Organizando Jornadas URJC Paradigma Económico Emergente

Francisco Rabadán Pérez 2016
Francisco Rabadán Pérez 2016

Como ya me avisó Carolina Cosculluela, organizar unas Jornadas es un trabajo considerable. Sin embargo, se compensa rápidamente cuando ves que el tema planteado suscita el interés y la ilusión de alumnos, profesores y profesionales.

Una imagen vale más que mil palabras, y más en estos tiempos en que el lenguaje audio-visual se está imponiendo.

A Carolina también se le ocurrió… Oye»¿ Y por qué no grabas un vídeo?

Y tenía toda la razón. El número de impactos en facebook y paraecom.org han aumentado en un 500% en 24 horas.

Quiero agradecer desde aquí a Raquel Ibar, Antonio Franco y Justo Sotelo el prestarse a la grabación de los vídeos que yo mismo he montado.  También a la ACDP por servirnos de escenario para la grabación.


Cum Laude

«Cum laude» es una expresión latina que significa, con alabanza, o laureado, según wikipedia. A mí, el subconsciente me pide traducirla como «con honores», pues así puedo explicar porque se me ha otorgado este título de doctorado.

Antonio Franco y el doctorando Paco Rabadán en la defensa de la tesis doctoral Neofisiocracia. Año 2015
Antonio Franco y el doctorando Paco Rabadán en la defensa de la tesis doctoral Neofisiocracia. Año 2015

He tenido y tengo el inmenso honor de ser alumno de don Antonio Franco Rodríguez de Lázaro, mi principal Director de Tesis, y mucho antes Profesor de Estadística I, Estadística II, Matemáticas,… para más tarde ser mi maestro en cuanto a cómo dar clase ( que es una ciencia), a cómo comprender en detalle todo lo que sé, y lo más importante, a aprender a aprender, a cuestionar sin descartar, a tener una infinita curiosidad atemperada con paciencia. Si a día de hoy la tesis ha salido adelante, después de 8 años (entre el DEA, y los intensísimos últimos cinco años de investigación) ha sido gracias a él, su persecución, ánimo, cuidado y tutela.  Sin él, esta tesis no hubiera visto la luz y se hubiera quedado como tantas otras tesis por el camino.

Era poco el tiempo del que disponía para presentar mi tesis ante el tribunal, y «no procedía» alabar a mis directores de tesis, pero si hubiera podido me hubiera gustado hablar durante horas del mérito, el cariño y el honor que supone ser tan amigo de una persona tan extraordinaria como Antonio Franco. Para mi consuelo, las palabras se las lleva el viento, pero espero que este «post» permanezca en esta página, al menos, lo que yo viva.

Aquellos que tengáis la oportunidad de aprender de él, no la desaprovechéis: preguntarle, hacerle caso, y el os corresponderá con una brújula para aprender a vivir. Es el ejemplo a seguir, por lo menos para este eterno doctorando, ya con un papel que dice doctor.

No hay suficientes palabras, tal vez sólamente una metáfora: Antonio Franco y yo somos familia, no de sangre, pero el vínculo de cariño y respeto es tan fuerte que hace que la sangre sea solo un pequeño detalle. Adjetivos como padre, amigo y hermano surgen de forma natural como si todo ello significase lo mismo, y este tipo de relación sólo la tengo con otra Persona cuyo nombre se escribe siempre con mayúscula.

Si hay honores en esta tésis, la culpa es toda suya. Yo sólo he aportado: trabajo, curiosidad, tesón y fé. La determinación ha sido suya.

Raquel Ibar Alonso en la Defensa de la tesis doctoral de Paco Rabadán. Año 2015
Raquel Ibar Alonso en la Defensa de la tesis doctoral de Paco Rabadán. Año 2015

 

En segundo lugar, dos grandes amigas: Raquel Ibar Alonso y Pilar Ordás del Amo. Las dos fueron compañeras cuando daba clase en el CEU, y desde el principio me apoyaron, me enseñaron, cuidaron y nunca podré agradecérselo lo suficiente. Ambas fueron de hecho, directoras de mi Tesis, pero sólo figura Raquel Ibar, porque Pilar entró a formar parte del INE, y ha aparcado de momento la tesis doctoral. Será siempre más docta que yo, una de las personas más inteligentes que he tenido el placer de conocer. A ella le debemos el acrónimo AIRO, y los primero pasos de la tesis que son los más lentos y desagradecidos, pues como el niño que empieza a andar hay más errores que aciertos, pero sin ellos no hubiera aprendido a caminar.

La aportación de Raquel Ibar ha sido absolutamente fundamental. Su conocimiento del análisis multivariante, que es el motor del análisis cuantitativo de la tesis, ha permitido que alcanzemos conclusiones absolutamente sorprendentes y reveladoras. Sin ella la tesis hubiera sido mucho menos laureada. Raquel ha aportado ese punto de excelencia y elegancia intelectual que hace tan bella la parte cuantitativa. Espero que no perdamos esa inercia de trabajo e ilusión y que sigamos investigando muchos años.

IMG_0238
Javier Ruiz de Arcaute en la defensa de la tesis doctoral de Paco Rabadán. 2015.

Don Javier Ruiz de Arcaute es sacerdote católico y sociólogo, una persona que lleva viviendo toda su vida «la alegría del evangelio», y es el culpable de mi interés por la Sociología con relación a la Economía. Mi forma de abordar el análisis epistemológico tiene mucho que ver con la forma en que nos daba clase: investiga el alumno y comentamos en clase. Este método ha sido el alma mater de la Teoría Económica de Neofisiocracia. Quiero citar también a un Profesor al que he perdido la pista de mi etapa en el instituto, Javier Serradilla, que me inculcó al amor a la sabiduría. Me aportó la semilla para entender y hacer mío em pensamiento y la lógica filosófica. Allí donde estés, toda mi gratitud.

Familia de Paco Rabadán en Defensa de tesis doctoral: Rosario Rabadán (hermana), María José Sayans (esposa), Paco Rabadán (Padre) y Rosario Pérez (Madre)
Familia de Paco Rabadán en Defensa de tesis doctoral: Rosario Rabadán (hermana), María José Sayans (esposa), Paco Rabadán (Padre) y Rosario Pérez (Madre)

Tal vez debería haber encabezado este post con mis padres, porque son la causa primera de mi existencia y sin eso, … Pero este artículo no presume de ordinal. Mi hermana se quejaba de que en los agradecimientos de la tesis había dedicado «pocas» líneas a hablar de ellos, pero es que todo se resume en: ¡Gracias, os quiero! Os debo todo lo que soy.

Mi hermana es la persona más leal que conozco y siempre está, y por eso sé, que siempre estará. Hermanos, con nuestros más y nuestros menos, pero gracias a Dios, cada día hay muchas más que menos. A ella le debemos el reportaje fotográfico.

De mi mujer estoy absolutamente enamorado, y ni puedo ni quiero ser objetivo: a ella la debo toda mi felicidad y tranquilidad que he necesitado para afrontar de forma calmada el estudio de la esencia de nuestra Economía.

Eché mucho de menos a mis difuntos, muy especialmente a mi abuela Encarnación, y a mi difunto suegro Ramón Sayans, pero de alguna manera sé que todos estaban presentes ese día.

 

Tribunal de Tesis Neofisiocracia. AIRO:
Tribunal de Tesis Neofisiocracia. AIRO: Profesores María del Carmen Escribano, Jose María Rioboo, Javier Martín Pliego, Justo Sotelo Navalpotro y María del Carmen García Centeno.

Y como no, honor de haber presentado mi tesis a los miembros del tribunal, y sorpresa e inmensa gratitud por haber otorgado el título de «cum laude». A día de hoy la votación para otorgar este título es a sobre cerrado y de forma anónima, debiendo coincidir todos y cada uno de ellos en la calificación máxima. Esto le da un especial valor, y un matiz muy importante, a este «con honores».

Han sabido sopesar los errores, los aciertos y esas líneas de tesis que se mueven con mentalidad científica sobre arenas movedizas. No es sencilla su labor, y desde aquí les alabo el ejercicio de su puesto más que su dictamen final, que agradezco infinitamente.

Fueron compañeros míos en la Universidad San Pablo CEU, Justo Sotelo, María del Carmen Escribano y María del Carmen García Centeno, y a los tres, los considero autoridades académicas indispensables. Justo Sotelo tiene el don de encontrar el orden en el caos intelectual, en la inmensidad del universo de posibilidades. María del Carmen Escribano es una autoridad en Historia de la Ciencia, y doctora azul turquí, pero por encima de todo es sinceridad, integridad y lógica indiscutible. María del Carmen García Centeno es una autoridad en Econometría, miembro activo de la investigación más puntera en esta disciplina, una trabajadora incansable que logra todo aquello que se propone gracias a su capacidad de trabajo e inteligencia envidiable ( y envidio pocas cosas).

María del Carmen Escribano y Jose María Rioboo
María del Carmen Escribano y José María Rioboo

A don José María Rioboo no tenía el placer de conocerle, pero ha sido un placer escuchar sus observaciones y críticas que tendré muy en cuenta en el futuro. Me quedé con ganas de conversar largamente con él sobre la tesis y otros asuntos. Tal vez tengamos la oportunidad algún día.

Javier Martín Pliego presidiendo el tribunal de la lectura de tesis Neofisiocracia. AIRO.
Javier Martín Pliego presidiendo el tribunal de la lectura de tesis Neofisiocracia. AIRO.

Y por si fuera poca presión defender una tesis, presidiendo el tribunal, tenía a mi jefe en la URJC, don Javier Martín Pliego. Me parece paradójico que la diosa fortuna le haya sentado en el centro de la mesa. La primera clase de Estadística que recibí en la Universidad San Pablo CEU, me la impartió él. Es el referente para la enseñanza de esta disciplina, su número de publicaciones es inmenso y la calidad de sus manuales soporta el tiempo como pocos. Aquel que aprende de los libros de Martín Pliego sabe Estadística de verdad, y esto lamentablemente no ocurre con otros manuales.

De todos los profesores que asistieron a la defensa es el único al que aún sigo viendo con temor de alumno. Supongo que aquella primera clase me dejó tan impresionado que 25 años más tarde, aun sigo viéndole de la misma manera. Haré lo posible para superar esa admiración ciega, aunque no creo que lo consiga.

Francisco López, Pablo Camacho y Luis Pérez Montero
Francisco López, Pablo Camacho y Luis Pérez Montero

Y cómo no, en la retaguardia apoyando silenciosamente mis amigos de toda la vida. En primer plano, mis íntimos Fran «Bardón», y Pablo Camacho y más al fondo otros que andaban saludándose y con los que me hubiera gustado tener fotos, pero uno no puede estar a todos y menos ese día. He tenido la suerte en esta imagen de que aparezca a la derecha Luis Pérez Montero, Profesor de Historia Económica. Espero comer a principios de año con una compañía excepcional de la que he disfrutado mis años de profesor en el CEU.

P.Enrique-Martín

Aquí falta una foto con el Padre Enrique Martín Baena, así que la tomo prestada de «Google». Su especial interés por la tesis promete que colaboremos en el futuro de forma incansable. En cierta forma es nuestra tesis, pues por caminos distintos hemos llegado a los mismos problemas intelectuales y a los mismos focos de preocupación por el futuro de nuestra sociedad.

 

También quiero agradecer la asistencia a mis alumnos de la Facultad a los que intentaré transmitir esa combinación de conocimiento y cariño con la que se me ha educado en la San Pablo.

 

Paco Rabadán en la Defensa de la Tesis Doctoral Neofisiocracia. Método AIRO
Paco Rabadán en la Defensa de la Tesis Doctoral Neofisiocracia. Método AIRO

He seleccionado una imagen de mi persona que creo que resume muy bien mi acitud en la exposición. Intenté ser conciso, contundente y resaltar los aspectos más importantes. Para todos aquellos doctorandos, os recomiendo que dejéis los nervios en la puerta, porque sino no da tiempo mas que para ponerse nervioso. Yo me otorgo el «cum laude» a la templanza, lo más difícil en la exposición fue ser capaz de centrarme en el discurso al margen de mis emociones, que en algún momento me hicieron decir «algún gazapo» que creo que corregí con cierta soltura.

En cualquier caso, jamás seré lo suficientemente objetivo como para valorar esta experiencia que ha acabado en un tribunal. Han sido los años más felices de mi vida, a la busca y captura de la verdad, con la compañía de personas extraordinarias a las que debo todo el mérito de la esta tesis.

Para todos y cada uno de ellos mi homenaje reflejado en una tesis.

Diapositiva introduccion Neofisiocracia AIRO
Diapositiva introduccion Neofisiocracia AIRO

La Ética como mecanismo de ajuste económico. Doctrina Social de la Iglesia.

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

<Viene de>

3.1. Acercamiento al problema ético

La dimensión social del hombre se ha manifestado en dos esferas, la del Derecho y la de la Economía. Ambas son expresión de un conjunto de principios y valores sociales, de un ideario ético y moral, que articulado a través de la Política debería servir para conectar los intereses de los ciudadanos.

Hablar de Economía sin tener en cuenta esta dimensión humana de la sociedad es tanto como hablar de leyes que no tienen en cuenta a los seres humanos que se ven sometidos a ellas. El Derecho regula las actuaciones humanas, y de la misma forma, la Economía debería estudiar el modo en que éstas se desarrollan de forma connatural al ser humano.

La ideología es el motor de los sistemas económicos y jurídicos, por tanto, la ausencia de ideología se traducirá tarde o temprano en una debilidad del sistema y en una pérdida de coherencia de las instituciones con la sociedad.

La ciencia económica debe ser objetiva por propia definición de ciencia y aspirar a encontrar leyes universales, sin embargo, no puede ignorar que los intercambios y las elecciones de los agentes económicos responden a un todo humano más relacionado con la ética, la moral y la psicología que con la causalidad matemática que expresan los modelos marginalistas.

En este sentido la Doctrina Social de la Iglesia recoge toda la tradición de la cultura grecolatina en relación al como “deben ser” las actuaciones de las personas desde un punto de vista ético. A partir del Concilio Vaticano II, la Doctrina Social de la Iglesia viene reflejada en varias Cartas Encíclicas en las que se van dando respuesta a los diferentes problemas que afrontan los seres humanos según las épocas, además de analizar las consecuencias de las ideologías que van surgiendo y de las nuevas relaciones comerciales derivadas de la globalización  que condicionan las circunstancias económicas de la sociedad mundial.

La palabra ética proviene de la palabra griega “ethikos”, que significa ‘teoría de la vida’, y que a su vez proviene de “ethos”, que puede ser traducida como “punto de partida”, “aparecer”, “inclinación” y a partir de ahí, “personalidad”.

Partiendo de esta etimología que anuncia la ética como un principio para abordar la vida y cualquier tema en el que el individuo imprima su condición de ser humano, deberíamos iniciar el estudio de las relaciones económicas.

Existe un debate académico bien conocido en relación a la propia esencia de la empresa capitalista y de su capacidad para la implementación efectiva de las cuestiones éticas en sus estrategias y actuaciones.

La realidad empresarial muestra dos instituciones muy distintas desde el punto de vista ético, según se trate de grandes corporaciones o PYMES, que si bien constituyen dos escenarios bien diferenciados, tanto en uno como en otro caso, comparten un común denominador, el objetivo estratégico de maximización de los beneficios, lo que parece dejar en segundo plano la responsabilidad social de las empresas.

El análisis de la responsabilidad ética puede realizarse a tres niveles: sistema, organización e individuo; si bien dentro del marco de la Doctrina Social de la Iglesia, se concluye que la responsabilidad final recae en la persona, componente último del sistema y de la organización.

El abordaje de las cuestiones éticas en la empresa ha dado lugar al nacimiento de un objeto de estudio que ya ha adquirido el rango de disciplina académica: La Ética Empresarial, donde los avances logrados en el campo teórico no coinciden en absoluto con la actualidad ética de las empresas.

Podemos identificar dos realidades empresariales desde un punto de vista global de la economía internacional:

  1. La de las grandes corporaciones: conformada por un pequeño número, en proporción con el resto de organizaciones de producción. Son grandes grupos económicos que poseen privilegios debido a su hegemonía en el mercado,  influencia que les puede llevar a formar oligopolios y, en algunos casos, monopolios, burlando la protección a la competencia en los distintos marcos legales nacionales. Se trata de empresas, en su mayor parte multinacionales, con dominio en la producción y la comercialización. Paradójicamente, además de ser los “ganadores” del actual sistema son los que resultan más beneficiados por las políticas económicas de los estados, que persiguen los efectos multiplicadores que producen estas empresas en la economía nacional.
  2. La de un gran número de PYMES y microempresas con evidentes dificultades para mantenerse en el mercado, con desventajas notorias en aspectos clavestales como el acceso y el coste del crédito, cargas tributarias regresivas, falta de fomento efectivo al comercio exterior, etc. En realidad estas empresas  terminan con un fuerte grado de dependencia de los grandes grupos mencionados anteriormente, que pasan a ser sus principales clientes y proveedores.

Esta relación, en su doble vertiente, es completamente asimétrica:

  1. En su condición de clientes “indispensables”, los grandes grupos les imponen todo su poder económico, lo que se concreta en una reducción forzada del precio al que compran a las grandes corporaciones y en el atraso en los pagos para obtener ventajas financieras, lo que incluso puede llevar a las PYMES a situaciones de apalancamiento financiero negativo.
  2. En su condición de proveedores, las grandes corporaciones prestan servicios de carácter estratégico y dimensión pública con una fuerte barrera de entrada a los mercados debido al nivel de inversión asociado, y provocan aumentos de precios exorbitantes en un contexto de estabilidad monetaria si no hay una fuerte autoridad política que lo evite, lo que suele ocurrir en países en vías de desarrollo.

