíclicas, redactadas de principio a fin por el propio pontífice, «Caritas in veritate» es fruto del trabajo de distintos obispos y cardenales expertos en temas de pobreza y desarrollo. Se especula que el viaje que realizó a África anteriormente, el continente más pobre del planeta, podría haberle ayudado a sacar conclusiones y a finalizar el documento.

Esta tercera encíclica, «Caritas in veritate» («La caridad en la verdad»), propone una nueva síntesis humanista que permita afrontar los retos de la globalización.

Explica cómo la caridad es el pilar sobre el que debe reedificarse la sociedad.

“La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf.Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.”[20]

Prosigue que “los aspectos de la crisis y sus soluciones, así como la posibilidad de un futuro nuevo desarrollo, están cada vez más interrelacionados, se implican recíprocamente, requieren nuevos esfuerzos de comprensión unitaria y una nueva síntesis humanista». Señala que la actual crisis económica «ha nacido de un déficit de ética en las estructuras económicas”.

El concepto que plantea de desarrollo supera las esferas económicas y tecnológicas para referirse a un todo humano, así indica que “no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desequilibrios”.

Hace especial énfasis en la dificultad que supondrá en el futuro el mantenimiento de la Justicia Social a nivel global,…“desde el punto de vista social, a los sistemas de protección y previsión, ya existentes en tiempos de Pablo VI en muchos países, les cuesta trabajo, y les costará todavía más en el futuro, lograr sus objetivos de verdadera justicia social dentro de un cuadro de fuerzas profundamente transformado”.

El Sumo Pontífice resalta al valor que supone la vida humana y hace notar el desprecio que de forma encubierta muestra nuestra sociedad global del S. XXI. Esto supone una de las peores formas de pobreza… “Uno de los aspectos más destacados del desarrollo actual es la importancia del tema del respeto a la vida, que en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. Es un aspecto que últimamente está asumiendo cada vez mayor relieve, obligándonos a ampliar el concepto de pobreza y de subdesarrollo a los problemas vinculados con la acogida de la vida, sobre todo donde ésta se ve impedida de diversas formas”.

La inversión de la pirámide poblacional en las economías del primer mundo, supone un gran peligro tanto desde la perspectiva moral, como desde la perspectiva económica. Los sistemas de Justicia Social tienen grandes dificultades debido a que no hay una masa trabajadora capaz de sostener a las generaciones que dependen de las prestaciones sociales. La familia y la concepción de nuevos hijos son valores en crisis que deberían ser estimulados por las autoridades, pues de ellos depende la riqueza de las generaciones futuras.

El Papa reivindica los derechos de los trabajadores y les invita a dar vida a asociaciones de trabajadores para defender sus derechos y establecer nuevas sinergias en el ámbito internacional y local. Continúa con la tradición de la doctrina social de la Iglesia, y particularmente en la línea de la «Rerum Novarum».

El Papa Benedicto XVI señala que «la movilidad laboral, asociada a la desregulación generalizada» es un desafío que exige una adecuada respuesta para que no suceda que «la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad y la desregulación» se haga «endémica» generando «formas de inestabilidad psicológica, de dificultad para crear caminos propios coherentes en la vida, incluido el del matrimonio».

“Se sigue produciendo ‘el escándalo de las disparidades hirientes’. Lamentablemente, hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. La falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores es provocada a veces por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local. Las ayudas internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios”.

Refiriéndose especialmente a los gobernantes, el Santo Padre índica que “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: ‘Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”. Sostiene que el nuevo contexto económico-comercial y financiero-internacional requiere de una revalorización del rol de los Estados. Por ello, invita a los sindicatos a instaurar nuevas sinergias a nivel internacional para enfrentarse a la reducción de las redes de seguridad social.

Al hablar del problema del hambre en el mundo, el Pontífice se refiere a él como desafío, y añade que hace falta un sistema de instituciones capaces de asegurar el alimento, así como la maduración de una «conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones. Es importante destacar, además, que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales».

El Papa resalta la relación entre la negación del derecho a la libertad religiosa y el desarrollo y añade… «La violencia frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista, que causa dolor, devastación y muerte, bloquea el diálogo entre las naciones y desvía grandes recursos de su empleo pacífico y civil».

La nueva realidad global plantea desafíos nuevos que hacen necesarios nuevos planteamientos y reflexiones… “Las grandes novedades que presenta hoy el cuadro del desarrollo de los pueblos plantean en muchos casos la exigencia de nuevas soluciones. Éstas han de buscarse, a la vez, en el respeto de las leyes propias de cada cosa y a la luz de una visión integral del hombre que refleje los diversos aspectos de la persona humana, considerada con la mirada purificada por la caridad”, dice Benedicto XVI en la «Caritas in veritate».

«Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres».

El Papa subraya también la «convergencia entre ciencia económica y valoración moral. Los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos» y explica que «reducir el nivel de tutela de los derechos de los trabajadores y renunciar a mecanismos de redistribución del rédito con el fin de que el país adquiera mayor competitividad internacional, impiden consolidar un desarrollo duradero».

«La novedad principal ha sido el estallido de la interdependencia planetaria, ya comúnmente llamada globalización”, resalta el Papa y expresa que “una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar».

El Papa hace referencia a la necesidad de comunión entre los miembros de la familia humana, que lejos de vivir aislados, deberían unirse por los lazos de la fraternidad y lograr las metas pendientes: la superación del hambre en el mundo, la convivencia intercultural y el desarrollo integral de toda la especie humana,  «el desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro», Benedicto XVI afirma que el «desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz».

Al referirse a las  religiones para el desarrollo integral, el Pontífice reitera que «la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa ‘carta de ciudadanía’ de la religión cristiana»… y hace una distinción entre las religiones que fomentan el desarrollo y la comunión de los seres humanos, y aquellas que fomentan el individualismo, especialmente aquellas que plantean un resurgimiento del Panteísmo.

En relación al Sistema Financiero, el Papa plantea que la especulación no puede poner en riesgo a la economía real y plantea, en términos económicos, una necesidad de regulación «del sector capaz de salvaguardar a los sujetos más débiles e impedir escandalosas especulaciones, cuanto la experimentación de nuevas formas de finanzas destinadas a favorecer proyectos de desarrollo, son experiencias positivas que se han de profundizar y alentar, reclamando la propia responsabilidad del ahorrador».

En relación a los movimientos migratorios y su implicación con el desarrollo, el Papa considera que la política que sirva de la mejor manera a responder a este desafío «hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos (…) Ningún país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales».

«El verdadero desarrollo no consiste principalmente en hacer. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser», alerta luego el Santo Padre.

El Pontífice también habla del lugar de los medios de comunicación ante el desarrollo y explica que estos deben estar «centrados en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural».

Este trabajo de investigación entronca plenamente con el concepto de desarrollo de la encíclica “Caritas in veritate”. Desarrollo Humano no es solo la mejora de las magnitudes macroeconómicas o alcanzar determinadas cotas tecnológicas. El supuesto nivel de desarrollo de los países más ricos no es estrictamente desarrollo humano si supone una perdida cultural, una caída de la Justicia Social y una perdida de identidad de los seres humanos.

“Caritas in veritate” significa ante todo dos elementos esenciales. Por un lado, “Caritas” que se refiere al amor altruista que no persigue otra contraprestación que no sea la de beneficiar al prójimo por amor hacia él, y por otro, “In Veritate”, dónde la verdad es el don que Dios nos ha otorgado a todos los hombre, ya que todo es verdad en Él, y Él es fundamento de toda verdad.

En relación a la libre competencia, el Santo Padre, revela que deben darse oportunidades de acceso a la economía real a las instituciones que prestan sus servicios desde la gratuidad, pues en ocasiones éstas son injustamente relegadas desde diversos ámbitos y no se valoran sus aportaciones.

El Santo Padre advierte de la necesidad de la Economía de la Caridad, en una sociedad que casi no reconoce el significado de esta forma de relación entre los hombres. Hace un profundo hincapié en la necesidad de la verdad como algo absoluto por encima de juicios opináticos.

La gran cuestión ética de nuestros tiempos es la posibilidad de un hombre moral si no existe un basamento transcendente, esto es, si existe la posibilidad de un comportamiento ético sin Dios.

 

 

 


[1] Pablo VI S.P., OCTOGÉSIMA ADVIENS, Carta Apostólica, al Sr. Cardenal Mauricio Roy, Presidente del Consejo por los seglares y de la Comisión Pontificia «Justicia y Paz» en ocasion de la Encíclica Rerum Novarum (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1971).

[2] Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Madrid: Ediciones Rialp, 1966).; Vease también, Milton Friedman, «The Social Responsability os Business is to Increase its Profits,» The New York Times Magazine, Sept. 1970.

[3] Amartya K. Sen, Rational fools: a crtique of behavioral foundations of economic theory, ed. Jane J.Mansbridge (Chicago: The University of Chicago Press, 1990).

[4] Sant. 4, 1s

[5] Lester C. Thurow, The Future of Capitalism: How Today’s Economic Forces Will Shape Tomorrow’s World (London: Nicholas Brealey Publishing Ltd, 1996).

[6] S.P. Pablo VI, GAUDIUM ET SPES, Carta Encíclica (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1975).

[7] S.P. Pablo VI, POPULORUM PROGRESSIO, Carta Encíclica, a los Obispos, Sacerdotes, Religiosos y fieles de todo el mundo y a todos los hombres de buena voluntad sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1975).

[8] André Pichot, La société pure. De Darwin à Hitler (Paris: Flammarion, 2002).

[9] La frase fue pronunciada en una conferencia escolar, y está citada en Richard Hofstadter, Social Darwinism in American Thought (New York: Georg Brazilier, 1959).. El texto original en inglés es: The growth of a large business is merely a survival of the fittest…. The American Beauty rose can be produced in the splendor and fragrance which bring cheer to its beholder only by sacrificing the early buds which grow up around it. This is not an evil tendency in business. It is merely the working out of a law of nature and a law of God.

[10] CEOE, «La Empresa y la Responsabilidad Social,» Confederación Española de Organizaciones Empresariales (Madrid, 2006).

[11] Jorge Etkin, La Doble Moral de las Organizaciones (Madrid: Mc Graw-Hill, 1993).

[12] J.M. Lozano, Ética y Empresa (Barcelona: Trotta, 1999).

[13] S.P. Juan Pablo II, RECONCILIATIO ET PAENITENTIA, Exhortación Apostólica Post-sinodal, al Episcopado al Clero y a los fieles sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia de hoy (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1984).

[14] Opus Cit. 25

[15] Rom 7,15

[16] K. Andrews, «Can the Best Corporations Be Made Moral?,» Harvard Business Review, Mayo-Junio 1973.

[17] S.P. Juan Pablo II, SOLLICITUDO REI SOCIALIS, Carta Encíclica (Libreria Editrice Vaticana, 1987).

[18] E. Rojas, El hombre light: una vida sin valores, tercera (Buenos Aires: Planeta, 1992).

[19] Conferencia Episcopal Francesa, Catecismo para adultos (Bilbao: Desclee de Brouwer, 1993).

[20] S.P. Benedicto XVI, CARITAS IN VERITATE, Carta Encíclica (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2009).

Economía: Historia, Mitos y Economía Simbiótica.

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

<Viene de>

2.1. Los mitos de la Ciencia Económica.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua[1], adoptamos la definición de mito que sigue: “Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”.

En este sentido, los siguientes subepígrafes van a dedicarse a resaltar que la ciencia económica esta repleta de presupuestos o mitos sobre el comportamiento humano que habitualmente se pasan por alto debido a que están completamente asumidos en el pensamiento de los economistas. Presupuestos o mitos que surgieron en su momento para resolver problemas concretos al tratar de   modelizar realidades económicas, o para evitar dificultades a la hora de defender determinados planteamientos económicos.

El caso más llamativo es el del marginalismo, gobernado por presupuestos idealizados de lo que es la realidad económica para poder acometer un análisis basado en el cálculo diferencial sobre el comportamiento de los agentes económicos. De esta forma de pensamiento, nace el concepto de “competencia perfecta” en el que se supone que los agentes económicos concurren al mercado en igualdad de condiciones.

El mercado en el marginalismo es un punto de encuentro de dos fuerzas, oferta y demanda, que se definen de forma despersonalizada sin tener en cuenta a los individuos que participan en la negociación y suponiendo siempre un comportamiento racional. Las transacciones actuales se ajustan bastante a este patrón, sobre todo cuando se cierran de forma anónima. Sin embargo, no podemos olvidar que el hombre expresa su humanidad también a través de las relaciones económicas.

Otro supuesto asumido plenamente es que el dinero es la unidad de medida de todas las cosas y que a través del precio se refleja el encuentro perfecto de oferta y demanda.

Un último mito es el de considerar que el pensamiento económico surge a partir de Adam Smith, y que todo lo anterior no tiene el rango de ciencia, con el agravante de suponer que el padre de la Economía Moderna respalda la figura de un “homo economicus” ampliamente utilitarista.

De todas y cada una de estas cuestiones nos ocuparemos a continuación.

2.2.  Las transacciones económicas en el pasado.

“Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las    hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.” (Marco Aurelio, Meditaciones)[2]

La cooperación entre seres humanos para conseguir fines comunes y propios es tan antigua como la humanidad. Sin embargo, no lo son los usos y costumbres de las distintas culturas en el comercio a lo largo de la Historia, ni los fines y medios considerados como adecuados y deseables. Éstos siempre han sido consecuencia de la cultura de la nación, entendida como un conjunto de valores éticos, jurídicos y religiosos comunes a un grupo humano que se identifica a sí mismo como tal.

En la antigüedad el comercio nunca fue algo anónimo. Los grandes comerciantes eran por encima de todo, personas precedidas de una gran reputación. Los grandes acuerdos se basaban en la reputación de los agentes y en la búsqueda de la satisfacción mutua en el intercambio.

El surgimiento de los grandes imperios comerciales del Mediterráneo antes de Cristo fue consecuencia de este tipo de actuaciones. En muchas ocasiones, el comercio entre nuevas culturas comenzaba sin conocer los usos y costumbres de los nativos, y mucho menos su lenguaje, pero los principios de honestidad y reputación servían de vehículo para formalizar los intercambios comerciales.

Como prueba de ello podemos contemplar este texto del historiador Herodoto: “Los habitantes de Cartago también relatan lo siguiente: Hay un país en Libia, y una nación, más allá de los pilares de Hércules, los cuales ellos no quieren visitar, solamente quieren llegar y, lo más pronto posible, descargar sus mercancías, ordenarlas en una forma adecuada a lo largo de la playa, y, calculando a simple vista, dejan la cantidad de oro que ellos creen que vale la mercancía, y luego se retiran a una prudente distancia. La gente de Cartago se acerca al litoral y miran. Si ellos consideran que hay suficiente oro, lo toman y continúan su camino, pero si piensan que no es suficiente, regresan a bordo del navío y esperan pacientemente. Luego los otros se aproximan y añaden más oro, hasta que los de Cartago estén contentos. Ninguno de los grupos es tratado injustamente por el otro: ya que ninguno de ellos toca el oro hasta que se llega al precio correcto de sus artículos, ni los nativos se llevan la mercadería hasta que el oro es tomado por los otros.”[3]

Podemos observar el profundo respeto que se respira en el intercambio comercial antiguo, la confianza depositada de un pueblo en otro. Las mercancías eran dispuestas para ser examinadas sin que nadie temiera su robo, el oro era puesto a disposición para ser examinado sin que nadie lo protegiera o supervisara la cantidad entregada. El trato solo era cuestión de tiempo y de acuerdo entre las partes. Esto a día de hoy, según nuestra cultura, parece algo impensable.

Algo no menos llamativo es el concepto utilizado por Herodoto de “trato justo” del que se desprende que para que éste exista, ambas partes deben quedar satisfechas respetándose el criterio de cada una.

Una reciente publicación de Habib Chamoun-Nicolás, “Negociando como un fenicio”[4], analiza el modo en que comerciaban los fenicios e intenta traer a nuestros tiempos su modo de negociación de forma actualizada.

La premisa fundamental en la negociación fenicia es anteponer el ser humano como tal a la propia negociación. Los fenicios intentaban, por encima de todo, satisfacer al ser humano con el que negociaban a través de profundas relaciones, que con frecuencia llegaban a convertirse en vínculos de amistad entre individuos, familias e incluso reinados.