La brecha entre esas dos realidades ha alcanzado niveles insostenibles en el largo plazo, mientras muchos gobiernos nacionales por acción u omisión contribuyen a su acrecentamiento, utilizando como argumento más frecuente el de la seguridad jurídica, concepto éste que se esgrime solamente a la hora de defender grandes intereses y que demuestra la subordinación del poder político al poder económico. En este sentido Pablo VI nos dice: “Pero —lo hemos afirmado frecuentemente— el deber más importante de la justicia es el de permitir a cada país promover su propio desarrollo, dentro del marco de una cooperación exenta de todo espíritu de dominio, económico y político” ( Octogesima Adveniens 43)[1]

3.2 Responsabilidad Social vs. resultados económicos.

Desde el fundamentalismo liberal del mercado se toma como objetivo único y excluyente la maximización de los beneficios o del valor financiero de la firma, lo que en términos teóricos presupone un comportamiento determinado de las empresas.

Según Milton Friedman[2],“ En un sistema de libre empresa y de propiedad privada, un ejecutivo es el empleado de los dueños de la empresa. El tiene responsabilidad directa hacia sus empleadores. Esa responsabilidad implica conducir el negocio de acuerdo a sus deseos, que en general serán de hacer la mayor cantidad de dinero posible, teniendo en cuenta las reglas básicas de la sociedad, ya sea que estén reflejadas en el derecho o las prácticas éticas”.

Con esta afirmación Friedman convierte la dicotomía responsabilidad social versus resultados económicos en una equivalencia y, por tanto, desde este punto de vista la única responsabilidad de las empresas es maximizar sus beneficios.

Este razonamiento ha perdido sustentación teórica y práctica, dado que presenta dos inconsistencias:

a) En la teoría. Hoy en día desde el punto de vista de la ciencia económica se cuestiona seriamente el supuesto de comportamiento de maximización, ya que se basa en el presupuesto de que el empresario actúa como un homo economicus, esto es, un ser racional egoísta cuyas acciones están motivadas por intereses meramente personales.

El Premio Nóbel de Economía de 1988 Amartya Sen sostiene que: “El homo economicus no se define ni por el egoísmo ni por sus fines sino por la consistencia lógica de estos fines y el modo en que pretende alcanzarlos”[3]. La figura del egoísmo como principal motivador de las decisiones económicas deja paso a conceptos tales como el altruismo racional que explica el comportamiento racional de quien se interesa por los demás de manera sistemática.  Viene a colación la Carta del Apóstol Santiago que nos dice al respecto: “El egoísmo es la fuente de donde proceden tantas guerras y contiendas…. de las voluptuosidades de ustedes que luchan en sus miembros. Ustedes codician y no tienen”[4].

b) En la práctica: Si suponemos como reglas básicas de la sociedad la libertad y la igualdad de oportunidades, éstas no son posibles si no se verifica la regla básica del juego de mercado: La competencia.

La realidad económica mundial está regida por mercados imperfectos, no competitivos, y por la falta de una adecuada regulación, lo que provoca un progresivo deterioro de las condiciones sociales donde la concentración económica arrastra al desempleo y a la expulsión del mercado. En este marco la libertad es más retórica que real al quedar disociada de la equidad.

El determinismo del “homo economicus” que apuntala el paradigma neoliberal resulta a todas luces insuficiente para mantenerlo en pie frente a la prueba de fuego de las “imperfecciones” del mercado que la empresa privada no quiere solucionar, y el Estado no puede corregir. “ Al parecer algo esta haciendo tambalear los cimientos del capitalismo”, señala Lester Thurow[5].

El desarrollo económico debe tener como objetivo mejorar las condiciones en las que el ser humano se desenvuelve y no puede beneficiar a unos pocos a costa del perjuicio de muchos. En este sentido Pablo VI nos dice en su Carta Encíclica “Gaudium et Spes”[6], “La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común -esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección- se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano. Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana”, y por otro lado en “Populorum Progressio[7]:, «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Por ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».

3.3 La realidad empresarial global y la Ética.

La globalización de la economía ha sumergido a la actividad empresarial en un contexto de cambios vertiginosos que afecta a los aspectos más relevantes de su entidad: la propiedad y el gobierno, la internacionalización de los mercados actuales y potenciales, los cambios tecnológicos,  etc.

Respecto de los cambios en la propiedad de las empresas hay que distinguir entre las grandes y las pequeñas empresas.

En las grandes corporaciones, el capital está despersonalizado siendo fácilmente transmisibles las acciones o participaciones de capital, lo que se concreta, actualmente, en una era caracterizada por una continua ola de fusiones y adquisiciones, y por otro lado, de privatizaciones de empresas y servicios públicos justificadas por la supuesta mejor eficiencia económica del sector privado. En la mayor parte de los casos a todo este tipo de operaciones le siguen planes de regularización de plantilla, con lo que la reducción de costes en mano de obra son los que impulsan el aumento del beneficio a costa del deterioro económico de multitud de familias.

El “ethos” o credo de la organización sufre procesos de reformulación constante donde entran en juego múltiples factores ya sean culturales, económicos o psicológicos, pero fundamentalmente la continua entrada y salida en los Consejos de Administración y en la Dirección de la empresas de profesionales en función de los resultados económicos de los que son responsables, es la causante de esta falta de continuidad en los valores de la cultura empresarial de la gran corporación. El reposicionamiento empresarial lo realizan estrategas y directivos nuevos o con mandatos recién renovados que quieren empezar “con buen pie” para hacerse notar como valiosos en el seno de la empresa y mejorar su valoración como profesionales.

Esto origina una preocupante falta de definiciones concretas y estables en el tiempo sobre las políticas en las que la empresa se relaciona con su entorno de responsabilidad social: clientes, empleados, accionistas, proveedores, comunidad en general, medio ambiente, etc.. En la práctica, no se da la apertura de visión  que la ciencia de la Dirección Estratégica exige a los miembros de los Consejos de Administración hacia todos “los que apuestan” por la empresa: tanto los “stockholders” (accionistas) como los“stakeholders” (aquellos no accionistas pero que tienen una relación con la compañía).

En la gran corporación no se perciben mecanismos o procesos de control ético identificables institucionalmente.

La ausencia de una visión ética de la firma proyectada en el tiempo, remite automáticamente al objetivo cuantificable y demandado por los accionistas: la maximización de los beneficios. Esto genera lo que ha dado en llamarse “miopía de los ejecutivos” que tratan de salvar la gestión en las evaluaciones a corto plazo sin preocuparse en absoluto de las consecuencias económicas o de otra índole en el largo plazo.

Sería injusto negar la capacidad de responsabilidad moral de los directivos y estrategas de las empresas capitalistas, pero sin embargo, ésta se encuentra gravemente distorsionada por unas reglas del juego que muchas veces penalizan las actuaciones de carácter ético.

En las pequeñas empresas se integran en el mismo individuo la figura de la propiedad y del gobierno, lo que si bien impregna a la compañía de una dimensión mucho más humana y por tanto ética, ante determinadas condiciones de mercado, como una atroz y despiadada competencia, no queda margen para distraer la atención de los resultados. Tengamos en cuenta que en gran parte de las ocasiones el pequeño empresario realiza su actividad para mantener a su familia y generar una alternativa más ventajosa que la que ofrece el mercado de trabajo.

Llevando a últimos extremos la línea de pensamiento de Milton Friedman la responsabilidad social circunscrita exclusivamente a los beneficios se impone como una “ética de la supervivencia”, prevaleciendo arraigado un concepto propio del darwinismo social, la supervivencia del más apto[8].

Sirva como resumen de esta línea de pensamiento la famosa anáfora de John D. Rockefeller: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto… La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su hermosura y el perfume que nos encantan, si sacrificamos otros capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios. Es, meramente, el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”[9].

Más cercana en el tiempo y en el espacio, en el contexto español, la CEOE[10] señala “ … en ningún caso, se debe cuestionar la función principal de la empresa de crear riqueza y empleo, y en el carácter voluntario de las actuaciones de este tipo, frente a imposiciones o nuevas obligaciones directas o indirectas que a menudo se proponen desde diversos ámbitos”.

Por un lado somos conscientes de la crisis del dogma fundamentalista neoliberal que establece como prioridad en las organizaciones capitalistas la maximización de los beneficios, basándose en el presupuesto simplista del “homo economicus” neoliberal, frente a cualquier otra responsabilidad y por otro lado, reconocemos que en realidad seguimos adelante según el mismo principio, ya sea por la lucha por el posicionamiento de los directivos en las grandes empresas, o por la desesperación de los pequeños empresarios ante situaciones extremas, pero sobre todo, la causa última es la falta de una visión trascendente en el esquema económico.

3.4 El doble discurso de las grandes corporaciones respecto a su Responsabilidad Social.

Son frecuentes las noticias que recibimos a través de los “mass media” sobre los ingentes esfuerzos que realizan las grandes empresas para beneficiar a los grupos externos a ella con los que mantiene relaciones a través de su entorno. Utilizan normalmente tres formas de ayuda:

a)    En la comunidad: a través de obras filantrópicas, donaciones a escuelas, creación de fundaciones, colaboraciones con organizaciones no gubernamentales,  aportaciones a organizaciones sin ánimo de lucro, …

b)   Con las personas: brindando puestos de trabajo a discapacitados, aportaciones a planes de pensiones, ayudas a la formación, … y

c)    En el medio ambiente: fomento del uso de agentes no contaminantes,  adhesión a normas internacionales, inversión en energías alternativas, certificaciones de calidad medioambiental,….

Sin embargo, se observa como paradigma la discriminación internacional en la Responsabilidad Social Corporativa de las empresas (RSC). La mayoría de las multinacionales emplean distintas políticas de personal, ambientales y comerciales, en algunos casos casi opuestas, dependiendo de si operan en países del primer mundo o en países en vías de desarrollo. En términos prácticos, sería propio diferenciar entre la gestión de la Responsabilidad Social respecto al Primer Mundo, el Segundo Mundo y el Tercer Mundo, lo que lleva implícito un alto grado de hipocresía.

El objetivo último de estos “maquillajes morales” no tiene nada que ver con la ética, si no más bien con el marketing estratégico y particularmente con la imagen de marca y desde un punto de vista más pragmático, con aspectos más puntuales en relación a la opinión pública para seguir manteniendo el privilegio que tienen en el mercado, como pueden ser las concesiones administrativas o las ventajas fiscales según su aportación a la comunidad.

Jorge Etkin llama a está forma de hipocresía institucional, modelo perverso de organización, donde: “la cuestión pasa por la representación y el ejercicio que los dirigentes hacen del poder, instalando un cambio en lo aparente y manteniendo el control en lo profundo”[11].

A menudo vemos que las empresas se autoimponen exigencias éticas; sin embargo, en ocasiones, éstas revisten un carácter reactivo, esto es, mientras se habla de ética se persiguen otros objetivos. Al respecto, Josep Lozano[12] afirma: “ En definitiva lo que se reclama es más ética pero lo que se quiere es más control”. Cuando se impone esta voluntad perversa, los códigos de empresa y la propia cultura empresarial pierden todo su significado y se convierten en un código subliminal de manipulación de los miembros de la empresa. Si se formula la cuestión ética exclusivamente como una herramienta para minimizar o evitar el fraude, estamos banalizando su contenido, ya que cíclicamente se vuelve al objetivo de aumentar los beneficios por encima de cualquier otro tipo de responsabilidad.

Tradicionalmente se le asigna a la Ética el papel de reductora de los beneficios empresariales, sin embargo depende de la amplitud con la que utilicemos el  concepto que esta afirmación sea cierta. Si por beneficio empresarial entendemos las plusvalías que una institución económica genera para los grupos de interés con los que se relaciona, y no exclusivamente con su accionariado, la ética es un medio de creación de valor pues en la toma de decisiones siempre se tendrá en cuenta las consecuencias sobre terceros, beneficiando por tanto el bien común que supera con creces la rentabilidad del accionariado.

El análisis de la responsabilidad ética lo podemos analizar desde tres perspectivas:

a)    desde el sistema económico, que incluye a todas las organizaciones ya sean públicas o privadas y a todos los individuos en sus diversas perspectivas de consumidor y trabajador,

b)   desde la organización, analizando en cada caso a las distintas organizaciones empresariales, las consecuencias de su organización y las relaciones con su entorno, y

c)    desde el individuo, es decir, analizando la postura del empresario que ostenta el gobierno de la empresa, o de los Consejos de Administración, en que los Consejeros son responsables de la Estrategia empresarial.

En el sistema es donde percibimos la necesidad de enfrentar las graves formas de injusticia y marginación social, pero éstas en gran medida son originadas por las actuaciones de las empresas. Aún cuando hay quienes sostienen que la ética vive en una sociedad de organizaciones y no en una sociedad de individuos, cabría preguntarnos ¿Son estas organizaciones sujetos de asignación de responsabilidad en cuestiones de ética y moral?

Juan Pablo II en la Carta Encíclica “Reconciliatio et Paenitentia” nos aporta una sabia respuesta en este sentido: “Ahora bien la Iglesia cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos sociales, más o menos amplios, o hasta de naciones enteras, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad, de quien pudiendo hacer algo por evitar, eliminar, o, al menos, limitar determinados males, omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia, de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior. Por lo tanto las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una situación – como una institución, una estructura, una sociedad –no es, de suyo, sujeto de actos morales; por lo mismo no puede ser buena o mala en sí misma”[13].

El hombre es el ser ético y no la organización. Es el hombre de empresa, ya sea en su condición de propietario o de directivo, quien tiene la responsabilidad de exigir e implementar la dimensión ética en la empresa, que por mera dinámica de carácter transitivo se acabará trasladando al sistema económico.

No se trata de cuestiones fáciles de solucionar, sino de enfrentarse a constantes dilemas donde el norte debe ser siempre el bien común, entendido éste como el marco social de desarrollo total de la persona humana, “de todo el hombre y de todos los hombres” en palabras de la encíclica “Populorum Progressio[14].

Nadie está libre después de haber adoptado alguna decisión gerencial, de recordar lo dicho por San Pablo “Pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto[15].

“Tomar decisiones éticas es fácil cuando los hechos son claros y las opciones son blanco y negro. Pero distinto cuando la situación es ambigüa, la información que tenemos es incompleta, existen múltiples puntos de vista y responsabilidades cruzadas. En tales situaciones – que los managers viven a diario – las decisiones éticas dependen tanto del proceso de decisiones cuanto de la inteligencia e integridad de quien toma la decisión”  Kenneth Andrews[16]

En este sentido, la ética debe extenderse a todos los niveles de la organización, desde la perspectiva estratégica, que dirige la empresa hacia el largo plazo y establece los objetivos de futuro, como a la Dirección, que implementa los procesos que hacen posible la voluntad del estratega, para que en dicho contexto sea posible tomar la decisión ética adecuada por todos y cada uno de los miembros de la empresa.

Por ello, el compromiso debe comenzar desde arriba. Son la gerencia y la dirección quienes tienen la mayor responsabilidad en la creación de un clima ético en la organización. Sin embargo, incluso la ausencia absoluta de éste, no puede servir de excusa para la omisión de la ética en los estratos inferiores. Todos tenemos algo que aportar para hacer más ético nuestro ámbito de trabajo.

Según la Doctrina Social de la Iglesia, debemos considerar la responsabilidad del gobierno de la empresa como un don recibido de Dios: “para hacerlo fructificar, nos toca sembrar y recoger. Si no lo hacemos se nos quitará incluso lo que tenemos. ”[17]

Nos acercamos peligrosamente a la unificación del estereotipo del ejecutivo de empresa con el concepto de Hombre Light propuesto por Rojas[18] como:  “Un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo – consumismo – permisividad – relativismo. Todos ellos enhebrados por el materialismo”.

El individuo desposeído de un compromiso trascendente es simplemente una pieza más del engranaje de una sociedad deshumanizada que fomenta la huida de cualquier tipo de valor ético. Ante esta situación debemos enfrentar a los valores de la sociedad nihilista, los valores que impone la responsabilidad ética oponiendo la sinceridad a la hipocresía, la solidaridad al individualismo, el esfuerzo personal al hedonismo y  la generosidad al egoísmo.

A nivel individual, el hombre es absolutamente responsable desde un punto de vista ético y no puede caer en la trampa de la declamación a la que se recurre a nivel organizacional, ya que el compromiso es personal. Un gran peligro a tener en cuenta dentro de la vorágine empresarial, es el adormecimiento o la deformación de nuestra conciencia. Esto nos puede llevar a la construcción de una “ética a medida”.

“Somos responsables ante nuestra conciencia, testigo último de Dios. Pero también somos responsables de nuestra conciencia”[19].

No debemos caer en la tentación de tolerar socialmente a quienes se niegan a adoptar las conductas morales que nuestros tiempos exigen pues provocan la erosión de credibilidad en nuestra propia forma de actuar.

Las presiones extremas por obtener resultados de forma inmediata, generan una carga de tensión y/o agresividad que dependiendo de la actitud de la jerarquía, producen un efecto multiplicador dentro de la organización, y que por nuestra condición de seres sociales se traslada desde la organización a la sociedad entera.

La sociedad de nuestros tiempos vive dominada por el recelo y la desconfianza, motivada por las experiencias de despidos injustos, situaciones de explotación ante la que no hay defensa, acoso, … y todo tipo de dinámicas generadas por “la ley del más fuerte” en términos económicos.

La reacción en el individuo suele ser de defensa y diametralmente opuesta a lo que se espera de él, según el principio: “hoy les tocó a ellos, pero mañana, me puede tocar a mí”. En este contexto no se puede sembrar el sentimiento de pertenencia y solidaridad necesario para viabilizar la productividad y eficiencia en el largo plazo. El grado de cohesión interna constituye uno de los principales factores de poder de las organizaciones.