Como explica el Dr. Chamoun, la construcción de la monumental obra arquitectónica del Templo del Rey Salomón, documentada por historiadores y por el Antiguo Testamento, sólo fue posible debido a la confianza ilimitada entre el Rey Hiram de Tiro y el Rey Salomón. Salomón transmitió las inmensas necesidades de materiales que requería para el Templo a Hiram sin acordar previamente un precio. Ambas partes se comprometían a cubrir las necesidades del otro basándose en una confianza absoluta. Metafóricamente, Salomón dio un cheque en blanco a Hiram al que trataba como hermano. La palabra de ambos monarcas fue suficiente contrato y ambos quedaron completamente satisfechos.

Lo fundamental no eran los beneficios materiales que se esperaban de los negocios, si no una aspiración más compleja y menos material de satisfacción humana.

Esto da una especial ponderación a las peculiaridades de cada agente económico en el proceso de negociación y hace evidente que las transacciones tal y como hoy son entendidas no son la única forma de negociar.

Es difícil que en la actualidad se pueda negociar estrictamente como lo hacían los fenicios (dejar las mercancías en una playa o dar un cheque en blanco), pero sí conceptualmente, sobre todo en lo que se refiere a negociaciones cotidianas entre individuos, ya sean personas físicas, organizaciones pequeñas o macro-instituciones. Todas ellas deberían fomentar las relaciones comerciales basándose en la reputación de los agentes, en su calidad de relación como seres humanos y en la necesidad de satisfacer, no sólo los aspectos económicos si no el mutuo desarrollo desde una perspectiva integral.

Esta concepción del negocio se ha visto profundamente amenazada por dos acontecimientos. Por una parte, la aparición del dinero que ha fomentado los intercambios económicos trasladando la importancia de las operaciones a su volumen y al margen comercial en términos fiduciarios, haciendo casi invisibles el resto de satisfacciones que procura la negociación. Y por otra, la profusión de las sociedades mercantiles a partir del renacimiento europeo, y más específicamente, las sociedades anónimas, que basan su capacidad negociadora en la calidad y precio de los productos, restando importancia a la identidad de los negociadores, y alejando la negociación de los consumidores finales hacia los comerciantes-intermediarios de la cadena de valor, motivados únicamente por obtener el máximo diferencial dinerario posible en sus operaciones.

La Historia nos recuerda que las transacciones económicas no son sólo encuentros entre una función de demanda y una función de oferta, sino algo mucho más rico y más humano en donde intervienen infinitud de variables como la confianza unida a sus mil y un matices culturales. La transacción económica no debe ni puede concebirse sin la riqueza de la negociación y la aspiración de la continuación de las relaciones comerciales en el futuro.

En este sentido, los matices de disciplinas tales como la Comercialización, la Sociología y la Psicología deben empezar a incluirse en las formulaciones de los modelos económicos.

 

2.3. El origen del dinero y sus implicaciones en la libre competencia.

El dinero mide el precio del bien en el momento de la transacción, pero no contempla las dimensiones personales de la negociación y cómo ese intercambio incidirá en relaciones comerciales futuras. Por tanto, el dinero es un vehículo de intercambio material, que ajusta el precio a las condiciones del mercado. Sin embargo, existe una relación personal que el dinero no ha sido capaz de medir. En el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como el propio proceso de negociación, la confianza mutua, que actúa como una forma de garantía no formal, o el deseo de mantener relaciones comerciales futuras.

Desde una perspectiva simbiótica de la economía, el mercado es el escenario de las negociaciones y no debería ser analizado sin considerar estas variables intangibles intrínsecas al proceso de negociación.

Analizando la génesis del dinero podemos comprobar como éste resulta un vehículo insuficiente para reflejar plenamente todas las implicaciones económicas de la relación comercial.

Un agente económico que se preocupe únicamente por las transacciones en términos pecuniarios no tendrá una adecuada proyección de futuro de los procesos de negociación, ya que no estará considerando las consecuencia inmateriales de las relaciones, ni será consciente del sentido último del bien o servicio objeto del intercambio, que es cubrir las expectativas del consumidor que motivaron su impulso a demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.

El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la economía práctica. El intercambio de mercancías surge para satisfacer las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. El intercambio basado en monedas, metales o piedras preciosas no resuelve de forma directa las necesidades de las partes.

Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por los comerciantes, aunque no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[5], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni tan siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. El primer intento para explicar la aparición del dinero como medio de cambio corriente y universal consistió en que éste nace de una convención general o de una disposición legal. El problema consiste en cómo explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales, y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.

La emisión de monedas portando escudos y representaciones de jefes de estado ha hecho evidente la intervención del gobierno en el dinero como medio general de pago, lo que podría hacernos pensar que es el propio estado el que ha decidido que los metales preciosos sean el medio adecuado para acuñar moneda y servir como dinero en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, y prácticamente la de los autores medievales. Sin embargo, de haber ocurrido de esta manera habríamos encontrado algún eco en la historia del establecimiento de este convenio o ley general, pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este hecho.

Aristóteles, Jenofonte, Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos se centran en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar moneda, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esto supondría un origen pragmático del dinero. No queda claro cómo pudo ser promovido ni cómo se aceptó el uso de este tipo de mercancías (metales preciosos, piedras preciosas, especies, la sal, … ) como medio de cambio legalmente reconocido.

Aceptar esta hipótesis no sólo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.

Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Su objetivo básico era adquirir las mercancías que necesitaba y deshacerse de las que no necesitaba o ya poseía en exceso.

Esto significa una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere a los participantes un valor superior de uso “a posteriori”, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momentos adecuados para que oferta y demanda coincidan. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio y para la producción de bienes en forma de excedentes.

Con esta visión del comercio primitivo surgió “la teoría de la liquidez de las mercancías”, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia de graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno más genérico de la vida económica: la diferente liquidez de las mercancías.

Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por un oferente, esto es, el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento dado y el precio al cual podemos venderla. Son dos magnitudes esencialmente diferentes.

En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.

Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías. Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad con el que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento.

El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de “la teoría del equivalente objetivo en los bienes”; sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes, debido a su bajo nivel de liquidez, pueden hacer que el oferente se vea obligado a esperar largos periodos de tiempo para poder realizar el intercambio y se produzca el acercamiento entre el precio solicitado al precio ofrecido hasta llegar al nivel del precio de mercado.

El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios de mercado (precios económicos en terminología de Menger) resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.

Sería un error suponer que dado un momento y un mercado determinados, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.

Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Incluso en los mercados mejor organizados y aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de la mercancía cuando y como queramos aceptando una pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior.

Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayor sea la cantidad ofertada, mayor será la posibilidad de que en caso de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.

En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.

Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con el precio que ha solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago porque así aumentan sus posibilidades de encontrar el bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se ha acercado de forma más rápida a su objetivo.

Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en el cada vez mayor número de transacciones y mercados, y por tanto, se fueron clasificando los productos en base a su coste, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes que son capaces de representar gran valor en poco espacio, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron a otorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y en cualquier lugar.

La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes y el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, han hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.

El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes debido a que no cubrían sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que se incrementó el número de transacciones y los individuos que participaban en ellas fueron admitiendo este tipo de mercancías, éstas acabaron siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.

Sólo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.

Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido de la transacción ya no es cubrir necesidades inmediatas del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.

El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.

Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de transformarse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor

En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque desequilibrándolas a favor de los demandantes, mientras que empeora substancialmente la posición de los poseedores de bienes de baja liquidez, que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general que definiría la competencia perfecta.

Los metales preciosos se convirtieron en el medio corriente de intercambio más generalizado entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los consideró especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, su transporte es sencillo y no son caducos.

La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido solventar situaciones de precios erráticos, alterados por situaciones extraordinarias, especialmente por que en función del carácter costoso, durabilidad y fácil preservación de estos metales se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.

Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando ya hubiese satisfecho sus necesidades, le servían como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.

Otra ventaja de los metales preciosos como medio de cambio es que debido a su color, su ductilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.

El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes era una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por el Estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para que se adapte a las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como para garantizar los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento en sus transacciones. El Estado, al acuñar moneda, aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido al respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado  como una de las más importantes funciones del gobierno.

Sin embargo, si algo debemos destacar del pensamiento de Menger y sus estudios sobre la aparición del dinero, es que éste dificulta la libre competencia, en cuanto a que el poseedor de dinero por el hecho de poseerlo tiene más poder de negociación frente a agentes que ofrecen bienes o servicios menos líquidos.

Podemos imaginar las consecuencias de este principio cuando las relaciones comerciales y las negociaciones se realizan a escala internacional o multinacional; es decir, cuando hablamos de comercio entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, o empresas multinacionales y empresas locales.

El único mecanismo capaz de romper esta asimetría es el comportamiento ético de los agentes con dinero, y aunque entraremos en detalle más adelante reflexionando sobre este hecho, es bueno entender que los supuestos generalmente aceptados sobre la libre competencia no son posibles sin un comportamiento ético de los agentes a la hora de realizar las negociaciones y las transacciones.

 

 

2.4. Adam Smith no era utilitarista.

El tercero de los mitos que nos gustaría desmontar es el que sostiene que Adam Smith está inscrito en la corriente de pensamiento liberal que define al hombre como un ser egoísta que actúa solo en su propio beneficio y busca exclusivamente maximizar su utilidad marginal.

Adam Smith, al que se le denomina Padre de la Economía Moderna, estaba en contra del utilitarismo de David Hume. En el campo de la Filosofía del Derecho, A. Smith explica que la justicia no emerge de una consideración “a posteriori” de los beneficios del castigo, sino de que del hombre surge naturalmente un resentimiento hacia un crimen cometido contra un ser querido, despreciado sin motivo por el criminal, y aunque el Estado no se rige por este Derecho Natural,  si procura que los individuos no resuelvan privadamente esta necesidad de justicia, para mantener el orden social y dar crédito a su gobierno[6].

Autores recientes, como Ian Simpson, afirman que este autor era “utilitarista”, o más bien, “utilitarista contemplativo”[7].  Sin embargo, una motivación fundamental que impelió a Smith a escribir su obra fue la de constatar que el hombre no actúa por utilidad, rechazando la Teoría de su amigo D. Hume.

En la Teoría de los Sentimientos Morales[8], en las lecciones de teoría general del Derecho[9] y en las lecciones de retórica[10] Smith reitera que “el hombre no se ve motivado por una estructura que retiene su memoria de placeres ansiados y dolores temidos. Lo que busca con su acción es sentirse querido por sus semejantes y estar en consonancia con el juicio ajeno, gozar y consolarse con la empatía de emociones con los demás”.

Para A. Smith la parte principal de la felicidad humana estriba en la conciencia de ser querido,  y por tanto, el ser humano actúa para que se le quiera, no pensando en las posibles consecuencias de sus actos[11].

“Complementariamente buscamos que nos admiren. Creamos un espectador imaginado y bien informado con el que, al armonizar con su sentimiento, nos sabemos dignos de admiración  y gracias al cuál actuamos con la tranquilidad de que, si nuestro espectador real supiera nuestros condicionantes, empatizaría con nosotros. Es decir, no nos basta con ser amados ya que “¿Qué mayor felicidad hay que la de ser amado y saber que lo merecemos?”[12].

Tras leer este texto de Smith, cabe hacerse la pregunta de en qué medida expresan las teorías posteriores este espíritu del ser humano que busca ser feliz a través del amor y la aprobación de los demás.  Se hace evidente que todas las formulaciones posteriores usaron la simplicidad para explicar comportamientos humanos concretos en condiciones muy determinadas.

Ni la Economía ni el Derecho fueron nunca nada ajeno a esa vocación natural del ser humano para Smith. La teoría de la “Mano Invisible” que tantas veces se ha argumentado como aval del ideario neoliberal puede haber sido sin duda mal interpretada. Cuando Smith afirma que el individuo al buscar su propio bien busca el bien común puede estar hablando de una red de negociaciones informales entre individuos que procura el bien de la comunidad.

Las ideas de Adam Smith fueron un tratado sistemático de Economía y un ataque frontal a la doctrina mercantilista. Smith intentaba demostrar la existencia de un orden económico natural, al igual que los fisiócratas, que funcionaría con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado. Sin embargo, este autor, no pensaba que la industria fuera improductiva, o que el sector agrícola era el único capaz de crear un valor añadido; por el contrario, entendía que la división del trabajo y la ampliación de los mercados abría posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su riqueza y su bienestar mediante la producción especializada y el comercio entre las naciones. Por tanto, tanto los fisiócratas como Smith ayudaron a extender la idea de que el poder económico del Estado debía ser limitado y de que existía un orden natural aplicable a la economía. Sin embargo fue Adam Smith más que los fisiócratas quien abrió el camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno en el siglo XIX.

La expresión: la mano invisible regula las actuaciones sociales y compensa los excesos por sí sola; constituye una proposición de orden natural que posee como características la bendición por las riquezas y la existencia de un conjunto predeterminado de instituciones a partir de las cuales se mantiene el status social. La mano invisible es el principio fundamental del mercado, que exige la no intervención del Estado porque las cosas se van a acomodar naturalmente en un sistema teísta típicamente moderno, donde el espectador imparcial (la humanidad) no puede negar si Dios está y no puede negar la existencia de clases. La mano invisible supone que el Estado no debe intervenir en la economía porque impediría que el mercado se ajustase de forma automática.

La mano invisible no puede ser considerada como el término que ilustra todo el pensamiento de Adam Smith, ya que este término es usado pocas veces en sus obras y parece poner de manifiesto el desconocimiento de Smith de unas leyes del mercado que nunca logró explicar.

La mano invisible no es capaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica. Una economía de mercado retribuye a los individuos de acuerdo con su capacidad para producir cosas que otros están dispuestos a pagar,  no tiene en cuenta el valor propio de las cosas por sí mismas, sino el precio que un tercero está dispuesto a pagar por un bien o servicio. La mano invisible no garantiza que todo el mundo tendrá suficiente comida, una ropa digna y una asistencia sanitaria adecuada.

Para entender el mercado desde la perspectiva de A. Smith, debemos hacerlo desde la circunstancia de un hombre que creía profundamente en el orden natural de las relaciones humanas, y este orden natural requiere de hombres morales capaces de desarrollar la ética en sus relaciones comerciales para ajustar el valor de mercado al valor intrínseco de los bienes.


2.5 Economía: ¿asignación de recursos o Simbiótica?

Como hemos visto, la competencia perfecta es difícil que se de en la vida real debido a que los agentes concurrirán al mercado en igualdad de condiciones solo si tienen la misma capacidad de negociación, pero si poseen recursos fiduciarios diferentes esto no es posible.

Por otro lado, considerar que el hombre económico de Adam Smith corresponde con el “homo economicus” de Milton Friedman, o atribuir a Adam Smith la semilla de lo que hoy es el neoliberalismo, parece un error.

La Economía ha basculado a lo largo del Siglo XX, hacia una teoría general que parte de supuestos que surgieron para simplificar la modelización de los problemas económicos. Esto presenta varias implicaciones, por un lado, estos presupuestos son utilizados de forma sistemática por los economistas sin ser cuestionados, porque lo que se presupone no se cuestiona; por otro lado, en el día a día, parecen capaces de definir la realidad económica de forma absoluta y sin embargo no son capaces de lograrlo.

Las autoridades económicas y la propia ciencia deben ser conscientes de las consecuencias y del alcance de las definiciones y actuaciones de las que son responsables, pues el hombre de Smith, no es el hombre simple y estandarizado del marginalismo.

La Historia nos demuestra que las grandes transacciones comerciales se basan en  grandes relaciones humanas, en las que el flujo de activos materiales es sólo una parte de la riqueza de la simbiótica de la negociación.

Siguiendo a James M. Buchanan, Premio Nóbel de 1986, la Economía no puede definirse como una ciencia que se define a sí misma como muestran algunos autores. Sirva para ilustrar esta corriente las definiciones de dos autores de la Escuela de Chicago: para Jacob Viner, “la Economía es lo que hacen los economistas”, propuesta a la que Frank Knight dotó de una naturaleza totalmente circular al agregar que “los economistas son los que hacen Economía”.