Las personas que disponen de un buen ambiente, educación y oportunidades constituyen mejores empleados, clientes y vecinos. Hombres sin proyectos personales trascendentes no pueden formar empresas con proyección en el tiempo.

El gran desafío es desarrollar nuestra inteligencia sin hacer concesiones a nuestra conciencia, para ir transformando las empresas donde trabajamos de escenarios de supervivencia en escenarios de convivencia.


3.5 Caritas in Veritate.

«Caritas in veritate» es la tercera encíclica del Sumo Pontífice Benedicto XVI. El 25 de enero de 2006 publicó su primera encíclica, sobre el tema de la caridad y del amor divino, titulada «Deus caritas est» («Dios es amor»). Su segunda encíclica fue lanzada en noviembre del 2007 con el título «Spe salvi» («Salvados por la esperanza»), en la que analiza sobre todo el pesimismo y el materialismo que sacude a los europeos. Esta tercera encíclica es la número 296 de la historia de la Iglesia Católica.

En las primeras páginas de esta Carta, Benedicto XVI retoma las temáticas sociales de la encíclica «Populorum progressio», escrita por Pablo VI en 1967 y firmada también el día de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo del mismo año. Por otro lado, «Caritas in veritate» conmemora también la encíclica social de Juan Pablo II, «Sollicitudo rei socialis», publicada en 1988 y en la que se abordaba el drama de la desigualdad y del desarrollo social. Se sitúa en la misma línea del magisterio marcada por León XIII en 1891, con la redacción de «Rerum Novarum» sobre el capital y el trabajo, continuada 40 años después con la «Quadragesimo Anno» de Pío XI y otros 30 años más tarde con la «Mater et Magistra» de Juan XXIII. El mismo Juan Pablo II escribió otras dos encíclicas sociales, además de la ya citada, conmemorando el centenario de «Rerum Novarum» con su «Centessimus Annus» en 1991. Benedicto XVI continúa claramente esa gran tradición, enmarcando la Doctrina social en los tiempos actuales.

A diferencia de sus anteriores encíclicas, redactadas de principio a fin por el propio pontífice, «Caritas in veritate» es fruto del trabajo de distintos obispos y cardenales expertos en temas de pobreza y desarrollo. Se especula que el viaje que realizó a África anteriormente, el continente más pobre del planeta, podría haberle ayudado a sacar conclusiones y a finalizar el documento.

Esta tercera encíclica, «Caritas in veritate» («La caridad en la verdad»), propone una nueva síntesis humanista que permita afrontar los retos de la globalización.

Explica cómo la caridad es el pilar sobre el que debe reedificarse la sociedad.

“La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf.Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.”[20]

Prosigue que “los aspectos de la crisis y sus soluciones, así como la posibilidad de un futuro nuevo desarrollo, están cada vez más interrelacionados, se implican recíprocamente, requieren nuevos esfuerzos de comprensión unitaria y una nueva síntesis humanista». Señala que la actual crisis económica «ha nacido de un déficit de ética en las estructuras económicas”.

El concepto que plantea de desarrollo supera las esferas económicas y tecnológicas para referirse a un todo humano, así indica que “no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desequilibrios”.

Hace especial énfasis en la dificultad que supondrá en el futuro el mantenimiento de la Justicia Social a nivel global,…“desde el punto de vista social, a los sistemas de protección y previsión, ya existentes en tiempos de Pablo VI en muchos países, les cuesta trabajo, y les costará todavía más en el futuro, lograr sus objetivos de verdadera justicia social dentro de un cuadro de fuerzas profundamente transformado”.

El Sumo Pontífice resalta al valor que supone la vida humana y hace notar el desprecio que de forma encubierta muestra nuestra sociedad global del S. XXI. Esto supone una de las peores formas de pobreza… “Uno de los aspectos más destacados del desarrollo actual es la importancia del tema del respeto a la vida, que en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. Es un aspecto que últimamente está asumiendo cada vez mayor relieve, obligándonos a ampliar el concepto de pobreza y de subdesarrollo a los problemas vinculados con la acogida de la vida, sobre todo donde ésta se ve impedida de diversas formas”.

La inversión de la pirámide poblacional en las economías del primer mundo, supone un gran peligro tanto desde la perspectiva moral, como desde la perspectiva económica. Los sistemas de Justicia Social tienen grandes dificultades debido a que no hay una masa trabajadora capaz de sostener a las generaciones que dependen de las prestaciones sociales. La familia y la concepción de nuevos hijos son valores en crisis que deberían ser estimulados por las autoridades, pues de ellos depende la riqueza de las generaciones futuras.

El Papa reivindica los derechos de los trabajadores y les invita a dar vida a asociaciones de trabajadores para defender sus derechos y establecer nuevas sinergias en el ámbito internacional y local. Continúa con la tradición de la doctrina social de la Iglesia, y particularmente en la línea de la «Rerum Novarum».

El Papa Benedicto XVI señala que «la movilidad laboral, asociada a la desregulación generalizada» es un desafío que exige una adecuada respuesta para que no suceda que «la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad y la desregulación» se haga «endémica» generando «formas de inestabilidad psicológica, de dificultad para crear caminos propios coherentes en la vida, incluido el del matrimonio».

“Se sigue produciendo ‘el escándalo de las disparidades hirientes’. Lamentablemente, hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. La falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores es provocada a veces por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local. Las ayudas internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios”.

Refiriéndose especialmente a los gobernantes, el Santo Padre índica que “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: ‘Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”. Sostiene que el nuevo contexto económico-comercial y financiero-internacional requiere de una revalorización del rol de los Estados. Por ello, invita a los sindicatos a instaurar nuevas sinergias a nivel internacional para enfrentarse a la reducción de las redes de seguridad social.

Al hablar del problema del hambre en el mundo, el Pontífice se refiere a él como desafío, y añade que hace falta un sistema de instituciones capaces de asegurar el alimento, así como la maduración de una «conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones. Es importante destacar, además, que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales».

El Papa resalta la relación entre la negación del derecho a la libertad religiosa y el desarrollo y añade… «La violencia frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista, que causa dolor, devastación y muerte, bloquea el diálogo entre las naciones y desvía grandes recursos de su empleo pacífico y civil».

La nueva realidad global plantea desafíos nuevos que hacen necesarios nuevos planteamientos y reflexiones… “Las grandes novedades que presenta hoy el cuadro del desarrollo de los pueblos plantean en muchos casos la exigencia de nuevas soluciones. Éstas han de buscarse, a la vez, en el respeto de las leyes propias de cada cosa y a la luz de una visión integral del hombre que refleje los diversos aspectos de la persona humana, considerada con la mirada purificada por la caridad”, dice Benedicto XVI en la «Caritas in veritate».

«Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres».

El Papa subraya también la «convergencia entre ciencia económica y valoración moral. Los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos» y explica que «reducir el nivel de tutela de los derechos de los trabajadores y renunciar a mecanismos de redistribución del rédito con el fin de que el país adquiera mayor competitividad internacional, impiden consolidar un desarrollo duradero».

«La novedad principal ha sido el estallido de la interdependencia planetaria, ya comúnmente llamada globalización”, resalta el Papa y expresa que “una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar».

El Papa hace referencia a la necesidad de comunión entre los miembros de la familia humana, que lejos de vivir aislados, deberían unirse por los lazos de la fraternidad y lograr las metas pendientes: la superación del hambre en el mundo, la convivencia intercultural y el desarrollo integral de toda la especie humana,  «el desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro», Benedicto XVI afirma que el «desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz».

Al referirse a las  religiones para el desarrollo integral, el Pontífice reitera que «la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa ‘carta de ciudadanía’ de la religión cristiana»… y hace una distinción entre las religiones que fomentan el desarrollo y la comunión de los seres humanos, y aquellas que fomentan el individualismo, especialmente aquellas que plantean un resurgimiento del Panteísmo.

En relación al Sistema Financiero, el Papa plantea que la especulación no puede poner en riesgo a la economía real y plantea, en términos económicos, una necesidad de regulación «del sector capaz de salvaguardar a los sujetos más débiles e impedir escandalosas especulaciones, cuanto la experimentación de nuevas formas de finanzas destinadas a favorecer proyectos de desarrollo, son experiencias positivas que se han de profundizar y alentar, reclamando la propia responsabilidad del ahorrador».

En relación a los movimientos migratorios y su implicación con el desarrollo, el Papa considera que la política que sirva de la mejor manera a responder a este desafío «hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos (…) Ningún país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales».

«El verdadero desarrollo no consiste principalmente en hacer. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser», alerta luego el Santo Padre.

El Pontífice también habla del lugar de los medios de comunicación ante el desarrollo y explica que estos deben estar «centrados en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural».

Este trabajo de investigación entronca plenamente con el concepto de desarrollo de la encíclica “Caritas in veritate”. Desarrollo Humano no es solo la mejora de las magnitudes macroeconómicas o alcanzar determinadas cotas tecnológicas. El supuesto nivel de desarrollo de los países más ricos no es estrictamente desarrollo humano si supone una perdida cultural, una caída de la Justicia Social y una perdida de identidad de los seres humanos.

“Caritas in veritate” significa ante todo dos elementos esenciales. Por un lado, “Caritas” que se refiere al amor altruista que no persigue otra contraprestación que no sea la de beneficiar al prójimo por amor hacia él, y por otro, “In Veritate”, dónde la verdad es el don que Dios nos ha otorgado a todos los hombre, ya que todo es verdad en Él, y Él es fundamento de toda verdad.

En relación a la libre competencia, el Santo Padre, revela que deben darse oportunidades de acceso a la economía real a las instituciones que prestan sus servicios desde la gratuidad, pues en ocasiones éstas son injustamente relegadas desde diversos ámbitos y no se valoran sus aportaciones.

El Santo Padre advierte de la necesidad de la Economía de la Caridad, en una sociedad que casi no reconoce el significado de esta forma de relación entre los hombres. Hace un profundo hincapié en la necesidad de la verdad como algo absoluto por encima de juicios opináticos.

La gran cuestión ética de nuestros tiempos es la posibilidad de un hombre moral si no existe un basamento transcendente, esto es, si existe la posibilidad de un comportamiento ético sin Dios.

 

 

 


[1] Pablo VI S.P., OCTOGÉSIMA ADVIENS, Carta Apostólica, al Sr. Cardenal Mauricio Roy, Presidente del Consejo por los seglares y de la Comisión Pontificia «Justicia y Paz» en ocasion de la Encíclica Rerum Novarum (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1971).

[2] Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Madrid: Ediciones Rialp, 1966).; Vease también, Milton Friedman, «The Social Responsability os Business is to Increase its Profits,» The New York Times Magazine, Sept. 1970.

[3] Amartya K. Sen, Rational fools: a crtique of behavioral foundations of economic theory, ed. Jane J.Mansbridge (Chicago: The University of Chicago Press, 1990).

[4] Sant. 4, 1s

[5] Lester C. Thurow, The Future of Capitalism: How Today’s Economic Forces Will Shape Tomorrow’s World (London: Nicholas Brealey Publishing Ltd, 1996).

[6] S.P. Pablo VI, GAUDIUM ET SPES, Carta Encíclica (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1975).

[7] S.P. Pablo VI, POPULORUM PROGRESSIO, Carta Encíclica, a los Obispos, Sacerdotes, Religiosos y fieles de todo el mundo y a todos los hombres de buena voluntad sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1975).

[8] André Pichot, La société pure. De Darwin à Hitler (Paris: Flammarion, 2002).

[9] La frase fue pronunciada en una conferencia escolar, y está citada en Richard Hofstadter, Social Darwinism in American Thought (New York: Georg Brazilier, 1959).. El texto original en inglés es: The growth of a large business is merely a survival of the fittest…. The American Beauty rose can be produced in the splendor and fragrance which bring cheer to its beholder only by sacrificing the early buds which grow up around it. This is not an evil tendency in business. It is merely the working out of a law of nature and a law of God.

[10] CEOE, «La Empresa y la Responsabilidad Social,» Confederación Española de Organizaciones Empresariales (Madrid, 2006).

[11] Jorge Etkin, La Doble Moral de las Organizaciones (Madrid: Mc Graw-Hill, 1993).

[12] J.M. Lozano, Ética y Empresa (Barcelona: Trotta, 1999).

[13] S.P. Juan Pablo II, RECONCILIATIO ET PAENITENTIA, Exhortación Apostólica Post-sinodal, al Episcopado al Clero y a los fieles sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia de hoy (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1984).

[14] Opus Cit. 25

[15] Rom 7,15

[16] K. Andrews, «Can the Best Corporations Be Made Moral?,» Harvard Business Review, Mayo-Junio 1973.

[17] S.P. Juan Pablo II, SOLLICITUDO REI SOCIALIS, Carta Encíclica (Libreria Editrice Vaticana, 1987).

[18] E. Rojas, El hombre light: una vida sin valores, tercera (Buenos Aires: Planeta, 1992).

[19] Conferencia Episcopal Francesa, Catecismo para adultos (Bilbao: Desclee de Brouwer, 1993).

[20] S.P. Benedicto XVI, CARITAS IN VERITATE, Carta Encíclica (Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2009).

Economía: Historia, Mitos y Economía Simbiótica.

simbio

Estracto del trabajo de investigación: Economía Simbiótica.
Consecuencias Macroeconómicas de los agentes económicos en el bienestar social.El caso particular de la Empresa Familiar.

21/07/2009

Autor: Francisco Rabadán Pérez

DEA Universidad San Pablo CEU

<Viene de>

2.1. Los mitos de la Ciencia Económica.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua[1], adoptamos la definición de mito que sigue: “Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”.

En este sentido, los siguientes subepígrafes van a dedicarse a resaltar que la ciencia económica esta repleta de presupuestos o mitos sobre el comportamiento humano que habitualmente se pasan por alto debido a que están completamente asumidos en el pensamiento de los economistas. Presupuestos o mitos que surgieron en su momento para resolver problemas concretos al tratar de   modelizar realidades económicas, o para evitar dificultades a la hora de defender determinados planteamientos económicos.

El caso más llamativo es el del marginalismo, gobernado por presupuestos idealizados de lo que es la realidad económica para poder acometer un análisis basado en el cálculo diferencial sobre el comportamiento de los agentes económicos. De esta forma de pensamiento, nace el concepto de “competencia perfecta” en el que se supone que los agentes económicos concurren al mercado en igualdad de condiciones.

El mercado en el marginalismo es un punto de encuentro de dos fuerzas, oferta y demanda, que se definen de forma despersonalizada sin tener en cuenta a los individuos que participan en la negociación y suponiendo siempre un comportamiento racional. Las transacciones actuales se ajustan bastante a este patrón, sobre todo cuando se cierran de forma anónima. Sin embargo, no podemos olvidar que el hombre expresa su humanidad también a través de las relaciones económicas.

Otro supuesto asumido plenamente es que el dinero es la unidad de medida de todas las cosas y que a través del precio se refleja el encuentro perfecto de oferta y demanda.

Un último mito es el de considerar que el pensamiento económico surge a partir de Adam Smith, y que todo lo anterior no tiene el rango de ciencia, con el agravante de suponer que el padre de la Economía Moderna respalda la figura de un “homo economicus” ampliamente utilitarista.

De todas y cada una de estas cuestiones nos ocuparemos a continuación.

2.2.  Las transacciones económicas en el pasado.

“Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las    hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.” (Marco Aurelio, Meditaciones)[2]

La cooperación entre seres humanos para conseguir fines comunes y propios es tan antigua como la humanidad. Sin embargo, no lo son los usos y costumbres de las distintas culturas en el comercio a lo largo de la Historia, ni los fines y medios considerados como adecuados y deseables. Éstos siempre han sido consecuencia de la cultura de la nación, entendida como un conjunto de valores éticos, jurídicos y religiosos comunes a un grupo humano que se identifica a sí mismo como tal.

En la antigüedad el comercio nunca fue algo anónimo. Los grandes comerciantes eran por encima de todo, personas precedidas de una gran reputación. Los grandes acuerdos se basaban en la reputación de los agentes y en la búsqueda de la satisfacción mutua en el intercambio.

El surgimiento de los grandes imperios comerciales del Mediterráneo antes de Cristo fue consecuencia de este tipo de actuaciones. En muchas ocasiones, el comercio entre nuevas culturas comenzaba sin conocer los usos y costumbres de los nativos, y mucho menos su lenguaje, pero los principios de honestidad y reputación servían de vehículo para formalizar los intercambios comerciales.

Como prueba de ello podemos contemplar este texto del historiador Herodoto: “Los habitantes de Cartago también relatan lo siguiente: Hay un país en Libia, y una nación, más allá de los pilares de Hércules, los cuales ellos no quieren visitar, solamente quieren llegar y, lo más pronto posible, descargar sus mercancías, ordenarlas en una forma adecuada a lo largo de la playa, y, calculando a simple vista, dejan la cantidad de oro que ellos creen que vale la mercancía, y luego se retiran a una prudente distancia. La gente de Cartago se acerca al litoral y miran. Si ellos consideran que hay suficiente oro, lo toman y continúan su camino, pero si piensan que no es suficiente, regresan a bordo del navío y esperan pacientemente. Luego los otros se aproximan y añaden más oro, hasta que los de Cartago estén contentos. Ninguno de los grupos es tratado injustamente por el otro: ya que ninguno de ellos toca el oro hasta que se llega al precio correcto de sus artículos, ni los nativos se llevan la mercadería hasta que el oro es tomado por los otros.”[3]

Podemos observar el profundo respeto que se respira en el intercambio comercial antiguo, la confianza depositada de un pueblo en otro. Las mercancías eran dispuestas para ser examinadas sin que nadie temiera su robo, el oro era puesto a disposición para ser examinado sin que nadie lo protegiera o supervisara la cantidad entregada. El trato solo era cuestión de tiempo y de acuerdo entre las partes. Esto a día de hoy, según nuestra cultura, parece algo impensable.