En palabras de Buchanan: ”Los economistas deberían concentrar su atención en una forma particular de actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado que refleja su propensión a la permuta y al trueque y las múltiples variaciones de estructura que esta relación puede adoptar constituyen los temas apropiados de estudio para el economista.“ [13]

Smith en el segundo capítulo de la Riqueza de las Naciones, afirma que el principio que da lugar a la división del trabajo, “no es originalmente el efecto de alguna sabiduría humana, que prevé y tiene por objeto esa opulencia general a la que da lugar. Es la necesaria, aunque muy lenta y gradual, consecuencia de una cierta propensión de la naturaleza humana que no tiene en vista una utilidad tan extensiva; la propensión a permutar, trocar e intercambiar una cosa por otra[14]. Este texto destaca que la búsqueda de la riqueza no es la causa del éxito de la organización humana, si no más bien un perfeccionamiento de las acciones basadas en el sentido común y en una lenta evolución de la aptitud económica del ser humano, que de forma innata permuta, troca e intercambia sus bienes con otros. Esa capacidad casi instintiva es el fundamento de la Economía social, más cerca de la “teoría de los mercados” que de la “teoría de la asignación de recursos”. La asignación óptima de recursos es en muchos casos más un problema de carácter tecnológico que de carácter económico.

Lord Lionel C. Robbins considera que la Economía es «la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos[15]. Desde esta perspectiva nuestro campo de estudio es un problema o un conjunto de problemas y no una forma característica de la actividad humana. Serán vanos los intentos por encontrar en este autor una afirmación explícita que indique el sujeto decisor respecto del cuál son alternativos los fines. Según Howard S. Ellis, el agente económico es un ser anónimo, y por tanto, su identidad no influye en el proceso decisorio. El problema económico se traslada desde el planteamiento del individuo hasta aquel que afecta al grupo familiar, la empresa, el sindicato, la iglesia, la comunidad local, el gobierno municipal o provincial, el gobierno nacional y, por último, el mundo[16].

Milton Friedman, afirma que la Economía estudia cómo una sociedad determinada resuelve su problema económico. Esto implica que hay un contenido fundamental en la Economía que es el bienestar general, que pasa a ser el tema central de la Economía. Este “problema fundamental” ha sido debatido ampliamente en la Economía teórica del bienestar y en el enfoque económico utilitarista.

El problema de la resolución del bienestar social se va haciendo cada vez más difícil a medida que pasamos de los individuos a los agregados sociales. Los utilitaristas intentaron solucionar esta distancia agregando utilidades, pero ignorando de nuevo la identidad de los agentes y presuponiendo un “comportamiento racional” para poder agregarlos en forma de “funciones de bienestar general”, y a partir de ahí optimizar las variables económicas. Sin embargo han abandonado la neutralidad en cuanto a los fines, basados en sus propios juicios de valor sobre lo que es el bienestar social, opinión tan aceptable como cualquier otra. Esta visión económica sigue anclada en la asignación de recursos escasos entre fines o usos competitivos.

El hecho de aceptar que existe un problema implica que hay que buscar una solución. La Economía pasaría a identificarse con la optimización de la Matemática Aplicada, dónde se han dado los avances de mayor importancia en los últimos años en relación a la Economía: técnicas de computación y Matemática de la ingeniería social.

Sin embargo, la disciplina económica no debería ocuparse exclusivamente de la solución de problemas de carácter tecnológico, como la asignación de recursos. La diferencia entre lo que habitualmente denominamos el problema económico y lo que llamamos el problema tecnológico es de escala únicamente, es decir, del grado hasta el cual se especifique la función que va a ser maximizada antes de que se realicen las opciones.

La teoría de la elección presenta una paradoja. Si conocemos la función de utilidad del agente, la decisión es una consecuencia matemática y no existe la decisión como tal ya que no hay alternativas. Por otro lado, si no conocemos perfectamente la función de utilidad, la elección se torna real y las decisiones se convierten en procesos mentales impredecibles.

La teoría de la elección debe dejar de ocupar una posición de superioridad en los procesos de pensamiento del economista. La teoría de la elección o de la asignación de recursos, como quiera llamársela, no supone ningún rol especial para el economista, en oposición a cualquier otro científico que examina el comportamiento humano.[17]

Es necesario concebir la Economía como la ciencia que estudia los intercambios entre agentes económicos y equipararla a la Simbiótica, que es la asociación entre organismos disímiles que resulta recíprocamente beneficiosa para todos ellos. Esto nos centra en un tipo de relación que implica la asociación cooperativa recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales sean diferentes.

Es desde esta perspectiva donde creemos que debe integrarse la teoría de la elección en relación con la mano invisible de Adam Smith.

Por otro lado, si un agente está aislado, las relaciones económicas son un problema de asignación de recursos sujeto a la perspectiva tradicional de la maximización. Al intervenir otros agentes que interactúan con él, con intereses diferentes, es cuando aparece la simbiótica y con ella la posibilidad de combinar habilidades y talentos distintos para la consecución de los intereses comunes y particulares. Aparece el conflicto y distintas alternativas para resolverlo.

El modelo clásico de competencia tiene su fallo básico en trasladar un comportamiento de elección individual, de un contexto socio-institucional a uno físico-calculacional. Según este planteamiento orientado al cálculo, dadas las reglas del mercado, el modelo perfectamente competitivo brinda un óptimo o equilibrio específico, un punto único en la superficie del bienestar paretiano.

A este respecto Frank Knight ha subrayado que en la competencia perfecta no existe competencia. Siguiendo el mismo razonamiento, no existe el comercio tal y como lo hemos venido exponiendo, en cuanto a que no existe un modelo perfectamente sometido a unas reglas determinadas y perfectas.

Un mercado no es competitivo por que así lo supongamos, ni por que así lo hayamos construido. La competitividad va apareciendo con las instituciones que modifican los esquemas del comportamiento individual y con los agentes que ejercen una presión continua en el comportamiento humano a través del intercambio.

Desde esta perspectiva una solución, si existe alguna, surge como resultado de una red evolutiva de intercambios y en cada etapa de esta evolución hacia una solución. Hay beneficios que pueden obtenerse y existen intercambios posibles, y la dirección de la competitividad está modificándose continuamente.

Tal y como lo reconoció Schumpeter, el elemento dinámico en el sistema económico es la continua evolución del proceso de intercambio que se manifiesta en la función empresarial y por extensión en la condición humana[18].

Si observamos el mercado con la perspectiva clásica, desde la lógica de la elección, la asignación de recursos constituye el elemento problemático. El economista identificará el mercado como un medio para cumplir las funciones económicas básicas de cualquier sociedad y, por tanto, lo equiparará a una forma de gobierno o como un mecanismo alternativo que ofrece soluciones similares.

Si lo observamos desde la perspectiva de una Economía Simbiótica, el mercado es un escenario en el que los individuos colaboran unos con otros, llegan a acuerdos, y comercian. El mercado es el marco institucional en el que surge o evoluciona este proceso comercial y no tendría sentido abordar la acción unilateral como parte de la ciencia económica, al igual que tampoco tendría sentido el término eficiencia que se aplica en los resultados agregativos o compuestos. Desde la perspectiva simbiótica, el mercado ya no puede ser considerado como un sujeto que logra objetivos nacionales de forma eficiente o ineficiente.

La eficiencia pasa a ser un atributo relacionado con la motivación de los individuos que se desplaza por relaciones de preferencia hasta llegar a posiciones mutuamente aceptables con otros individuos. Una institución ineficiente no puede sobrevivir a menos que se introduzcan mecanismos coercitivos que eviten el surgimiento de acuerdos alternativos.

En este sentido Política y Economía no se diferenciarían demasiado, tal vez, por esta razón siempre han estado íntimamente unidas a lo largo de la Historia. La diferencia radica en la naturaleza de las relaciones sociales entre los individuos que cada una de ellas examina. La Economía aborda las transacciones de individuos que tienen la capacidad de contratar libremente, donde el comportamiento es marcadamente económico más allá del enfoque precio-dinero. La Política se ciñe a las relaciones de jerarquía social, liderazgo-seguidor, donde la característica predominante de su comportamiento es política. Mientras la Economía se ciñe al estudio de todo el sistema de relaciones de intercambio, la Política estudia todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas. Estos dos tipos de relaciones se dan en prácticamente la totalidad de las instituciones sociales. En la medida en que el hombre dispone de alternativas de acción se enfrenta a sus asociados como un igual y surge la relación comercial.

A medida que se establezcan más relaciones en régimen de igualdad, mayor será el número de transacciones económicas, cuanto mayor sea la desigualdad, mayores serán las relaciones de carácter político.

La relación económica es reemplazada por la relación política cuando el único elemento de retorno es la renta pura debido a que no existen alternativas de actuación y el intercambio se produce dentro de un marco de normas políticas. Las relaciones económicas van asociadas a la creatividad de los participantes, mientras que las relaciones políticas se basan en la forma y protocolo en que están establecidas las relaciones.

El enfoque económico de la asignación y el enfoque del intercambio comparten los mismos elementos básicos, pero su interpretación y las preguntas que surgen son diferentes, y dependerán mucho del sistema de referencia dentro del cual operemos.

La ingeniería social es un empeño legítimo, pero debe considerar de forma explícita los usos de los individuos como medio para alcanzar fines no individuales. Si se considera el problema económico como un problema general de fines y medios, el ingeniero social actúa como economista en el más pleno sentido del término.

El verdadero papel de los economistas no es encontrar medios para hacer mejores elecciones como afirma el enfoque de la asignación de recursos-elección. El intento de identificar y entender las relaciones simbióticas requiere de nuevas herramientas estadísticas, más sofisticadas que las que actualmente se aplican al campo de la ingeniería social. Por ejemplo, necesitamos aprender mucho más sobre la teoría de juegos cooperativos entre individuos.

Precisamos de la Estadística para sistematizar un conjunto de relaciones que involucran el comportamiento voluntario de multitud de individuos, lo que es más complejo que maximizar una función cuya premisa fundamental es la unicidad de objetivos de los diversos participantes.

Los economistas deben ser “economistas de mercado” y concentrarse en las instituciones de mercado o intercambio definidas en el sentido más amplio posible, evitando prejuicios sobre ellas y sin ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier forma particular de orden social. Que el mercado sea consecuencia de un determinado tipo de cultura política y comercial no debe ser considerado “a priori” como algo positivo o negativo desde cualquier ideología.

La búsqueda de la universalidad de los descubrimientos científicos en el campo de la Economía debe admitir la pluralidad de mercados y basar su análisis en una postura aséptica y libre de toda ideología. Solo del análisis concreto de la realidad económica que se aborda pueden surgir conclusiones que nos lleven a un juicio de valor sobre la bondad del mercado en que desarrollamos nuestros estudios.

 


[1] Diccionario de la RAE, Vigésimo segunda edición, 2009.

[2] Marco Aurelio, Meditaciones, Vol. II (170-180 dC).

[3] Herodoto IV, Las historias (430 a.C.)

[4] Habib Chamoun-Nicolas, Negociando como un fenicio. Descubriendo tradeables. (EE.UU.: Keynegotiations, 2008).

[5] Carl Menger, «El origen del dinero,» The Economic Journal (Wiley), Junio 1892.

[6] Estrella Trinzado Aznar, «El Iusnaturalismo no utilitarista de Adam Smith» (Zaragoza: VII Congreso de la Asociación de Historia Económica, 2001).

[7] Ian Simpson Ross, The Life of Adam Smith (Oxford: Clarendom Press, 1995).

[8] Adam Smith, La Teoría de los Sentimientos Morales, trans. Carlos Rodríguez Braum (Madrid: Alianza Editorial, 1997).

[9] Adam Smith, Lecciones de Jurisprudencia, ed. Alfonso Ruíz Miguel (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1996).

[10] Adam Smith, Lectures on Rethoric and belles lettres, ed. J.C.Bryce & A.S. Skinner (Oxford: Clarendon Press, 1983).

[11] Smith, TSM, parte 1, sección 2, capítulo V

[12] Smith, TSM, parte 3, capítulo I

[13] James M. Buchanan, What should Economist Do? (Indianapolis: Liberty Press, 1979).

[14] Adam Smith, Riqueza de las Naciones, Parte II, Segunda (Turlock: Ediciones Orbis, 1985).

[15] Lionel C. Robbins, Essay on the Nature and Significance of Economic Science (London: Macmillan & Co., 1945).

[16] Véase Howard S. Ellis, «The Economic Way of Thinking,» American Economic Review, Marzo 1950: 1-12.

[17] Opus cit. 13

[18] Joseph A. Schumpeter, «Theoretical Problems: Theoretical Problems of Economic Growth,» The Journal of Economic History (Cambridge University Press) 7 (1947): 1-9.

Economía Simbiótica. Introducción

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

1.   Introducción

1.1. Objeto de estudio

Los primeros años del siglo XXI están resultando algo turbulentos al igual que ocurrió al comienzo del siglo XX. Una profunda crisis se cierne sobre nuestra sociedad globalizada inundando todos los aspectos humanos de la sociedad: en el ámbito económico, la caída de Lehman Brothers fue el disparo de salida de una carrera de adquisiciones, fusiones, bancarrotas que aún a día de hoy no ha finalizado y que ha sido causada en última instancia por las prácticas poco ortodoxas de un sistema financiero cuyo único objetivo ha sido el maximizar el beneficio a corto plazo para repartir dividendos a sus accionistas.

Las similitudes con la crisis de 1929 han impulsado a los Estados tradicionalmente más liberales, como es el caso de Estados Unidos, a tomar medidas de carácter proteccionista asumiendo parte del control de los Consejos de Administración de algunas entidades, y adquiriendo “activos tóxicos” a costa del endeudamiento de las arcas del Estado, que en última instancia acabará siendo pagado por todos los ciudadanos.

La crisis no es sólo una crisis económica, es una crisis profundamente humana en la que todo lo que dábamos por establecido se tambalea, en la que vivimos las consecuencias de un siglo XX dónde las ideologías tecnocráticas han acabado por transferir principios a los valores del individuo, y el individuo ha actuado no como ser humano, sino como pieza de una engranaje gobernado por una reglas inhumanas.

Las preguntas que trata de responder el presente trabajo de investigación son: ¿Por qué hemos llegado a la situación actual?, ¿Cómo es posible que el ser humano haya llegado a extremos tan absurdos como para hacer tambalear la estabilidad económica mundial apostando en el mercado de opciones y futuros, planes de pensiones y recursos indispensables para la economía real?

La respuesta no se haya solamente en un modelo matemático, ni en una práctica aislada de un individuo. Tal vez, sí en un modelo de teoría de juegos donde el hombre carece de toda dimensión ética y de todo altruismo, y donde las expectativas racionales no contemplan otro beneficio que no sea el propio en términos exclusivamente fiduciarios.

Aunque se usan como sinónimos los términos fiduciario y económico, ambas realidades no son semejantes. Lo fiduciario forma parte de lo económico. Lo económico alberga todas las negociaciones que aspiran a cerrar una transacción entre seres humanos para resolver los fines que cada individuo pretende alcanzar. Lo económico no es siempre algo recíproco, y en ocasiones, la economía resuelve las necesidades de los individuos de forma gratuita, o accesoria a otras transacciones recíprocas.

Muchos son los economistas que desde finales del siglo pasado vienen advirtiendo que el hombre no es un mero “homo economicus” que actúa por el  propio beneficio y que busca desesperadamente maximizar su utilidad marginal cuando consume. El hombre es mucho más y tiene en cuenta no sólo unas pocas variables elegidas para poder explicar un comportamiento en términos matemáticos. El hombre es un ente con la capacidad suficiente para controlar multitud de variables intangibles que no tienen por qué respetar el principio de racionalidad. El hombre puede valorar su entorno y las consecuencias de todos sus actos sobre sus semejantes. Hasta no hace mucho, el hombre estaba gobernado por la ética, percibía de forma positiva las buenas prácticas económicas, sociales y políticas, condenaba los abusos de poder y los comportamientos no acordes con el Derecho Natural. Sin embargo, en la sociedad actual, la mera afirmación de una verdad universal parece una locura a los ojos de todos. Todo es opinable, y lo opinático parece restar validez a lo que la Metafísica o la Ética lleva descubriéndonos a lo largo de la Historia.