Algo no menos llamativo es el concepto utilizado por Herodoto de “trato justo” del que se desprende que para que éste exista, ambas partes deben quedar satisfechas respetándose el criterio de cada una.

Una reciente publicación de Habib Chamoun-Nicolás, “Negociando como un fenicio”[4], analiza el modo en que comerciaban los fenicios e intenta traer a nuestros tiempos su modo de negociación de forma actualizada.

La premisa fundamental en la negociación fenicia es anteponer el ser humano como tal a la propia negociación. Los fenicios intentaban, por encima de todo, satisfacer al ser humano con el que negociaban a través de profundas relaciones, que con frecuencia llegaban a convertirse en vínculos de amistad entre individuos, familias e incluso reinados.

Como explica el Dr. Chamoun, la construcción de la monumental obra arquitectónica del Templo del Rey Salomón, documentada por historiadores y por el Antiguo Testamento, sólo fue posible debido a la confianza ilimitada entre el Rey Hiram de Tiro y el Rey Salomón. Salomón transmitió las inmensas necesidades de materiales que requería para el Templo a Hiram sin acordar previamente un precio. Ambas partes se comprometían a cubrir las necesidades del otro basándose en una confianza absoluta. Metafóricamente, Salomón dio un cheque en blanco a Hiram al que trataba como hermano. La palabra de ambos monarcas fue suficiente contrato y ambos quedaron completamente satisfechos.

Lo fundamental no eran los beneficios materiales que se esperaban de los negocios, si no una aspiración más compleja y menos material de satisfacción humana.

Esto da una especial ponderación a las peculiaridades de cada agente económico en el proceso de negociación y hace evidente que las transacciones tal y como hoy son entendidas no son la única forma de negociar.

Es difícil que en la actualidad se pueda negociar estrictamente como lo hacían los fenicios (dejar las mercancías en una playa o dar un cheque en blanco), pero sí conceptualmente, sobre todo en lo que se refiere a negociaciones cotidianas entre individuos, ya sean personas físicas, organizaciones pequeñas o macro-instituciones. Todas ellas deberían fomentar las relaciones comerciales basándose en la reputación de los agentes, en su calidad de relación como seres humanos y en la necesidad de satisfacer, no sólo los aspectos económicos si no el mutuo desarrollo desde una perspectiva integral.

Esta concepción del negocio se ha visto profundamente amenazada por dos acontecimientos. Por una parte, la aparición del dinero que ha fomentado los intercambios económicos trasladando la importancia de las operaciones a su volumen y al margen comercial en términos fiduciarios, haciendo casi invisibles el resto de satisfacciones que procura la negociación. Y por otra, la profusión de las sociedades mercantiles a partir del renacimiento europeo, y más específicamente, las sociedades anónimas, que basan su capacidad negociadora en la calidad y precio de los productos, restando importancia a la identidad de los negociadores, y alejando la negociación de los consumidores finales hacia los comerciantes-intermediarios de la cadena de valor, motivados únicamente por obtener el máximo diferencial dinerario posible en sus operaciones.

La Historia nos recuerda que las transacciones económicas no son sólo encuentros entre una función de demanda y una función de oferta, sino algo mucho más rico y más humano en donde intervienen infinitud de variables como la confianza unida a sus mil y un matices culturales. La transacción económica no debe ni puede concebirse sin la riqueza de la negociación y la aspiración de la continuación de las relaciones comerciales en el futuro.

En este sentido, los matices de disciplinas tales como la Comercialización, la Sociología y la Psicología deben empezar a incluirse en las formulaciones de los modelos económicos.

 

2.3. El origen del dinero y sus implicaciones en la libre competencia.

El dinero mide el precio del bien en el momento de la transacción, pero no contempla las dimensiones personales de la negociación y cómo ese intercambio incidirá en relaciones comerciales futuras. Por tanto, el dinero es un vehículo de intercambio material, que ajusta el precio a las condiciones del mercado. Sin embargo, existe una relación personal que el dinero no ha sido capaz de medir. En el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como el propio proceso de negociación, la confianza mutua, que actúa como una forma de garantía no formal, o el deseo de mantener relaciones comerciales futuras.

Desde una perspectiva simbiótica de la economía, el mercado es el escenario de las negociaciones y no debería ser analizado sin considerar estas variables intangibles intrínsecas al proceso de negociación.

Analizando la génesis del dinero podemos comprobar como éste resulta un vehículo insuficiente para reflejar plenamente todas las implicaciones económicas de la relación comercial.

Un agente económico que se preocupe únicamente por las transacciones en términos pecuniarios no tendrá una adecuada proyección de futuro de los procesos de negociación, ya que no estará considerando las consecuencia inmateriales de las relaciones, ni será consciente del sentido último del bien o servicio objeto del intercambio, que es cubrir las expectativas del consumidor que motivaron su impulso a demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.

El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la economía práctica. El intercambio de mercancías surge para satisfacer las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. El intercambio basado en monedas, metales o piedras preciosas no resuelve de forma directa las necesidades de las partes.

Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por los comerciantes, aunque no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[5], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni tan siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. El primer intento para explicar la aparición del dinero como medio de cambio corriente y universal consistió en que éste nace de una convención general o de una disposición legal. El problema consiste en cómo explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales, y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.

La emisión de monedas portando escudos y representaciones de jefes de estado ha hecho evidente la intervención del gobierno en el dinero como medio general de pago, lo que podría hacernos pensar que es el propio estado el que ha decidido que los metales preciosos sean el medio adecuado para acuñar moneda y servir como dinero en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, y prácticamente la de los autores medievales. Sin embargo, de haber ocurrido de esta manera habríamos encontrado algún eco en la historia del establecimiento de este convenio o ley general, pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este hecho.

Aristóteles, Jenofonte, Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos se centran en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar moneda, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esto supondría un origen pragmático del dinero. No queda claro cómo pudo ser promovido ni cómo se aceptó el uso de este tipo de mercancías (metales preciosos, piedras preciosas, especies, la sal, … ) como medio de cambio legalmente reconocido.

Aceptar esta hipótesis no sólo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.

Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Su objetivo básico era adquirir las mercancías que necesitaba y deshacerse de las que no necesitaba o ya poseía en exceso.

Esto significa una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere a los participantes un valor superior de uso “a posteriori”, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momentos adecuados para que oferta y demanda coincidan. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio y para la producción de bienes en forma de excedentes.

Con esta visión del comercio primitivo surgió “la teoría de la liquidez de las mercancías”, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia de graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno más genérico de la vida económica: la diferente liquidez de las mercancías.

Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por un oferente, esto es, el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento dado y el precio al cual podemos venderla. Son dos magnitudes esencialmente diferentes.

En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.

Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías. Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad con el que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento.

El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de “la teoría del equivalente objetivo en los bienes”; sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes, debido a su bajo nivel de liquidez, pueden hacer que el oferente se vea obligado a esperar largos periodos de tiempo para poder realizar el intercambio y se produzca el acercamiento entre el precio solicitado al precio ofrecido hasta llegar al nivel del precio de mercado.

El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios de mercado (precios económicos en terminología de Menger) resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.

Sería un error suponer que dado un momento y un mercado determinados, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.

Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Incluso en los mercados mejor organizados y aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de la mercancía cuando y como queramos aceptando una pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior.

Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayor sea la cantidad ofertada, mayor será la posibilidad de que en caso de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.

En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.

Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con el precio que ha solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago porque así aumentan sus posibilidades de encontrar el bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se ha acercado de forma más rápida a su objetivo.

Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en el cada vez mayor número de transacciones y mercados, y por tanto, se fueron clasificando los productos en base a su coste, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes que son capaces de representar gran valor en poco espacio, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron a otorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y en cualquier lugar.

La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes y el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, han hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.

El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes debido a que no cubrían sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que se incrementó el número de transacciones y los individuos que participaban en ellas fueron admitiendo este tipo de mercancías, éstas acabaron siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.

Sólo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.

Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido de la transacción ya no es cubrir necesidades inmediatas del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.

El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.

Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de transformarse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor

En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque desequilibrándolas a favor de los demandantes, mientras que empeora substancialmente la posición de los poseedores de bienes de baja liquidez, que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general que definiría la competencia perfecta.

Los metales preciosos se convirtieron en el medio corriente de intercambio más generalizado entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los consideró especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, su transporte es sencillo y no son caducos.

La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido solventar situaciones de precios erráticos, alterados por situaciones extraordinarias, especialmente por que en función del carácter costoso, durabilidad y fácil preservación de estos metales se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.

Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando ya hubiese satisfecho sus necesidades, le servían como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.

Otra ventaja de los metales preciosos como medio de cambio es que debido a su color, su ductilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.

El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes era una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por el Estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para que se adapte a las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como para garantizar los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento en sus transacciones. El Estado, al acuñar moneda, aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido al respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado  como una de las más importantes funciones del gobierno.

Sin embargo, si algo debemos destacar del pensamiento de Menger y sus estudios sobre la aparición del dinero, es que éste dificulta la libre competencia, en cuanto a que el poseedor de dinero por el hecho de poseerlo tiene más poder de negociación frente a agentes que ofrecen bienes o servicios menos líquidos.

Podemos imaginar las consecuencias de este principio cuando las relaciones comerciales y las negociaciones se realizan a escala internacional o multinacional; es decir, cuando hablamos de comercio entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, o empresas multinacionales y empresas locales.

El único mecanismo capaz de romper esta asimetría es el comportamiento ético de los agentes con dinero, y aunque entraremos en detalle más adelante reflexionando sobre este hecho, es bueno entender que los supuestos generalmente aceptados sobre la libre competencia no son posibles sin un comportamiento ético de los agentes a la hora de realizar las negociaciones y las transacciones.

 

 

2.4. Adam Smith no era utilitarista.

El tercero de los mitos que nos gustaría desmontar es el que sostiene que Adam Smith está inscrito en la corriente de pensamiento liberal que define al hombre como un ser egoísta que actúa solo en su propio beneficio y busca exclusivamente maximizar su utilidad marginal.

Adam Smith, al que se le denomina Padre de la Economía Moderna, estaba en contra del utilitarismo de David Hume. En el campo de la Filosofía del Derecho, A. Smith explica que la justicia no emerge de una consideración “a posteriori” de los beneficios del castigo, sino de que del hombre surge naturalmente un resentimiento hacia un crimen cometido contra un ser querido, despreciado sin motivo por el criminal, y aunque el Estado no se rige por este Derecho Natural,  si procura que los individuos no resuelvan privadamente esta necesidad de justicia, para mantener el orden social y dar crédito a su gobierno[6].

Autores recientes, como Ian Simpson, afirman que este autor era “utilitarista”, o más bien, “utilitarista contemplativo”[7].  Sin embargo, una motivación fundamental que impelió a Smith a escribir su obra fue la de constatar que el hombre no actúa por utilidad, rechazando la Teoría de su amigo D. Hume.

En la Teoría de los Sentimientos Morales[8], en las lecciones de teoría general del Derecho[9] y en las lecciones de retórica[10] Smith reitera que “el hombre no se ve motivado por una estructura que retiene su memoria de placeres ansiados y dolores temidos. Lo que busca con su acción es sentirse querido por sus semejantes y estar en consonancia con el juicio ajeno, gozar y consolarse con la empatía de emociones con los demás”.

Para A. Smith la parte principal de la felicidad humana estriba en la conciencia de ser querido,  y por tanto, el ser humano actúa para que se le quiera, no pensando en las posibles consecuencias de sus actos[11].

“Complementariamente buscamos que nos admiren. Creamos un espectador imaginado y bien informado con el que, al armonizar con su sentimiento, nos sabemos dignos de admiración  y gracias al cuál actuamos con la tranquilidad de que, si nuestro espectador real supiera nuestros condicionantes, empatizaría con nosotros. Es decir, no nos basta con ser amados ya que “¿Qué mayor felicidad hay que la de ser amado y saber que lo merecemos?”[12].

Tras leer este texto de Smith, cabe hacerse la pregunta de en qué medida expresan las teorías posteriores este espíritu del ser humano que busca ser feliz a través del amor y la aprobación de los demás.  Se hace evidente que todas las formulaciones posteriores usaron la simplicidad para explicar comportamientos humanos concretos en condiciones muy determinadas.

Ni la Economía ni el Derecho fueron nunca nada ajeno a esa vocación natural del ser humano para Smith. La teoría de la “Mano Invisible” que tantas veces se ha argumentado como aval del ideario neoliberal puede haber sido sin duda mal interpretada. Cuando Smith afirma que el individuo al buscar su propio bien busca el bien común puede estar hablando de una red de negociaciones informales entre individuos que procura el bien de la comunidad.

Las ideas de Adam Smith fueron un tratado sistemático de Economía y un ataque frontal a la doctrina mercantilista. Smith intentaba demostrar la existencia de un orden económico natural, al igual que los fisiócratas, que funcionaría con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado. Sin embargo, este autor, no pensaba que la industria fuera improductiva, o que el sector agrícola era el único capaz de crear un valor añadido; por el contrario, entendía que la división del trabajo y la ampliación de los mercados abría posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su riqueza y su bienestar mediante la producción especializada y el comercio entre las naciones. Por tanto, tanto los fisiócratas como Smith ayudaron a extender la idea de que el poder económico del Estado debía ser limitado y de que existía un orden natural aplicable a la economía. Sin embargo fue Adam Smith más que los fisiócratas quien abrió el camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno en el siglo XIX.

La expresión: la mano invisible regula las actuaciones sociales y compensa los excesos por sí sola; constituye una proposición de orden natural que posee como características la bendición por las riquezas y la existencia de un conjunto predeterminado de instituciones a partir de las cuales se mantiene el status social. La mano invisible es el principio fundamental del mercado, que exige la no intervención del Estado porque las cosas se van a acomodar naturalmente en un sistema teísta típicamente moderno, donde el espectador imparcial (la humanidad) no puede negar si Dios está y no puede negar la existencia de clases. La mano invisible supone que el Estado no debe intervenir en la economía porque impediría que el mercado se ajustase de forma automática.

La mano invisible no puede ser considerada como el término que ilustra todo el pensamiento de Adam Smith, ya que este término es usado pocas veces en sus obras y parece poner de manifiesto el desconocimiento de Smith de unas leyes del mercado que nunca logró explicar.

La mano invisible no es capaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica. Una economía de mercado retribuye a los individuos de acuerdo con su capacidad para producir cosas que otros están dispuestos a pagar,  no tiene en cuenta el valor propio de las cosas por sí mismas, sino el precio que un tercero está dispuesto a pagar por un bien o servicio. La mano invisible no garantiza que todo el mundo tendrá suficiente comida, una ropa digna y una asistencia sanitaria adecuada.

Para entender el mercado desde la perspectiva de A. Smith, debemos hacerlo desde la circunstancia de un hombre que creía profundamente en el orden natural de las relaciones humanas, y este orden natural requiere de hombres morales capaces de desarrollar la ética en sus relaciones comerciales para ajustar el valor de mercado al valor intrínseco de los bienes.


2.5 Economía: ¿asignación de recursos o Simbiótica?

Como hemos visto, la competencia perfecta es difícil que se de en la vida real debido a que los agentes concurrirán al mercado en igualdad de condiciones solo si tienen la misma capacidad de negociación, pero si poseen recursos fiduciarios diferentes esto no es posible.

Por otro lado, considerar que el hombre económico de Adam Smith corresponde con el “homo economicus” de Milton Friedman, o atribuir a Adam Smith la semilla de lo que hoy es el neoliberalismo, parece un error.

La Economía ha basculado a lo largo del Siglo XX, hacia una teoría general que parte de supuestos que surgieron para simplificar la modelización de los problemas económicos. Esto presenta varias implicaciones, por un lado, estos presupuestos son utilizados de forma sistemática por los economistas sin ser cuestionados, porque lo que se presupone no se cuestiona; por otro lado, en el día a día, parecen capaces de definir la realidad económica de forma absoluta y sin embargo no son capaces de lograrlo.

Las autoridades económicas y la propia ciencia deben ser conscientes de las consecuencias y del alcance de las definiciones y actuaciones de las que son responsables, pues el hombre de Smith, no es el hombre simple y estandarizado del marginalismo.

La Historia nos demuestra que las grandes transacciones comerciales se basan en  grandes relaciones humanas, en las que el flujo de activos materiales es sólo una parte de la riqueza de la simbiótica de la negociación.

Siguiendo a James M. Buchanan, Premio Nóbel de 1986, la Economía no puede definirse como una ciencia que se define a sí misma como muestran algunos autores. Sirva para ilustrar esta corriente las definiciones de dos autores de la Escuela de Chicago: para Jacob Viner, “la Economía es lo que hacen los economistas”, propuesta a la que Frank Knight dotó de una naturaleza totalmente circular al agregar que “los economistas son los que hacen Economía”.

En palabras de Buchanan: ”Los economistas deberían concentrar su atención en una forma particular de actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado que refleja su propensión a la permuta y al trueque y las múltiples variaciones de estructura que esta relación puede adoptar constituyen los temas apropiados de estudio para el economista.“ [13]

Smith en el segundo capítulo de la Riqueza de las Naciones, afirma que el principio que da lugar a la división del trabajo, “no es originalmente el efecto de alguna sabiduría humana, que prevé y tiene por objeto esa opulencia general a la que da lugar. Es la necesaria, aunque muy lenta y gradual, consecuencia de una cierta propensión de la naturaleza humana que no tiene en vista una utilidad tan extensiva; la propensión a permutar, trocar e intercambiar una cosa por otra[14]. Este texto destaca que la búsqueda de la riqueza no es la causa del éxito de la organización humana, si no más bien un perfeccionamiento de las acciones basadas en el sentido común y en una lenta evolución de la aptitud económica del ser humano, que de forma innata permuta, troca e intercambia sus bienes con otros. Esa capacidad casi instintiva es el fundamento de la Economía social, más cerca de la “teoría de los mercados” que de la “teoría de la asignación de recursos”. La asignación óptima de recursos es en muchos casos más un problema de carácter tecnológico que de carácter económico.

Lord Lionel C. Robbins considera que la Economía es «la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos[15]. Desde esta perspectiva nuestro campo de estudio es un problema o un conjunto de problemas y no una forma característica de la actividad humana. Serán vanos los intentos por encontrar en este autor una afirmación explícita que indique el sujeto decisor respecto del cuál son alternativos los fines. Según Howard S. Ellis, el agente económico es un ser anónimo, y por tanto, su identidad no influye en el proceso decisorio. El problema económico se traslada desde el planteamiento del individuo hasta aquel que afecta al grupo familiar, la empresa, el sindicato, la iglesia, la comunidad local, el gobierno municipal o provincial, el gobierno nacional y, por último, el mundo[16].

Milton Friedman, afirma que la Economía estudia cómo una sociedad determinada resuelve su problema económico. Esto implica que hay un contenido fundamental en la Economía que es el bienestar general, que pasa a ser el tema central de la Economía. Este “problema fundamental” ha sido debatido ampliamente en la Economía teórica del bienestar y en el enfoque económico utilitarista.

El problema de la resolución del bienestar social se va haciendo cada vez más difícil a medida que pasamos de los individuos a los agregados sociales. Los utilitaristas intentaron solucionar esta distancia agregando utilidades, pero ignorando de nuevo la identidad de los agentes y presuponiendo un “comportamiento racional” para poder agregarlos en forma de “funciones de bienestar general”, y a partir de ahí optimizar las variables económicas. Sin embargo han abandonado la neutralidad en cuanto a los fines, basados en sus propios juicios de valor sobre lo que es el bienestar social, opinión tan aceptable como cualquier otra. Esta visión económica sigue anclada en la asignación de recursos escasos entre fines o usos competitivos.

El hecho de aceptar que existe un problema implica que hay que buscar una solución. La Economía pasaría a identificarse con la optimización de la Matemática Aplicada, dónde se han dado los avances de mayor importancia en los últimos años en relación a la Economía: técnicas de computación y Matemática de la ingeniería social.

Sin embargo, la disciplina económica no debería ocuparse exclusivamente de la solución de problemas de carácter tecnológico, como la asignación de recursos. La diferencia entre lo que habitualmente denominamos el problema económico y lo que llamamos el problema tecnológico es de escala únicamente, es decir, del grado hasta el cual se especifique la función que va a ser maximizada antes de que se realicen las opciones.

La teoría de la elección presenta una paradoja. Si conocemos la función de utilidad del agente, la decisión es una consecuencia matemática y no existe la decisión como tal ya que no hay alternativas. Por otro lado, si no conocemos perfectamente la función de utilidad, la elección se torna real y las decisiones se convierten en procesos mentales impredecibles.

La teoría de la elección debe dejar de ocupar una posición de superioridad en los procesos de pensamiento del economista. La teoría de la elección o de la asignación de recursos, como quiera llamársela, no supone ningún rol especial para el economista, en oposición a cualquier otro científico que examina el comportamiento humano.[17]

Es necesario concebir la Economía como la ciencia que estudia los intercambios entre agentes económicos y equipararla a la Simbiótica, que es la asociación entre organismos disímiles que resulta recíprocamente beneficiosa para todos ellos. Esto nos centra en un tipo de relación que implica la asociación cooperativa recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales sean diferentes.

Es desde esta perspectiva donde creemos que debe integrarse la teoría de la elección en relación con la mano invisible de Adam Smith.

Por otro lado, si un agente está aislado, las relaciones económicas son un problema de asignación de recursos sujeto a la perspectiva tradicional de la maximización. Al intervenir otros agentes que interactúan con él, con intereses diferentes, es cuando aparece la simbiótica y con ella la posibilidad de combinar habilidades y talentos distintos para la consecución de los intereses comunes y particulares. Aparece el conflicto y distintas alternativas para resolverlo.

El modelo clásico de competencia tiene su fallo básico en trasladar un comportamiento de elección individual, de un contexto socio-institucional a uno físico-calculacional. Según este planteamiento orientado al cálculo, dadas las reglas del mercado, el modelo perfectamente competitivo brinda un óptimo o equilibrio específico, un punto único en la superficie del bienestar paretiano.

A este respecto Frank Knight ha subrayado que en la competencia perfecta no existe competencia. Siguiendo el mismo razonamiento, no existe el comercio tal y como lo hemos venido exponiendo, en cuanto a que no existe un modelo perfectamente sometido a unas reglas determinadas y perfectas.

Un mercado no es competitivo por que así lo supongamos, ni por que así lo hayamos construido. La competitividad va apareciendo con las instituciones que modifican los esquemas del comportamiento individual y con los agentes que ejercen una presión continua en el comportamiento humano a través del intercambio.

Desde esta perspectiva una solución, si existe alguna, surge como resultado de una red evolutiva de intercambios y en cada etapa de esta evolución hacia una solución. Hay beneficios que pueden obtenerse y existen intercambios posibles, y la dirección de la competitividad está modificándose continuamente.

Tal y como lo reconoció Schumpeter, el elemento dinámico en el sistema económico es la continua evolución del proceso de intercambio que se manifiesta en la función empresarial y por extensión en la condición humana[18].

Si observamos el mercado con la perspectiva clásica, desde la lógica de la elección, la asignación de recursos constituye el elemento problemático. El economista identificará el mercado como un medio para cumplir las funciones económicas básicas de cualquier sociedad y, por tanto, lo equiparará a una forma de gobierno o como un mecanismo alternativo que ofrece soluciones similares.

Si lo observamos desde la perspectiva de una Economía Simbiótica, el mercado es un escenario en el que los individuos colaboran unos con otros, llegan a acuerdos, y comercian. El mercado es el marco institucional en el que surge o evoluciona este proceso comercial y no tendría sentido abordar la acción unilateral como parte de la ciencia económica, al igual que tampoco tendría sentido el término eficiencia que se aplica en los resultados agregativos o compuestos. Desde la perspectiva simbiótica, el mercado ya no puede ser considerado como un sujeto que logra objetivos nacionales de forma eficiente o ineficiente.

La eficiencia pasa a ser un atributo relacionado con la motivación de los individuos que se desplaza por relaciones de preferencia hasta llegar a posiciones mutuamente aceptables con otros individuos. Una institución ineficiente no puede sobrevivir a menos que se introduzcan mecanismos coercitivos que eviten el surgimiento de acuerdos alternativos.

En este sentido Política y Economía no se diferenciarían demasiado, tal vez, por esta razón siempre han estado íntimamente unidas a lo largo de la Historia. La diferencia radica en la naturaleza de las relaciones sociales entre los individuos que cada una de ellas examina. La Economía aborda las transacciones de individuos que tienen la capacidad de contratar libremente, donde el comportamiento es marcadamente económico más allá del enfoque precio-dinero. La Política se ciñe a las relaciones de jerarquía social, liderazgo-seguidor, donde la característica predominante de su comportamiento es política. Mientras la Economía se ciñe al estudio de todo el sistema de relaciones de intercambio, la Política estudia todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas. Estos dos tipos de relaciones se dan en prácticamente la totalidad de las instituciones sociales. En la medida en que el hombre dispone de alternativas de acción se enfrenta a sus asociados como un igual y surge la relación comercial.

A medida que se establezcan más relaciones en régimen de igualdad, mayor será el número de transacciones económicas, cuanto mayor sea la desigualdad, mayores serán las relaciones de carácter político.

La relación económica es reemplazada por la relación política cuando el único elemento de retorno es la renta pura debido a que no existen alternativas de actuación y el intercambio se produce dentro de un marco de normas políticas. Las relaciones económicas van asociadas a la creatividad de los participantes, mientras que las relaciones políticas se basan en la forma y protocolo en que están establecidas las relaciones.

El enfoque económico de la asignación y el enfoque del intercambio comparten los mismos elementos básicos, pero su interpretación y las preguntas que surgen son diferentes, y dependerán mucho del sistema de referencia dentro del cual operemos.

La ingeniería social es un empeño legítimo, pero debe considerar de forma explícita los usos de los individuos como medio para alcanzar fines no individuales. Si se considera el problema económico como un problema general de fines y medios, el ingeniero social actúa como economista en el más pleno sentido del término.

El verdadero papel de los economistas no es encontrar medios para hacer mejores elecciones como afirma el enfoque de la asignación de recursos-elección. El intento de identificar y entender las relaciones simbióticas requiere de nuevas herramientas estadísticas, más sofisticadas que las que actualmente se aplican al campo de la ingeniería social. Por ejemplo, necesitamos aprender mucho más sobre la teoría de juegos cooperativos entre individuos.

Precisamos de la Estadística para sistematizar un conjunto de relaciones que involucran el comportamiento voluntario de multitud de individuos, lo que es más complejo que maximizar una función cuya premisa fundamental es la unicidad de objetivos de los diversos participantes.

Los economistas deben ser “economistas de mercado” y concentrarse en las instituciones de mercado o intercambio definidas en el sentido más amplio posible, evitando prejuicios sobre ellas y sin ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier forma particular de orden social. Que el mercado sea consecuencia de un determinado tipo de cultura política y comercial no debe ser considerado “a priori” como algo positivo o negativo desde cualquier ideología.

La búsqueda de la universalidad de los descubrimientos científicos en el campo de la Economía debe admitir la pluralidad de mercados y basar su análisis en una postura aséptica y libre de toda ideología. Solo del análisis concreto de la realidad económica que se aborda pueden surgir conclusiones que nos lleven a un juicio de valor sobre la bondad del mercado en que desarrollamos nuestros estudios.

 


[1] Diccionario de la RAE, Vigésimo segunda edición, 2009.

[2] Marco Aurelio, Meditaciones, Vol. II (170-180 dC).

[3] Herodoto IV, Las historias (430 a.C.)

[4] Habib Chamoun-Nicolas, Negociando como un fenicio. Descubriendo tradeables. (EE.UU.: Keynegotiations, 2008).

[5] Carl Menger, «El origen del dinero,» The Economic Journal (Wiley), Junio 1892.

[6] Estrella Trinzado Aznar, «El Iusnaturalismo no utilitarista de Adam Smith» (Zaragoza: VII Congreso de la Asociación de Historia Económica, 2001).

[7] Ian Simpson Ross, The Life of Adam Smith (Oxford: Clarendom Press, 1995).

[8] Adam Smith, La Teoría de los Sentimientos Morales, trans. Carlos Rodríguez Braum (Madrid: Alianza Editorial, 1997).

[9] Adam Smith, Lecciones de Jurisprudencia, ed. Alfonso Ruíz Miguel (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1996).

[10] Adam Smith, Lectures on Rethoric and belles lettres, ed. J.C.Bryce & A.S. Skinner (Oxford: Clarendon Press, 1983).

[11] Smith, TSM, parte 1, sección 2, capítulo V

[12] Smith, TSM, parte 3, capítulo I

[13] James M. Buchanan, What should Economist Do? (Indianapolis: Liberty Press, 1979).

[14] Adam Smith, Riqueza de las Naciones, Parte II, Segunda (Turlock: Ediciones Orbis, 1985).

[15] Lionel C. Robbins, Essay on the Nature and Significance of Economic Science (London: Macmillan & Co., 1945).

[16] Véase Howard S. Ellis, «The Economic Way of Thinking,» American Economic Review, Marzo 1950: 1-12.

[17] Opus cit. 13

[18] Joseph A. Schumpeter, «Theoretical Problems: Theoretical Problems of Economic Growth,» The Journal of Economic History (Cambridge University Press) 7 (1947): 1-9.

Grandes Corporaciones vs. Pymes

Fuente imagen http://www.eleconomista.es/fondos/noticias/140020/01/07/Los-fondos-de-pequenas-empresas-siguen-subiendo-a-lo-grande.html

Según el pensamiento neoliberal abanderado por Friedman, el “homo economicus” actúa únicamente en base a expectativas racionales de tal forma que su función de utilidad es consecuencia de la cantidad de beneficios que es capaz de generar para sí mismo, sin considerar las externalidades que su acción tenga para con los demás.

Si extendemos esta visión a una perspectiva macro, la función de utilidad de una nación sería la suma de todas las funciones de utilidad de los individuos más las externalidades positivas que generan, menos las externalidades negativas de todas y cada una de las acciones individuales.

No hay que confundir el flujo económico con el flujo fiduciario. Los beneficios que produce un país son de carácter cuantitativo, pero también cualitativo. La Contabilidad Nacional a este respecto, solo tendría en cuenta el flujo económico cuantificable en términos monetarios, pero no el flujo económico de beneficios no cuantificables.

Según Amartya Sen, que enriquece el concepto simplista de hombre económico del liberalismo, el ser humano cuando realiza actividades de carácter económico no solo tiene en cuenta la utilidad propia, sino que de forma natural intenta beneficiar a su propio entorno, preocupado de forma máxima, por no causar mal con sus acciones.

La función de utilidad nacional concebida desde esta perspectiva contendría en sí a otras dos funciones de utilidad bien diferentes ente sí. La primera sería cuantificable en términos cuantitativos, y la segunda no cuantificable en términos objetivos.

Que no se pague por un bien no significa que carezca de valor (Ej. Amas de casa), y en muchas ocasiones se puede estimar el valor de estos servicios a través del valor de bienes equivalentes en el mercado.

Una gran corporación que cotiza en bolsa y cuyo máximo objetivo es el de mantener el valor de las acciones y maximizar beneficios producirá externalidades negativas al detraer el beneficio de los stakeholders con los que se relaciona, pues aunque no busque el mal común, actuará de forma sesgada al únicamente intentar optimizar el beneficio de sus accionistas y el del interés estratégico de la empresa.

La gran corporación es una institución amoral, en el sentido de que la ética no tiene ningún tipo de jurisdicción en sus actuaciones. Son las personas las que están sujetas a la ética. Si el Consejo de Administración es elegido en base a criterios de capacitación y habilidades de max. de resultados, es un proceso aleatorio que estas personas consideren la ética como una variable a tener en cuenta. En muchas ocasiones es considerado como una variable que hace perder valor a la institución.

Las empresas de pequeña dimensión y en especial las empresas de carácter familiar, se caracterizan por la superposición de la familia y la empresa, y por la concentración de propiedad y gobierno en muy pocas personas, incluso en una única persona.

Esto tiene como consecuencia que este tipo de empresas se preste a una Dirección más humana, consciente de mucho más que el mero beneficio cuantitativo, capaz de evaluar los beneficios y pérdidas de cada uno de los individuos que interactúan con ella. La familia es una institución sobre la que existe una larga implicación ética que se manifiesta en su cultura a lo largo de generaciones.

El derecho nace como una manifestación práctica de la voluntad de justicia, y la milenaria tradición de estudio sobre la familia y las sociedades civiles es una garantía de la validez de estas instituciones.

La condición moral del individuo se traslada a la empresa familiar casi por osmosis, a través de la cultura empresarial reflejo de la familiar. La familia está dispuesta a asumir costes económicos en términos de eficiencia, esfuerzo y productividad, para atender necesidades no cuantificables. Ej. Un empresario puede aguantar el puesto de trabajo de un trabajador coyunturalmente no necesario a costa de reducir sus beneficios o incurrir en perdidas asumibles, consciente de la valía humana del empleado, y de las consecuencias que el despido tendrían sobre la familia de éste. Una familia empresaria puede alargar las jornadas de trabajo a términos insospechados para la empresa meramente capitalista para generar un beneficio suficiente que permita el mantenimiento de la actividad.

De hecho muchas multinacionales se benefician e imputan en su cuenta de resultados el beneficio no contabilizado por la pequeña empresa pero si generado.

Cuando las circunstancias de un mercado intenso en competencia hacen caer los precios de los productos de las PYMEs, este sacrificio no es por un aumento de la eficiencia empresarial en la fabricación del producto, sino un % de trabajo no cobrado.

El discurso ético tiene sentido desde un punto de vista micro, únicamente en la empresa en que la gerencia recae en una persona en la que a su vez recaen de forma última la responsabilidad y consecuencias de la acción empresarial. Y desde un punto de vista macro, considerando la responsabilidad social que tienen entre sí todos los grupos de interés, tanto privados como públicos.

El apoyo a la multinacional en los PVD, para beneficiarse de las externalidades que generan, no deja de ser una paradoja, ya que estas multinacionales llevan políticas de responsabilidad asimétricas en sus pañíses de origen y en los pVD. El apoyo a la empresa familiar es un apoyo a la calidad de vida de sus ciudadanos y al aumento del producto nacional en términos de beneficios económicos no fiduciarios.

 

 

Del darwinismo económico a la simbiosis económica

imglynn-margulis1

La vida es sinónimo de gestión de recursos y de equilibrio en las relaciones. Cuando un ecosistema  crece o un organismo goza de salud es fundamentalmente porque todas las relaciones existentes con el entorno son saludables.

No es de extrañar que la Economía Teórica siempre haya tenido en cuenta los avances de la Biología y los postulados generalistas sobre el comportamiento de los organismos vivos y sus comunidades. El ejemplo más claro es la translación del concepto de competencia de los seres vivos al Darwinismo Social en los postulados liberales como ya comentábamos en capítulos anteriores.