El Positivismo, el Liberalismo, el Comunismo… y toda utopía tecnócrata que no respeta un fundamento ulterior de la persona humana acaba convirtiendo al ser humano en una pieza de un mecanismo que no tiene sentido, pues construido por hombres no sirve a ninguno de ellos, y buscando un bien común, perjudica a todas  y cada una de las instituciones sociales que han permitido el verdadero desarrollo de la humanidad.

El individualismo nihilista de nuestra sociedad ha transmutado el espíritu de la democracia clásica en una democracia de consumo, en la que el individuo expresa su identidad en la sociedad a través de la compraventa de bienes y servicios. Instituciones como la familia se ven gravemente amenazadas. La tasas de natalidad caen en picado por debajo de la tasa de reemplazo poblacional, y el drama de los masivos movimientos migratorios hacen que los pueblos pierdan su identidad y queden desarraigados en un mundo que, aunque es global, mantiene a los individuos desconectados de su identidad como seres humanos.

Vivimos en la sociedad del corto plazo. La Política y el Derecho contemplan cada vez menos las necesidades lógicas de una sociedad que aspira a desarrollarse más allá de un horizonte temporal de seis meses, basándose en la información de sondeos estadísticos y en una ley de los grandes números aplicada sin demasiado criterio ni recursos económicos suficientes para garantizar su representatividad.

La crisis es global y exige un replanteamiento drástico de lo que entendemos por economía. Debemos comprender que aunque hemos maximizado beneficios fiduciarios, hay un objetivo superior y más importante que no hemos cubierto y que hoy echamos en falta: la felicidad de los hombres y su libertad ontológica.

Existen multitud de activos, denominados en muchas ocasiones inmateriales, que nunca han formado parte de un modelo ARIMA, y otros muchos que fluyen de forma gratuita y que han resultado invisibles porque no se han valorado en términos monetarios.

La economía del siglo XXI debe ser la economía de la responsabilidad de una humanidad capaz de equiparar espiritualmente su gran desarrollo tecnológico. Los economistas no deben valorar las transacciones únicamente en términos monetarios, si no que deben aspirar a abarcar la gran riqueza de las relaciones humanas que generan valor, aunque este valor no sea cuantificable en términos fiduciarios.

Conceptos clásicos como el de oferta, demanda, mercado, libre competencia, … que se han desarrollado fundamentalmente en el siglo XVIII y XIX, bajo premisas simplistas y condiciones “ceteris paribus» para poder abarcar su análisis desde un punto de vista teórico, han de ser reformulados contemplando todas aquellas variables y circunstancias que en su día no se incluyeron. Esto es hoy posible, gracias a las enormes posibilidades de la tecnología, y en especial del desarrollo que los medios de computación nos brindan en la actualidad. No está exento sin embargo de dificultades este proceso. Es necesario el desarrollo de nuevas técnicas prospectivas que sean capaces de describir sin prejuicios lo que ocurre en el mundo real.

La economía, más que nunca, ha de ser ciencia y superar toda premisa “a priori” sobre lo que debe ser la realidad. Más bien debe contemplarla y aprender de ella, para no acabar modificándola según lo que se supone que debe ser “lógico” o “racional”. Si los técnicos presuponen que el hombre es un ser egoísta, acabarán ofreciendo soluciones egoístas a los hombres, aun cuando la solución lógica no contemple el objetivo de maximizar los beneficios.

No es ético presuponer absolutamente nada de los agentes económicos que interactúan en el mercado, ni simplificar sus expectativas para facilitar el análisis, porque disponemos de las herramientas que los economistas clásicos no tuvieron, y que sin lugar a dudas hubieran usado de haber podido.

Siguiendo a Buchanan, diremos que el mercado es el escenario en el que los agentes económicos se desenvuelven, y no por una única razón, sino por múltiples razones, y no se relacionan de una forma única, si no de múltiples formas. El mercado es un escenario y debemos identificar los agentes reales para conocer sus intenciones, respetar su naturaleza y determinar como influyen en la felicidad de las sociedades y en su desarrollo.

Amartya Sen, advierte que el concepto de “Bienestar Social” limita el desarrollo de las sociedades, pues está orientado a cubrir mínimos, y sobre todo a cubrir necesidades materiales, cuando el desarrollo del ser humano va más allá.

Humildemente, y conscientes de la gran dificultad que supone asumir esta nueva concepción de la economía, proponemos revisar la dialéctica económica histórica que nos ha llevado a nuestro modelo económico actual, para descubrir alguna de las limitaciones que la ciencia económica se ha impuesto a sí misma.  Tendemos a pensar que el primer gran diseño sobre los intercambios económicos y los problemas que de ello se derivan se debe a Adam Smith, pero el pensamiento económico viene de mucho más antiguo, sobre todo del pensamiento ético sobre la economía, campo espléndidamente desarrollado por la Filosofía Clásica, el Estoicismo y especialmente la Escolástica.

Nuestra crisis es una crisis ética, y una economía formulada al margen de la ética ha demostrado carecer de sentido para una humanidad que aspira al desarrollo cierto.

Trataremos en el presente trabajo de identificar agentes en el mercado real a partir de la encuesta CAPI 2005 de familias que elabora el Banco de España. Si bien en este encuesta no están las entidades anónimas, si están la personas que participan en ellas y que finalmente toman las decisiones que se transforman en negociaciones y relaciones mercantiles.

Nuestro objetivo último es sentar las bases de una metodología que se aplicará de forma mucho más extensa en la tesis doctoral del autor de este trabajo de investigación. Una vez identificados los perfiles de los agentes, habrá que aplicar técnicas de Estadística Cualitativa para descubrir las motivaciones que impulsan a éstos a establecer relaciones económicas.

Más importante que el cuanto, es el cómo, cuando nos alejamos del Marginalismo hacia la Simbiótica.


1.2. Descripción de los capítulos.

En el capítulo 2 exponemos que la visión intrahistórica de la realidad económica impide ver que la Economía es consecuencia de las actuaciones de los individuos, y en último extremo, de su forma de concebir la realidad. Multitud de prejuicios nublan nuestra creatividad y debemos recurrir al pasado para comprobar que las negociaciones y transacciones no tienen por qué ser entendidas como lo son en la actualidad.

Recurrir al pasado remoto, nos permite corroborar esta afirmación, así encontramos que maximizar el beneficio no fue siempre la prioridad de los agentes económicos, puesto que esta característica económica del individuo se veía enriquecida con una dimensión mucho más humana basada en el respeto y en la búsqueda de la satisfacción mutua.

El Análisis Económico, en los términos iniciados por A. Smith, se ha ido desvirtuando y alejando de la realidad paulatinamente a medida que la aplicación de modelos matemáticos exigía la fijación de presupuestos de partida. La propia realidad se ha ido alimentando de esta forma de concebir la Economía hasta el punto de que el “homo economicus” definido en la teoría ha acabado influyendo en el hombre económico real y su forma de negociación.

En la competencia perfecta, no hay competencia, pues en esta influyen multitud de variables, muchas de ellas cualitativas que la simplicidad de los modelos “a priori” no puede contemplar.

Incluso contando con los instrumentos de cambio actuales es imposible lograr la igualdad de oportunidades en el acceso a los mercados, generándose diferencias abismales entre el precio y el valor intrínseco de las mercancías y servicios. Sólo la Ética parece garantizar la competencia perfecta al poner a los agentes en un plano de igualdad en la negociación.

La Economía no surge del encuentro de oferta y demanda, si no que es un complejo sistema en el que se establecen relaciones más parecidas a la simbiótica que a la intersección de dos funciones que dependen de dos magnitudes: cantidad y precio.

Este nuevo enfoque precisa de una visión integral que considere tanto la dimensión microeconómica de los agentes autodefinidos por sus características propias, como una dimensión macroeconómica que contemple las consecuencias de sus formas de establecer relaciones con otros agentes y negociar en la Economía Global, en la que cada acción del agente tiene consecuencias sobre terceros que no participan en la negociación.

En el capítulo 3 exponemos que para que pueda haber competencia perfecta en los mercados es necesario que los agentes concurran en igualdad de condiciones a la negociación, y esta igualdad de condiciones debe basarse en el respeto del valor de los objetos comerciados. El dinero otorga mayor poder de negociación a los que lo poseen. Por tanto, la ética es el único mecanismo capaz de poner a los agentes en igualdad de condiciones.