En el evolucionismo clásico la competitividad es el mecanismo que selecciona a los competidores mas fuertes y con mayor capacidad de adaptación, justificando así la evolución de las especies. En la nueva concepción de la evolución denominada Endosimbiosis es la colaboración de los organismos vivos la que permite la aparición de nuevas especies  cualitativamente más avanzadas.

El ser humano es un ser vivo, y como tal vive. Es consciente de la realidad parcial a la que tiene acceso e intenta con esa información tomar decisiones basadas en los criterios que el considera correctos para dar validez a sus acciones. Pero el acto de vivir contempla un mundo más complejo que el hombre es incapaz de asumir en su totalidad. La multitud de relaciones que se dan dentro de su organismo son incontrolables desde la conciencia, y las que se establecen con el entorno no siempre responden a una cierta lógica, sino al instinto, la casualidad y las apetencias más animales.

El esfuerzo del hombre por alejarse de su condición animal y convertirse en un ser más elevado y digno le hacen abrazar códigos morales, éticos y lógicos que son en sí mismos una abstracción que ha de revisarse a medida que la especie evoluciona, transforma su entorno y sus relaciones, y es mas consciente de forma grupal de la realidad en la que está inmersa.

Los eucariotes, primeros organismos dotados de núcleo, aparecen hace 3500 años y de acuerdo con la teoría de la Endosimbiosis, fueron el resultado de una asociación simbiótica de seres mas primitivos como las bacterias que son microorganismos mas pequeños  y sin núcleo.

Las células eucariotas son comunidades integradas de procariotas que establecen entre sí relaciones mutuamente beneficiosas en lugar de entrar en conflicto y destruirse. Son algo así como poblaciones de bacterias con genomas distintos. Estas asociaciones dieron lugar a un nuevo tipo de organismo evolutivamente mas avanzado con una ADN propio.

Teniendo en cuenta que los organismos vivos que aparecerán más tarde están formados por células, la simbiosis se revela como una relación fundamental para la aparición de formas de vida más complejas. Sin las células eucariotas, y por tanto sin la simbiosis, no existirían ni plantas, ni animales, y por tanto, tampoco el hombre.

En los últimos 150 años, hemos creído que la evolución es el resultado de la competición, la depredación y la “ley del mas fuerte”: “solo los mas aptos sobreviven y se reproducen”. La nueva teoría de la Endosimbiosis[1] sostiene que no es la depredación sino la simbiosis lo que causa un importante cambio evolutivo. Los descubrimientos de Lynn Margulis[2] son transcendentales, pero son desconocidos por la mayoría de las personas y por tanto no han ejercido influencia alguna sobre nuestro punto de visa sobre la evolución.

El Darwinismo condiciona el pensamiento social con toda una serie de prejuicios que condicionan la forma de actuar de los agentes que creen en el maniqueísmo (sólo existen buenos y malos), en que el débil siempre pierde, en que solo los fuertes viven y prevalecen y además que el conflicto es inevitable para la obtención de recursos. Desde este punto de vista la lógica vital se basa en la supremacía de los más aptos y poderosos y en el sometimiento o sacrificio de los más débiles.

Estas ideas se ajustan perfectamente a ámbitos de depredación, pero no explican ni favorecen la aparición de formas de vida diferentes más complejas y avanzadas.

Un ser humano es una comunidad simbiótica compuesta por entre 10 y 50 billones de células eucariotas que se ayudan recíprocamente y se relacionan con todo tipo de microbios en el interior de nuestro cuerpo. Se estima que estos microorganismos podrían ser de entre 10 a 100 veces más numerosos que nuestras células. Esta relación ha de ser satisfactoria, pues de no serlo, en régimen de depredación nuestras células perecerían debido a la enorme desventaja numérica frente a los microbios que cohabitan con ellas. En una persona sana el beneficio mutuo es innegable, dependemos de ellos para seguir funcionando correctamente así como ellos dependen de nuestros organismos constituyentes.

Las funciones vitales del cuerpo humano son posibles gracias a esta cohabitación, y por ello deberíamos considerar a estos seres microscópicos como elementos constitutivos de nosotros mismos. El ser humano es en si mismo una estructura de relaciones simbióticas.

También cohabitamos con todo aquello que empieza donde termina nuestra piel y es necesario que al menos en un grado suficiente nuestras relaciones sean mutuamente beneficiosas.

Josep Burcet Paris 2002

Según Josep Burcet[3], nuestra condición simbiótica nos impone una estructura de relaciones en 4 planos fundamentales:

  1. Plano intracelular. En el que se desarrollan las relaciones entre los elementos constitutivos de la célula de carácter mutuamente beneficiosas y complementarias.
  2. Plano intercelular. La relaciones de dependencia recíproca que nuestras células tienen entre sí.
  3. Plano intermicrobiano. Las interacciones que se establecen entre la comunidad microbiana y nuestras propias células de carácter indispensable y vital para nuestra propia existencia.
  4. Plano del entorno externo. Que contiene todas las relaciones que establecemos con el resto de seres vivos.

La fobia a los microbios presente en el imaginario colectivo, según la cual los virus, las bacterias, los hongos y demás microorganismos son agentes patógenos, sería un prejuicio absurdo, pues aunque algunos de ellos sean nocivos para la salud, la gran mayoría no lo son. En circunstancias anómalas los microbios pueden llegar a ser peligrosos pero también en circunstancias normales son extremadamente beneficiosos.

Es muy posible que la enfermedad, las infecciones, la decadencia, y la muerte natural solo acontece cuando nuestros equilibrios simbióticos internos decaen y se degradan mas allá de un cierto umbral. Lo que parece indudable es que la disminución de la cantidad y la calidad de las relaciones simbióticas dentro del ser humano producen una caída de la eficiencia vital.

La translación de estas ideas al marco del pensamiento económico supone un cambio de paradigma. La actividad económica también alberga depredación, parasitismo, necrosis, simbiosis y de forma similar a lo que ocurre en el cuerpo humano la estructura de estas interacciones afecta a la eficiencia de todo el conjunto.

La gestación de la actual crisis la podemos situar entre el 2004 y el 2007, momento en que el disminuyen las relaciones de carácter simbiótico y aumentan las relaciones de depredación, parasitismo y necrosis.

  1. Se intensifican las relaciones de depredación con la proliferación de la especulación entorno a la burbuja inmobiliaria y el comercio con productos financieros basura. El poder político-económico abusa de su posición para practicar el saqueo (el agujero financiero iniciado por la caída de Lehman Brothers provoca el trasladado a las arcas públicas de la deuda tóxica y afecta a todo el sistema facilitando la toma de empresas y consejos de administración).
  2. Aumento del parasitismo: Aumenta el despilfarro en las administraciones públicas financiando actividades improductivas, clientelistas que no generan valor añadido, suntuarias o desmesuradamente costosas, buscando convencer al electorado de la buena marcha de la economía a costa de hipotecar el futuro.
  3. Incremento de las relaciones necróticas: En estos años asistimos a guerras regionales y muy especialmente a la guerra de Irak que provocan la muerte y la destrucción de riqueza, además de presupuestos en defensa muy altos y expansivos que no fomentan la riqueza global del sistema local y destruyen el sistema atacado.
  4. Reducción de la simbiosis económica: la guerra supone la extinción de las relaciones de colaboración, por otro lado, la expoliación económica causa  la perdida de la confianza y a medio plazo la extinción de las relaciones de mutuo beneficio.

Durante este periodo las actividades destructoras de valor y clientelistas se nutren abundantemente del crédito disponible en detrimento de las que generaban valor añadido.

El FMI publica el 10 de enero del 2011 un informe[4] en el que pone de manifiesto el fracaso del Fondo para detectar la gestación de la crisis. Según este informe el FMI no solo no alertó sobre la inminencia de la caída de la economía sino que profetizó que la economía crecería de forma espectacular. Además recomendó las prácticas de innovación financiera tan comunes en aquellos años en Estados Unidos y Reino Unido, que mas tarde propiciarían la crisis y el desplome del sistema financiero.

Estos tipos de errores serían cada vez mas frecuentes incluso cuando estábamos ante la explosión de la crisis, lo que llama especialmente la atención si tenemos en cuenta que este máximo órgano económico mundial cuenta con centenares de economistas de élite en nómina.

«El FMI no anticipó la crisis, su ritmo ni su magnitud y, en consecuencia, no pudo advertir a sus miembros», reconoce el informe de  Strauss-Kahn[5], actual Director Gerente del FMI. Achaca esta falta de capacidad para la detección de la crisis a la falta de comunicación interna entre los distintos departamentos, a las presiones sutiles de las corrientes dominantes y a la homogeneidad de las visiones teóricas de los economistas (liberalismo y keynesianismo). Estos cuerpos teóricos se encuentran en la fase terminal de su ciclo de vida[6].

La influencia de los países ricos en el FMI impidió el diagnóstico de la crisis según el informe de la IEO (Oficina Independiente de Evaluación). Entre los economistas del Fondo predominaba la mentalidad de que era poco probable que las economías avanzadas fueran la chispa de una importante crisis financiera debido a su maestría en cuestiones monetarias y regulatorias.

El informe sostenía que los funcionarios del Fondo no se atrevieron a denunciar a las economías avanzadas porque solo tenían acceso limitado a datos bancarios y una comprensión menor de lo que estaba ocurriendo en algunos mercados financieros concretos. Muchas economías desarrolladas no fueron sometidas al «ejercicio de vulnerabilidad» diseñado para identificar a los países susceptibles de caer en una crisis, mientras que los países emergentes si lo fueron.

El informe señala además que el personal del Fondo se sentía más cómodo prescribiendo políticas para los países emergentes, lo que provocó las quejas de China y de otros países en vías de desarrollo aduciendo que la supervisión del FMI carecía de imparcialidad. La opinión de los funcionarios del Fondo solía coincidir con la de Estados Unidos, Reino Unido y otros países desarrollados acerca de que sus sistemas financieros no eran vulnerables frente a una posible crisis.

Según la IEO: «La opinión mayoritaria entre el personal del FMI – un grupo cohesionado de macroeconomistas – era que la disciplina de mercado y la autorregulación bastarían para evitar problemas graves en instituciones financieras».

Con frecuencia el personal del Fondo era presionado por las economías desarrolladas para alterar o rebajar el tono de sus informes. Aunque el informe no nombra a responsables, sí destaca que no hubo «presiones explícitas» por parte de Estados Unidos, sin embargo en otras economías avanzadas las autoridades tenían un enfoque de mano dura, ejerciendo una presión explícita para rebajar los mensajes críticos.

El informe de la IEO también denuncia que en muchos casos, los trabajadores del Fondo se censuraban entre si porque creían que había límites a lo que pudieran decir sobre las economías mas grandes, aunque no hubiera una presión directa (mente colmena). En algunas ocasiones en las que los economistas del FMI criticaban la política de un país en concreto, la dirección del FMI se alineaba con las autoridades locales en lugar de respaldar a su personal.

Ahora, a principios del 2011, se están empezando a realizar algunas reformas: un nuevo ejercicio de alerta temprana y de vulnerabilidad para las economías avanzadas; una mayor integración del análisis y del mensaje sobre perspectivas económicas y estabilidad; la elaboración de un informe regular sobre la estabilidad de países sistémicos, así como de riesgo de contagio entre economías.

Los gobiernos están desarrollando nuevas regulaciones basándose en la experiencia de la burbuja inmobiliaria y se empiezan a practicar nuevas políticas mas austeras en el ámbito de las administraciones públicas. Si se mantienen este tipo de ajustes saldremos de la fase aguda en que se encuentra la crisis mundial. Sin embargo, reaparecerán de nuevo en unos años si la actitud básica de la población no persigue la depredación y el parasitismo debido a la ilusión colectiva de querer obtener mucho, de forma rápida y a corto plazo.

El nuevo modelo económico debería tratar de:

  1. Aumentar la simbiosis en el sistema, es decir favorecer las relaciones del tipo ganar-ganar.
  2. Disminuir el volumen de depredación.
  3. Disminuir las practicas parasitarias de todo tipo.
  4. Impedir el uso necrótico de los recursos y de las prácticas en que todas las partes involucradas salen perdiendo.

Plantear esto significa cambiar la práctica económica habitual, lo que supondría una operación muy ambiciosa y extremadamente compleja, ya que habría que transformar dos estructuras socioculturales muy rígidas y sometidas a una gran inercia: los marcos institucionales, y la actitud de la población (basada en la forma de pensar y de sentir).

Según J. Burcet[7], hay tres tipos de cambios institucionales:

  1. Cambios de crecimiento, en los que no se modifica la actividad, sino que se amplia. Se potencia lo que ya existe y se le da una dimensión mayor. El destino está claro para todo el mundo: ir a más. El objetivo es una proyección del estado presente a una escala más grande y solo se requiere planificar el calendario y los pasos a realizar en cada momento.
  2. Cambios de transición que producen una situación nueva en que la estructura es distinta aunque está construida sobre los conceptos anteriores. Este tipo de cambios es necesario cuando el entorno exterior se modifica de forma importante y la organización necesita adaptar su estructura interna, aunque lo hace con la cultura organizacional existente. No se modifican los paradigmas básicos y la metaforización de la situación precedente sirve para enfrentarse a las nuevas situaciones.
  3. Cambios de transformación que producen una nueva estructura, pero ahora esta se basa en conceptos nuevos. Es el cambio más profundo y complejo de todos y significa una auténtica transfiguración de la organización porque se modifican substancialmente las formas de pensar, creencias, sentimientos, valores y todo aquello que la comunidad asumía que era «bueno», «acertado» y «auténtico». Requiere, por tanto, un cambio de mentalidad de los individuos. En este tipo de cambios la reforma no puede realizarse por etapas porque se trata de un proceso que lo engloba todo y comporta una importante transformación de la cultura. Cuando se implementa el cambio, los miembros de la organización perciben la realidad de forma diferente e incluso se modifica la autopercepción y la imagen que tienen de su comunidad.

También se caracterizan porque en el inicio no se tiene una idea demasiado precisa de cual va a ser el resultado, a diferencia de lo que ocurre en los cambios de crecimiento o transición. Las expectativas del resultado posible se perfilan a medida que se avanza en la transformación.

El proceso para alcanzar la Economía Simbiótica pasa por un cambio de transformación, lo que implica:

  1. La aceptación por parte de los agentes de las reglas del juego basadas en las relaciones del tipo ganar-ganar y el rechazo a las relaciones que perjudican al resto de simbiontes y al ecosistema económico,
  2. La comprensión de lo que significa formar parte de un todo económico y de las ventajas inherentes a un escenario de mercado en que se vigila el beneficio y la perdida desde un punto de vista recíproco.
  3. La participación entusiasta para poder crear nuevas formas de generación de riqueza y establecer relaciones simbióticas de alto rendimiento con el nuevo entorno económico y sus participantes.

Este cambio no significa de ninguna forma abolir las instituciones de nuestros sistemas sino cambiar la dirección en que realizan sus funciones. No estamos hablando de una revolución violenta sino de una revolución pacífica y voluntariosa que haga que cambiemos nuestras formas de entender el mundo. En vez de luchar contra los enemigos económicos buscaremos aliados dispuestos a crear riqueza a través de relaciones gobernadas por la ilusión y el ánimo de mutuo beneficio.

Es importante entender que las acciones de carácter autoritario de las administraciones y empresas no son útiles desde la perspectiva simbiótica. El esquema de “ordeno y mando” como medio para lograr que se cumplan de forma estricta los objetivos del poder supone un marco demasiado estrecho, ya que no puede contemplar todas las posibilidades de creación de riqueza. Estos objetivos generalistas dictados desde el poder serán siempre parciales pues están basados en teorías económicas que cada día gozan de menos eficacia en los países desarrollados.

En esto liberalismo y simbiótica coinciden, es fundamental respetar la libertad de los agentes económicos, aunque la nueva economía exige además que se respete su dignidad, capacidad de generar riqueza y naturaleza propia como simbionte.

La libertad y el entusiasmo son las mejores herramientas para poder implementar este cambio de transformación que debe lograrse lo antes posible, lo ideal sería de forma simultánea. Por esa razón el entusiasmo es vital, y la libertad es ineludible para optimizar la capacidad de improvisación y adaptación al nuevo corpus de comportamiento consuetudinario.

La Historia nos muestra que el comerciante no ha sido siempre un depredador, sino más bien un colaborador preocupado por enriquecer a su cliente. La cuenta de resultados pasa a ser una preocupación casi inexistente, pues la dinámica simbiótica garantiza por un lado el crecimiento de las transacciones comerciales y por otro la preocupación mutua de los participantes por el bienestar recíproco en la relación simbiótica.

Algunos políticos creen que pueden lograr el bienestar social y el crecimiento económico a golpe de normas acordes con las teorías clásicas. Este tipo de actuaciones no cambiará la mentalidad de la población, siendo necesario otro tipo de formas de hacer política que busquen la complicidad y la unión frente al enfrentamiento. El conflicto es causado por la perversión que supone que relaciones de carácter inherentemente colaborativo hayan acabado transformándose en relaciones de depredación y parasitismo.

¿Cómo podemos lograr ese entusiasmo, esa complicidad y esa libertad?

Primero, contagiándonos nosotros y contagiando a nuestro colectivo. El concepto básico de la simbiótica coincide con principios tan tradicionales y arraigados como el “ama a tu prójimo como a ti mismo”, o “ no hagas aquello que no quieres que te hagan”. El motor de la simbiótica no se nutre con cambios teóricos, sino con posturas realistas y acciones generalizadas de personas que cuidan unas de otras y organizaciones que buscan crear valor antes que competir y tiranizar el mercado.

La función de la política es velar por un mercado sano y libre y para eso no vale “el acero frente a la tiza”. Aunque los sistemas económicos necesitan formación técnica para los trabajadores, aun necesita mas una formación humanista que nos haga llegar el valor de la vida y del alma de un hombre como el máximo exponente de la generación de riqueza.

Necesitamos mas Democracia que nunca, una descentralización del poder más a la manera de las organizaciones familiares que de los arquetipos anarquistas. La soledad no será posible en un mundo gobernado por la simbiosis, pues el aislamiento es sinónimo de necrosis y perdida de valor.

La vieja tendencia a la dictadura y al gobierno personalista ha de quedarse a un lado, pues es el momento de que la población disfrute de la libertad, el compromiso y el poder que le confiere ser el motor económico real para desencadenar el cambio a la simbiótica.

Estamos asistiendo a una explosión en el crecimiento de las actividades colaborativas que crecen de forma exponencial, a la aparición de un nuevo conocimiento, y sin embargo, parece que algo frena el cambio.

La ciencia institucional no ayuda. Se llevan con mayor rigor las cuestiones de procedimiento y protocolo que la revisión de los postulados científicos. El dogma ha aparecido en la ciencia y muchos científicos consideran algunos postulados incuestionables. Les es más fácil “vender” sus proyectos en esta falsa seguridad.

 


[1] Lynn Margulis y otros

[2] Margulis, Lynn (2003). Una revolución en la evolución: Escritos seleccionados (1ª ed. edición). Universitat de València.

[3] http://www.burcet.net/admin/mail_2011_febrer_023_redi_cap_6.asp?param=9319334233107

[4] IMF Performance in the Run-Up to the Financial and Economic Crisis: IMF Surveillance in 2004–07

[5] http://www.expansion.com/2011/02/10/economia/1297357141.html

[6] http://www.burcet.net/par_interac/tcs_aprender_a_ganar.asp

[7] http://www.burcet.net/gestion_cambio/gestion_cambio_3.asp

El origen del dinero

civilizacion fenicia

El dinero no refleja plenamente el nivel de satisfacción de un individuo, ni de una sociedad. Es cierto que el dinero produce felicidad, pero no la produce toda.

En un intercambio comercial se barajan dos dimensiones. De una parte, el dinero que sirve de medio para pagar un precio que se refiere a una mercancía o servicio, esto es, el vehículo del intercambio material. Por otra parte, en el proceso de negociación fluyen otros activos no materiales que enriquecen a los negociadores, como la confianza mutua, o el deseo de mantener nuevas relaciones comerciales futuras en base a la satisfacción que el hecho de negociar supone, y la confianza que actúa como una forma de garantía no formal.

El mercado como escenario de las negociaciones no debería ser considerado desde una perspectiva simbiótica, sin considerar estas variables intangibles del proceso de negociación. Analizando la aparición del dinero podemos contemplar como es un vehículo insuficiente para canalizar toda la dimensión de la relación comercial.

El dinero cubre el pago de la mercancía, pero no cubre otras transacciones de carácter no monetario y que añaden valor a los procesos de negociación. Un agente económico que únicamente se preocupe por el precio en términos económicos no tendría en cuenta ninguna perspectiva de futuro, ni sería consciente del sentido último del bien, que es cubrir las expectativas del consumidor que le motivan a la hora de demandar. Una vez pagado el precio, se extinguirían todas las implicaciones entre los agentes de la transacción.

El dinero es en sí mismo un enigma desde el punto de vista de la filosofía social y de la Economía práctica. El intercambio de mercancías surge para cubrir las necesidades de las partes, sin embargo, el dinero en sí mismo no es capaz de resolver ninguna necesidad. Ni el intercambio basado en monedas, ni en metales o piedras preciosas refleja la voluntad de cubrir las necesidades de las dos partes.

Desde su aparición, el dinero ha sido un bien deseado por todos los comerciantes, aunque  no parece servir a ningún propósito útil. La pregunta fundamental que surge desde la inquietud económica, expresada por Carl Menger[1], fundador de la Escuela Austriaca de Economía, es: ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

A día de hoy no disponemos de una explicación adecuada, ni siquiera hemos llegado a un acuerdo sobre su naturaleza o sus funciones. La primera idea que intento explicar el dinero como medio de cambio corriente y universal, fue la de someterlo a una convención general, una disposición legal. El problema consiste en explicar una forma de actuación, homogénea y general, que los seres humanos adoptan al establecer relaciones comerciales y que si se considera de forma concreta, busca el beneficio del interés general, aunque sin embargo, parece poner en conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes.

La emisión de monedas portando escudos y representaciones de naciones y jefes de estado se ha entendido como un signo de regulación, lo que hecho suponer que ciertas mercancías, los metales preciosos en particular, han sido promovidas como medio de cambio por una convención o ley general, en interés del bien público. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos, seguidos muy de cerca por los escritores medievales. Los mayores avances modernos en cuanto a la teoría del dinero no han ido, en esencia, más allá de este punto de vista.

Sin embargo, respecto a esta teoría surge la duda respecto a que un acontecimiento tan notorio y universal, como el establecimiento de un convenio o ley general de un medio de cambio universal habría quedado registrado en la memoria. Pero no existe ningún documento histórico fiable donde quede reflejado este convenio.

La mayoría de los teóricos que abordan este tema lo hacen desde una perspectiva diferente que se centra en la peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para acuñar monedas como observaron Aristóteles, Jenofonte y Plinio, y más recientemente John Law, Adam Smith y sus discípulos, postulando que estas cualidades especiales suponen una explicación para su elección como medio de cambio. Esta explicación introduce una presunción y es que la de la elección desde el poder establecido de los metales preciosos por sus cualidades para acuñar monedas,  suponiendo un origen pragmático del dinero. No queda claro como pudo se promovido el uso de este tipo de mercancías ni como se las aceptó como medio de cambio legalmente reconocido.

Esta hipótesis no solo afecta a la explicación del origen del dinero sino también a su naturaleza en relación con el resto de mercancías.

Si nos adentramos en los albores del comercio, el hombre primitivo fue tomando conciencia de forma gradual de las ventajas que supondría el intercambio comercial. Sus objetivo básico es adquirir las mercancías que necesita y rechaza las que no necesita o ya posee de manera suficiente. Esto supone una clara restricción al volumen de acuerdos comerciales basados en el trueque, aun más si tenemos en cuenta, lo difícil que resulta que el intercambio de mercancías genere un superior valor de uso tras el intercambio para los participantes, o la dificultad del encuentro entre ellos en las condiciones y momento adecuados para que oferta y demanda coincidan cuantitativamente. Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el progreso del comercio, y para la producción de bienes en forma de excedentes.

Esta visión del comercio primitivo hace que surja la teoría de la liquidez de las mercancías, que tiene una enorme importancia para la teoría del dinero y del mercado en general. La teoría del dinero necesariamente presupone la existencia una graduación en la liquidez de los bienes, siendo el dinero solo un caso especial de un fenómeno genérico de la vida económica, la diferencia de liquidez de las mercancías en general.

Debemos establecer una distinción entre el precio ofrecido por un demandante y el precio solicitado por el oferente; el precio al que podemos comprar voluntariamente una mercancía en un momento determinado y en un momento dado, y el precio al cual podemos desprendernos voluntariamente de ella son dos magnitudes esencialmente diferentes.

En una negociación sujeta a un mercado en el que no existen medios de cambio generalmente aceptados, y por tanto, el intercambio se perfecciona a través del trueque de mercancías, una de las dos partes, demandante u oferente, deberá asumir la perdida del diferencial entre ambos precios al no estar referidas las mercancías a una unidad de medida que permita comparar su valor.

Cuanto menor sea el margen entre el precio ofrecido y el solicitado  de una mercancía, mayor tenderá a ser su grado de comercialización, es decir, será más rápido y frecuente el llegar a acuerdos en el intercambio de este tipo de mercancías.

Una mercancía será más o menos líquida de acuerdo con el grado de facilidad en que se puede vender en el mercado, en cualquier lugar o momento del tiempo, haciendo mínima la diferencia entre el precio ofrecido y el solicitado.

El precio económico de un bien es el que surge de un encuentro perfecto entre oferta y demanda, pero esto presupone el cumplimiento de la teoría del “equivalente objetivo en los bienes”, sin embargo, incluso en los mercados más desarrollados podemos observar que determinados bienes debido a su bajo nivel de liquidez pueden llevar a que el oferente deba esperar largos periodos para poder realizar el intercambio acercando el precio solicitado al precio económico, es decir a aquel precio que refleja la situación económica general.

El intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse viable la venta de un producto a precios económicos resulta imprescindible a la hora de analizar su liquidez.

Sería un error suponer desde un punto de vista económico que dado un momento y un mercado determinado, todas las mercancías guardarían una exacta relación de intercambio, en otras palabras, que podrían ser intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. La realidad demuestra que no solo no se da esa correspondencia, debido a los cambios coyunturales, si no que ni tan siquiera el precio de compra y el de venta del mismo producto por el mismo individuo tienen por qué coincidir, resultando por tanto ambos precios dos magnitudes esencialmente diferentes.

Si la teoría del equivalente objetivo en los bienes fuese correcta, el comercio y la especulación serían actividades sencillas, debido a que sería tan fácil adquirir como desprenderse de las mercancías. Aun en los mercados mejor organizados, aunque podamos comprar lo que deseamos cuando lo deseamos al precio solicitado, sólo podemos desprendernos de ello cuando y como queramos a pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior. Cuanto menor sea la diferencia entre el precio solicitado y el precio ofrecido, mayor tiende a ser el grado de liquidez del bien, debido a que la transacción se realiza de forma más rápida al ser menor el diferencial entre el precio ofrecido y el precio solicitado.

Otro factor a tener en cuenta, respecto de la liquidez de los bienes, es el cuantitativo, ya  que el mercado puede no absorber todo lo ofertado al precio solicitado por el oferente. Cuanto mayores sean las cantidades ofertadas, mayor será la posibilidad que de querer desprenderse del total de la mercancía, el oferente deba aceptar un precio inferior, o esperar hasta que la demanda acepte su precio de oferta.

En los grandes centros de intercambio de todos los tiempos han existido determinadas mercancías con una demanda mayor, más constante y efectiva que el resto, adecuadas para los fines de quienes tenían la capacidad de comerciar y deseaban hacerlo, debido a la relativa escasez de estos productos y a la permanentemente imperfecta satisfacción de su demanda. El que posee este tipo de productos se encuentra en una posición de ventaja si pretende comerciar con ellos, ya que tiene la perspectiva de conseguir los productos en el mercado con mayor facilidad y seguridad, y debido a la fuerte de demanda del producto que se ofrece, a precios acordes con la situación económica general, esto es, precios económicos.

Cuando un agente ofrece en el mercado productos que no son altamente líquidos, si no encuentra una contrapartida acorde con su precio solicitado aceptará bienes de mayor liquidez como medio de pago por que así aumentan sus posibilidades de encontrar su bien demandado y se reducirá el tiempo de la transacción. Aunque no logre de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, los productos que en realidad necesita, si se acerca de forma más rápida a su objetivo.

Con el paso del tiempo, este tipo de razonamiento económico se fue perfeccionando y extendiéndose en número de transacciones y mercados, y por tanto clasificándose los productos en base a su carácter costoso, por su facilidad de transporte y su posibilidad de preservación, en relación a una demanda estable y ampliamente distribuida. Los bienes capaces de representar en poco espacio gran valor, ser fácilmente transportables y conservables comenzaron atorgar poder económico a sus poseedores, protegiendo su capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo y el espacio.

La multiplicidad de transacciones en torno a este tipo de bienes, el aprendizaje de los agentes económicos en torno a sus cualidades, ha hecho que se conviertan en medios de cambios generalmente aceptados.

El hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de estos medios de cambio de utilidad general. Al principio, no todos los agentes de un mercado aceptarían este tipo de bienes, debido a que en principio, no cubren sus necesidades de forma directa, sin embargo, a medida que aumentan el número de transacciones y los individuos que participan en ellas aceptando este tipo de mercancías, estas acabaran siendo aceptadas de forma general como medios de cambio.

Solo podemos entender el origen del dinero como el establecimiento de un procedimiento social que aparece de forma espontánea, como la consecuencia no prevista de la actuación de los miembros de una sociedad que poco a poco fue discriminando los bienes en función de su grado de liquidez.

Cuando los medios de cambio generalmente aceptados se transforman en dinero, el primer efecto es un aumento de su liquidez, originalmente más alta que la del resto de bienes. Este incremento de liquidez tiene como consecuencia última que el sentido último de la transacción ya no sea cubrir necesidades del oferente, si no conseguir dinero como medio para cubrir las necesidades actuales y futuras.

El dinero garantiza la cobertura de estas necesidades al ser aceptado por todos los oferentes, y el que acceda al mercado con bienes distintos del dinero se situará en una posición de desventaja debido a la menor liquidez de sus bienes, viéndose obligado a aceptar un precio inferior al precio solicitado para realizar la transacción de forma inmediata, o a esperar hasta que el precio ofrecido coincida con el solicitado. Esta dificultad no existe para el hombre que posee dinero, lo que le otorga un control seguro sobre todo producto que pueda tenerse en el mercado a precios ajustados a la situación económica de cada momento.

Cuando un medio de cambio pasa a convertirse en dinero, aumenta su diferencia en liquidez respecto al resto de mercancías, hasta el punto de convertirse en un bien de liquidez absoluta. Esto explica la superioridad del comprador respecto al vendedor

En este sentido, el dinero rompe las reglas del juego del mercado primordial en el que las transacciones se realizan por trueque y desequilibra las transacciones a favor de los demandantes, dificultando especialmente a los poseedores de bienes de baja liquidez que en caso de necesidad deberán aceptar precios muy inferiores a los solicitados y muy lejos de la situación económica general.

Los metales preciosos se han convertido en el medio corriente de intercambio más generalizados entre los pueblos históricamente más avanzados, debido a su altísima liquidez en relación con el resto de bienes y, al mismo tiempo, por que se los ha considerado especialmente aptos para las funciones principales y subsidiarias del dinero. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien distribuidos, y en relación con otros metales son fáciles de extraer y elaborar. Son fácilmente divisibles y aceptados por todos los individuos en pequeñas cantidades. Representan un gran valor en un reducido espacio, son fáciles de transportar y no son caducos.

La intensidad, persistencia y generalización del deseo de metales preciosos en los mercados ha permitido excluir los precios del momento, de emergencia o accidentales, en el caso de estos bienes más que en el de cualquier otro, especialmente por que en función de su carácter costoso durabilidad y fácil preservación  se han convertido en el medio más general de atesoramiento y también en los productos más favorecidos para el intercambio.

Finalmente, todos los productos acabaron expresando su valor en relación a estos metales preciosos, aunque el agente en cuestión no lo necesitara directamente, o incluso cuando yo hubiese satisfecho sus necesidades, como forma de conservar el valor de sus productos perecederos.

Otra ventaja de los metales preciosos como medios de  cambio, son que debido a su color, su ductibilidad y su sonido son fácilmente reconocibles por los agentes.

El dinero no ha sido generado por ninguna Ley. En sus orígenes es una institución social y no estatal. Sin embargo, el reconocimiento por parte del estado y la regulación por parte del gobierno ha servido para adaptarse las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como los derechos que son resultado de las costumbres. En función del peso, fueron acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas, experimentaron un aumento las transacciones. El Estado al acuñar moneda aumenta el nivel de confianza de los agentes a la hora de realizar las transacciones, debido a su respaldo de la certeza del valor de las monedas, lo que ha sido considerado  como una de las más importantes funciones del gobierno.



[1] “El origen del dinero”, Carl Menger, The Economic Journal, junio de 1892.

Economía: asignación de recursos o simbiótica

ingenieria

Siguiendo a James M. Buchanan[1], la Economía no puede definirse como una ciencia que se define a sí misma como muestran algunos autores. Sirva para ilustrar esta corriente las definiciones de dos autores de la Escuela de Chicago: para Jacob Viner, la Economía es lo que hacen los economistas, propuesta a la que Frank Knight dotó de una naturaleza totalmente circular al agregar que los economistas son los que hacen Economía.

En palabras de Buchanan: ”Los economistas deberían concentrar su atención en una forma particular de actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado que refleja su propensión a la permuta y al trueque y las múltiples variaciones de estructura que esta relación puede adoptar constituyen los temas apropiados de estudio para el economista.“ [2]

Adam Smith en el segundo capítulo de la Riqueza de las Naciones, afirma que el principio que da lugar a la división del trabajo, “no es originalmente el efecto de alguna sabiduría humana, que prevé y tiene por objeto esa opulencia general a la que da lugar. Es la necesaria, aunque muy lenta y gradual, consecuencia de una cierta propensión de la naturaleza humana que no tiene en vista una utilidad tan extensiva; la propensión a permutar, trocar e intercambiar una cosa por otra”[3].  De este texto podemos destacar que la búsqueda de la riqueza no es la causa del éxito de la organización humana, si no más bien un perfeccionamiento de las acciones basadas en el sentido común y en una lenta evolución de la aptitud económica del ser humano, que de forma innata permuta, troca e intercambia sus bienes con otros. Esa capacidad casi instintiva es el fundamento de la Economía social, más cerca de la “teoría de los mercados” que de la “teoría de la asignación de recursos”. La asignación óptima de recursos es en muchos casos más un problema de carácter tecnológico que de carácter económico.

Lord Lionel C. Robbins considera que la Economía es «la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos[4]. Desde esta perspectiva nuestro campo de estudio es un problema o un conjunto de problemas y no una forma característica de la actividad humana. Serán vanos los intentos por encontrar en él una afirmación explícita que indique el sujeto decisor respecto del cuál son alternativos los fines. Según Howard S. Ellis, el agente económico es un ser anónimo, y por tanto, su identidad no influye en el proceso decisorio. El problema económico se traslada desde el planteamiento del individuo hasta aquel que afecta al grupo familiar, la empresa, el sindicato, la iglesia, la comunidad local, el gobierno municipal o provincial, el gobierno nacional y, por último, el mundo[5].