El problema esencial de la Ética es definir el fundamento de carácter moral de la toma de decisiones. Si existe un basamento transcendente, el hombre se perfeccionará con la Ética y responderá a unos cánones de actuación definidos por el Derecho Natural. Si no existe este basamento, no existe el comportamiento ético, y el hombre tenderá a construirse según el interés personal mientras el Derecho Positivo únicamente busca el equilibrio del sistema sin aspirar a un bien mayor.

Sin Ética, no es posible la igualdad de oportunidades, puesto que los agentes no valorarán las circunstancias de la contraparte más allá de las consecuencias que estas puedan tener para con su propio beneficio.

Las organizaciones de carácter anónimo que se rigen por la ley de la oferta y la demanda intentan ser coherentes con la Justicia Social, pero en multitud de ocasiones no lo consiguen, debido precisamente a su naturaleza anónima y a competir en mercados en que sólo se tiene en cuenta el beneficio unilateral de las organizaciones.

La Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en la existencia de un Dios que nos muestra un conjunto de normas inherentes al ser humano que permiten que éste se perfeccione como ser trascendente. La Doctrina Social de la Iglesia es expresión de la Ética propia de nuestra herencia greco-latina y ha de ser tenida en cuenta a la hora de valorar la calidad moral de las actuaciones de los individuos.

En el capítulo 4 nos referimos a la familia como unidad básica de la Economía. Las familias interactúan, generan empresas de carácter anónimo y soportan los fondos de la Economía Financiera. Hay una amplía tipología de agentes, y hemos elegido uno de ellos profusamente estudiado en los últimos años: la Empresa Familiar.

El motivo de esta decisión es por su doble vertiente mercantil y humana.

La Empresa Familiar se caracteriza porque el control de la empresa recae en el seno de la familia y la toma de decisiones, expresada por su forma de gobierno, establece un comportamiento que podemos calificar desde la perspectiva de la Ética.

Existen múltiples definiciones “a priori” sobre lo que es una Empresa Familiar. Dependiendo de la definición que utilicemos, los análisis estadísticos nos dirigirán a las conclusiones más dispares.

En este estudio, proponemos una definición de Empresa Familiar concebida desde una perspectiva simbiótica e íntimamente relacionada con la competitividad de este tipo de organizaciones.

En el capítulo 5 analizamos la empresa familiar desde una perspectiva macroeconómica que de forma generalmente aceptada constituye una realidad evidente en todas las economías nacionales a lo largo de la Historia, por este motivo los gobiernos y los organismos supranacionales tienen interés en proporcionar recomendaciones sobre la definición de PYMES y microempresas. Si bien es verdad que no todas las PYMES son empresas familiares, si lo son un elevado porcentaje de ellas, colectivo al que debemos añadir las empresas familiares de gran dimensión.

En este tema hemos especificado cifras de la presencia de las empresas familiares en la estructura económica mundial y particularmente en el marco español.

En el capítulo 6 analizaremos la dinámica interna de la Empresa Familiar, constituida por individuos que se relacionan en base a relaciones de consanguinidad, familiaridad y/o contractuales. Estas relaciones determinarán las peculiaridades de la familia empresaria, y dotarán al negocio familiar de capacidad de supervivencia y competitividad.

Las relaciones internas generan una forma concreta de conectarse con el entorno, y establecen el grado de esfuerzo colectivo para que la reputación de la familia sirva como garante de las negociaciones con terceros.

Nos referiremos al gobierno de la Empresa Familiar donde las relaciones de carácter informal acaban plasmándose en los organismos y en las formas de gobierno variando substancialmente el grado de compromiso a medida que la empresa aumenta su dimensión.

En muchas ocasiones la Empresa Familiar parece abocada a convertirse en una entidad anónima, pudiendo en muchas ocasiones perder los matices que la dotaban de una especial competitividad.

En el capítulo 7 recurriremos al análisis multivariante que ofrece las herramientas necesarias para establecer grupos y descubrir variables sombra que van a ayudarnos a comprender mejor la realidad. Lo hemos utilizado para encontrar grupos de agentes homogéneos que se han definido a sí mismos por sus características comunes, y se han manifestado como actores de la Economía Simbiótica.

La búsqueda de factores que nos permitan reducir la multitud de variables y aumentar la precisión de los atributos que definen a cada familia, los obtendremos a partir del análisis factorial.

Gracias a un análisis de cluster jerárquico obtendremos  los grupos de familias que se revelan como familias empresarias. Es necesario identificar a los agente reales y valorar las consecuencias de sus valores y actuaciones sobre la Economía Real, para fomentar los que son beneficiosos e identificar las imperfecciones que la búsqueda del mero beneficio tienen en la Economía de las diferentes naciones.

 

En el capítulo 8 realizaremos una síntesis de lo expuesto en el presente trabajo de investigación y añadiremos nuestras conclusiones.


1.3. Agradecimientos.

En primer lugar, es de obligado cumplimiento, el expresar mi más ferviente agradecimiento y admiración por mi Director de Tesis, Profesor Doctor y Catedrático Don Antonio Franco Rodríguez de Lázaro, al que me une una inmensa amistad, que ha guiado mis pasos desde que era un simple alumno en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad San Pablo CEU.

Muchos han sido los momentos de desánimo, de dudas, y siempre he encontrado en su persona un buen consejo, una palabra de aliento. Una de las razones por las que soy economista, es sin duda por su apoyo incondicional.

No he conocido a ninguna persona de más calidad humana y más categoría moral el profesor Franco, sin el cual este trabajo de investigación hubiera sido imposible, y sin lugar a dudas infinitamente más pobre.

Atento siempre a ofrecerme bibliografía, artículos y lo más importante, la riqueza de su reflexión, ha conseguido transmitirme el espíritu de una economía cuantitativa que aspira a medir lo no cuantificable, y que la metodología matemática debe ser útil, práctica y eminentemente real.

A Raquel Ibar, muy especialmente, por ayudarme a recodificar y seleccionar las variables, así como diseñar las técnicas de análisis multivariante junto a mi Director de Tesis. A Pilar Ordás por supervisar este trabajo de investigación. Ambas son grandes profesionales de la enseñanza y de la técnica estadística y sin ellas no podría haber realizado este estudio. Me siento profundamente afortunado de contar con su consejo y su cariño.

A Justo Sotelo Navalpotro, Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad San Pablo CEU por dedicar su tiempo a supervisar el presente trabajo y aconsejarme sobre futuras líneas de investigación que lo complementen.

A Don José Rodríguez de Diego, al que le debo largas horas de conversación sobre la Doctrina Social de la Iglesia que gobierna los principios morales de este trabajo de investigación, y la visión más amplia de un excelente economista, que además de abogado, ha ejercido ambas profesiones con dedicación y esmero.

A Marisa Herranz por ayudarme en la pesada labor de revisión del texto, notas al pié, … sus apuntes sobre el borrador de este trabajo lo han dotado de mayor consistencia, coherencia y claridad.

A don Andrés Gutierrez Catedrático de Matemáticas de la Universidad CEU San Pablo por su ánimo constante y su visión de lo que es la vida universitaria auténtica, y al resto de mis compañeros de departamento a los que me siento tan unido.

Como no, a mis padres, que asumieron los costes de mis estudios y me pusieron en contacto con la realidad de la Empresa Familiar, y por extensión, con el resto de agentes económicos con lo que ha interactuado nuestra empresa.

Finalmente, he de agradecer varios cambios de timón en la formulación de este trabajo a dos Papas: el primero, Juan Pablo II, del que aprendí que las instituciones no son ni buenas ni malas, en sí mismas, ya que la característica ética recae sobre el individuo que es el que actúa bien o mal.  Esto tuvo una especial repercusión en el verano del año 2007 en que empecé a redactar este trabajo, pues todas las consideraciones sobre la bondad de las organizaciones para con la sociedad tomaron una dirección completamente nueva para mí.

Por otro lado, a nuestro actual Papa, Benedicto XVI, quien en su última encíclica “Caritas in Veritate” me ha transmitido la tranquilidad de que lo que aquí se dice no es un mero capricho innovador de la técnica económica, si no una demanda de la humanidad entera que busca recobrar su centro. El concepto de desarrollo en las líneas que siguen está alumbrado por esta encíclica.

Para todos ellos mi más sincero y profundo reconocimiento.