Milton Friedman, afirma que la Economía estudia cómo una sociedad determinada resuelve su problema económico. Esto implica que hay un contenido fundamental en la Economía que es el “bienestar general”, que pasa a ser el tema central de la Economía. Este “problema fundamental” ha sido debatido ampliamente en la Economía teórica del bienestar y en el enfoque económico utilitarista.

El problema de la resolución del bienestar social se va haciendo cada vez más difícil a medida que pasamos de los individuos a los agregados sociales. Los utilitaristas intentaron solucionar esta distancia agregando utilidades, pero ignorando de nuevo la identidad de los agentes y presuponiendo un “comportamiento racional” para poder agregarlos en forma de “funciones de bienestar general”, y a partir de ahí optimizar las variables económicas. Sin embargo han abandonado la neutralidad en cuanto a los fines, basados en sus propios juicios de valor sobre lo que es el bienestar social, opinión tan aceptable como cualquier otra. Esta visión económica sigue anclada en la asignación de recursos escasos entre fines o usos competitivos.

Al aceptar que existe un problema, esto implica que hay que buscar una solución. La Economía pasaría a identificarse con la optimización de la matemática aplicada, dónde en relación a la Economía se han encontrado los avances de más importancia en los últimos años: técnicas de computación y matemática de la ingeniería social.

Sin embargo, la disciplina económica no debería ocuparse exclusivamente de la solución de problemas de carácter tecnológico, como la asignación de recursos. La diferencia entre lo que habitualmente denominamos el problema económico y lo que llamamos el problema tecnológico es de escala únicamente, del grado hasta el cual se especifique la función que va a ser maximizada antes de que se realicen las opciones.

La teoría de la elección presenta una paradoja. Si conocemos la función de utilidad del agente, la decisión es una consecuencia matemática y no existe la decisión como tal ya que no hay alternativas. Por otro lado, si no conocemos perfectamente la función de utilidad, la elección se torna real y las decisiones se convierten en procesos mentales impredecibles.

En palabras de Buchanan, “La teoría de la elección debe dejar de ocupar una posición de superioridad en los procesos de pensamiento del economista. La teoría de la elección o de la asignación de recursos, como quiera llamársela, no supone ningún rol especial para el economista, en oposición a cualquier otro científico que examina el comportamiento humano.[6]

Es necesario concebir la Economía como la ciencia que estudia los intercambios entre agentes económicos y equipararla a la simbiótica, que es la asociación entre organismos disímiles que resulta recíprocamente beneficiosa para todos ellos. Esto nos centra en un tipo de relación que implica la asociación cooperativa recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales sean diferentes.

Es desde esta perspectiva donde debemos integrar la teoría de la elección en relación con la “mano invisible” de Adam Smith. Por otro lado, si un agente está aislado, las relaciones económicas son un problema de asignación de recursos sujeto a la perspectiva tradicional de la maximización. Es cuando intervienen otros agentes que interactúan con él, con intereses diferentes, cuando aparece la simbiótica y con ella la posibilidad de combinar habilidades y talentos distintos para la consecución de los intereses comunes y particulares. Aparece el conflicto y distintas alternativas para resolverlo.

El modelo clásico de competencia tiene su fallo básico en trasladar un comportamiento de elección individual, de un contexto socio-institucional a uno físico-calculacional. Según este planteamiento orientado al cálculo, dadas las reglas del mercado, el modelo perfectamente competitivo brinda un óptimo o equilibrio específicos, un punto único en la superficie del bienestar paretiano.

A este respecto Frank Knight ha subrayado que en la competencia perfecta no existe competencia. Siguiendo el mismo razonamiento, no existe el comercio como tal, en cuanto a que no existe un modelo perfectamente determinado a unas reglas determinadas y perfectas.

Un mercado no es competitivo por que así lo supongamos, ni por que así lo hayamos construido. La competitividad va apareciendo con las instituciones que modifican los esquemas del comportamiento individual y con los agentes que ejercen una presión continua en el comportamiento humano a través del intercambio.

Desde esta perspectiva una solución, si existe, surge como resultado de una red evolutiva de intercambios y en cada etapa de esta evolución hacia una solución hay beneficios que pueden obtenerse, existen intercambios posibles, y la dirección de la competitividad está modificándose continuamente.

Tal y como lo reconoció Schumpeter, el elemento dinámico en el sistema económico es la continua evolución del proceso de intercambio que se manifiesta en la función empresarial y por extensión en la condición humana.

Si observamos el mercado desde la perspectiva clásica, desde la lógica de la elección, la asignación de recursos constituye el elemento problemático, el economista identificará el mercado como un medio para cumplir las funciones económicas básicas de cualquier sociedad, y por tanto, lo equiparara a una forma de gobierno o como un mecanismo alternativo que ofrece soluciones similares.

Si lo observamos desde la perspectiva de una Economía simbiótica, el mercado es un escenario en el los individuos colaboran unos con otros, llegan a acuerdos, y comercian. El mercado es el marco institucional en el que surge o evoluciona este proceso comercial y no tendría sentido abordar la acción unilateral como parte de la ciencia económica, al igual que tampoco tendría sentido el término eficiencia que se aplica en los resultados agregativos o compuestos. Desde la perspectiva simbiótica, el mercado ya no puede ser considerado como un sujeto que logra objetivos nacionales de forma eficiente o ineficiente.

La eficiencia pasa a ser un atributo relacionado con la motivación de los individuos que se desplaza por relaciones de preferencia hasta llegar a posiciones mutuamente aceptables con otros individuos. Una institución ineficiente no puede sobrevivir a menos que se introduzcan mecanismos coercitivos que eviten el surgimiento de acuerdos alternativos.

En este sentido Política y Economía no se diferenciarían demasiado, tal vez, por esta razón siempre han estado íntimamente unidas a lo largo de la Historia. La diferencia radica en la naturaleza de las relaciones sociales entre los individuos que cada una de ellas examina. La Economía aborda las transacciones de individuos que tienen la capacidad de contratar libremente, donde el comportamiento es marcadamente económico más allá del enfoque precio-dinero. La Política se ciñe a las relaciones de jerarquía social, liderazgo-seguidor, donde la característica predominante de su comportamiento es política. Mientras la Economía se ciñe al estudio de todo el sistema de relaciones de intercambio, la Política estudia todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas. Estos dos tipos de relaciones se dan en la practica totalidad de las instituciones sociales. En la medida en que el hombre dispone de alternativas de acción se enfrenta a sus asociados como un igual y surge la relación comercial.

Cuanto más relaciones se establezcan en régimen de igualdad, mayor será el número de transacciones económicas, cuanto mayor sea la desigualdad, mayores serán las relaciones de carácter político.

La relación económica es reemplazada por la relación política, cuando el único elemento de retorno es la renta pura debido a que no existen alternativas de actuación y el intercambio se produce dentro de un marco de normas Políticas. Las relaciones económicas van asociadas a la creatividad de los participantes, mientras que las relaciones Políticas se basan en la forma y protocolo en que están establecidas las relaciones.

El enfoque económico de la asignación y el enfoque del intercambio comparten los mismos elementos básicos, pero su interpretación y las preguntas que surgen son diferentes, y dependerán mucho del sistema de referencia dentro del cual operemos.

La ingeniería social es un empeño legítimo, pero debe considerar de forma explícita los usos de los individuos como medio para alcanzar fines no individuales. Si se considera el problema económico como un problema general de fines y medios, el ingeniero social actúa como economista en el más pleno sentido del término.

El verdadero papel de los economistas no es encontrar medios para hacer mejores elecciones como afirma el enfoque de la asignación de recursos-elección. El intento de identificar y entender las relaciones simbióticas requiere de nuevas herramientas estadísticas, más sofisticadas que las que actualmente se aplican al campo de la ingeniería social. Por ejemplo, necesitamos aprender mucho más sobre la teoría de juegos cooperativos entre individuos.

Precisamos de la Estadística para sistematizar un conjunto de relaciones que involucran el comportamiento voluntario de multitud de individuos, lo que es más complejo que maximizar una función cuya premisa fundamental es la unicidad de objetivos de los diversos participantes.

Los economistas deben ser “economistas de mercado” y concentrarse en las instituciones de mercado o intercambio definidas en el sentido más amplio posible, evitando prejuicios sobre ellas y sin ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier forma particular de orden social. Que el mercado sea consecuencia de un determinado tipo de cultura política y comercial no debe ser considerado “a priori” como algo positivo o negativo desde otra forma ideológica.

La búsqueda de la universalidad de los descubrimientos científicos  en el campo de la Economía debe admitir la pluralidad de mercados y basar su análisis en una postura aséptica y libre de toda ideología. Solo del análisis concreto de la realidad económica que se aborda pueden surgir conclusiones que nos lleven a un juicio de valor sobre la bondad del mercado en que desarrollamos nuestros estudios.



[1] James Buchanan fue premio Nobel de Economía del año 1986 por su desarrollo de las bases contractuales y constitucionales de la teoría económica y del proceso de toma de decisiones

[2] What Should Economists Do?, James M. Buchanan, Indianapolis, Liberty Press, 1979.

[3] Cita de la Riqueza de las Naciones

[4] Essay on the Nature and Significance of Economic Science, C. Robbins, 1932

[5] Véase Howard S. Ellis, “The Economic Way of Thinking”, American Economic Review, marzo de 1950, pp. 1-12.

[6] James Buchanan (sig)

Crítica al pensamiento económico vigente

economia_verde2

El concepto de Economía es tremendamente volátil si lo analizamos desde una perspectiva histórica. No en todas las épocas ni en todos los lugares se ha realizado siempre de la misma manera. Sin embargo la implicación tan estrecha que mantiene con la cultura hace que parezcan existir unos principios inmutables que casi nadie cuestiona.

A menudo se critican las decisiones de carácter económico que los particulares, los gobiernos o las distintas organizaciones toman bajo presupuestos de eficiencia, utilitarismo o distribución de la riqueza.

Sin embargo, Economía es algo más de lo que parece económico, y algo menos que el movimiento de capitales.

La palabra economía nace para aglutinar todas aquellas transacciones que permiten al hombre cubrir sus necesidades materiales. Estas necesidades van más allá de ninguna restricción, pues son en realidad las aspiraciones que el ser humano tiene de lo que ha de ser su propia vida material.

De esta forma todo lo económico es una entelequia, pues el hombre se esfuerza en cuantificar necesidades cada vez más crecientes, pretende adelantarse a un futuro desconocido e intentar que sea mas amable.

Este planteamiento se da de bruces siempre con un corto plazo que parece querer demostrarnos la insensatez de querer asegurar el futuro.

Así observamos como las grandes teorías económicas caen por su propio peso con el paso de los siglos. Así como varían las sociedades y sus formas, cambia también la visión que el ser humano tiene de sí mismo y en relación al resto de seres humanos.  Hay una tendencia a separar al ser económico del ser humano, como si sus intereses fuesen distintos e incluso, como si las normas éticas parecieran amoldarse depende de cómo describamos el problema que la realidad nos demuestra.

Así por ejemplo, si un particular debiera dinero a un tercero y por esta razón perdiera su casa, cabría juzgar al tercero como un oportunista, una mala persona,… e incluso se valorarían medidas de aplazar la deuda, e incluso de proteger la seguridad de la familia deudora por encima del bien del inmueble (véanse las normas de la Casa de David, a este respecto). Sin embargo, si este tercero es una institución, el debate es zanjado rápidamente como una mera cuestión económica en que no se puede hacer nada. El imperio de la Ley se aplica sin enmienda, pues su ejercicio y calidad depende del capital de sus participantes.

El dinero facilitó el intercambio en su aparición, pero con el tiempo dejó de ser un bien más para convertirse en una entidad en sí misma, sinónimo de poder, de realización de deseos, de autonomía y libertad.

Con los albores de las sociedades industrializadas se impone como un poder autónomo a nivel mundial , como el arma mas poderosa para el mantenimiento y derroque del gobierno político.

Ya con el capitalismo, aparece el capital anónimo, ausente de humanidad, definido como irresponsable, tajante y ajeno a cualquier norma que no sea la del tipo de interés.  Nada le importa al capital anónimo sobre el hombre y sus necesidades, si no le sirven para crecer y suponer cada vez una cifra mayor.

Todo esto nos lleva a hacernos una simple pregunta: ¿ Es correcta nuestra forma de hacer economía? Y una segunda pregunta más difícil de responder :¿ Tenemos capacidad para cambiar el rumbo que la economía, o es esta la tiene la capacidad de cambiar a la humanidad?

Por todo lo expuesto anteriormente, la respuesta a la primera es sencilla: no es correcta, pues no atiende a las necesidades de los ciudadanos del planeta, y cuanto mayor es el capital anónimo peor es la distribución de los recursos a nivel planetario. La falta de dimensión humana del capital anónimo hace que se convierta en un astuto deudor que da riqueza solo a cambio de consumo, y que no busca otro beneficio que el suyo propio.

La respuesta a la segunda es mucho mas controvertida. Desde una perspectiva histórica, el hombre parece mas un animal que un ser racional. Sólo en escasas ocasiones el poder político desea realmente adecuar la economía a las necesidades de los ciudadanos.

Estas épocas de intentar “domar a la bestia”, suelen venir acompañadas de revoluciones de las masas populares que buscan el interés común, despuntando dirigentes que son capaces de expresar su voz. Pero muy poco tiempo después, el interés particular de todos aquellos que se alzaron como un conjunto, acaba imponiéndose a la voz común. Cada individuo intentando defender su propio interés acaba perjudicando a algún tercero. Para proteger su puesto en la sociedad se crean barreras de entrada del mas diverso tipo, lo que hace cada vez más rígida a la sociedad y menos motivadora para los ciudadanos que la componen.

Los discursos, antes llenos de sentido ideológico, acaban careciendo de otra intención que no sea la de beneficiar intereses de grupos de poder que a su vez benefician a sus miembros.

Es decir, en el nacimiento de la voluntad de paz y harmonía nace también la semilla del egoísmo y del miedo, pues es el miedo a perder posición o riquezas lo que hace a las sociedades alejarse de modelos de distribución de la renta coherentes, y de dinámicas esperanzadoras en que el ser humano quiere luchar y trabajar para desarrollarse como individuos.

Cambiar el modelo económico ha sido hasta el día de la fecha solo posible con la revolución de los pueblos, con la guerra, entendida esta en el mas amplio sentido de la palabra. Pero nunca ha aparecido el consenso sobre lo que es una economía humana.

La Ética es una vieja amiga de la que conocemos su buena voluntad, pero pierde autoridad a medida que se aleja de las decisiones particulares a las decisiones institucionales.

El poder se zafa con relativa facilidad de los compromisos legales e ideológicos, pues el capital anónimo normalmente es el autor de su consecución.

La vieja receta para adecuar la economía a las necesidades del hombre, sea cual sea la época nace del corazón del individuo que intenta que su entorno inmediato sea lo más humano posible.

Así vemos instituciones que paralelamente a la autoridad política y fiduciaria[1] pretenden ajustar la realidad a las necesidades de la comunidad. Surgen como agentes económicos de extrema importancia, pues son más económicos que los primeros, si entendemos por economía todo ese conjunto de medios y relaciones que permiten al individuo su evolución como seres humanos.

El ser humano no se puede definir así mismo como un ente fraccionado en claras y delimitadas facetas como habitualmente solemos hacer. No es correcto hablar del hombre como un ser económico al margen de sus relaciones personales y sus creencias. Limitar el hombre a la matemática es tanto como pesar un ramo de rosas y no atender a su morfología y aroma.

A medida que el dinero se ha ido imponiendo no solo como medio de intercambio y ahorro de riqueza, sino como entidad anónima y autónoma de la humanidad, ha desarrollado su propio lenguaje, su propia cultura y sus propias reglas del juego.

El calado de este novísimo idioma es tan profundo en nuestras sociedades que esta forma de atribuir recursos, responsabilidades y “roles” tan comercial se ha extendido a las relaciones personales y de carácter informal de los seres humanos.

La cultura se modifica a causa de la economía. Quiero recordar a Unamuno y su visión de la intrahistoria de los pueblos donde no es tan importante la sucesión de acontecimientos históricos como la vivencia que los hombres experimentan cuando ocurren y la forma en que los transforma. De igual forma, cuando hablo en este texto de cultura me refiero a la “intracultura”, entendiendo como tal, la forma en que el ser humano y la sociedad se manifiesta a causa de sus conocimientos, costumbres, tradiciones , y de los modelos de “líder” que ensalza como prototipo del sueño de sus individuos.

La vivencia personal del individuo perteneciente a una sociedad es el fruto de la economía y de sus relaciones sociales. El volumen de transacciones económicas es tan grande que está comenzando a ser la principal actividad social del individuo, y como tal tinta todas las facetas de su personalidad.

Una tercera pregunta es hasta donde será capaz de soportar el hombre una economía inhumana. Y no me refiero solo al ánimo que el juicio individual imprime en las decisiones cotidianas, sino a la capacidad de la especie para sobrevivir en una jaula que un “alien” a diseñado para nosotros.  Estamos hablando de estabilidad emocional, salud mental, aislamiento y sensación de no pertenecer al mundo en que se habita.

Tal vez, esta economía sea tan ajena al hombre que un buen día éste la abandone como quien despierta de una pesadilla.

La actual dinámica capitalista parece abocada a la autodestrucción pues su objetivo teórico no es otro que el capital anónimo posea todos los recursos del planeta, existentes y creados en el futuro. Los salarios tienden a reducirse cada vez mas, los capitales propios son cada vez mas castigados y aumenta el riesgo de su conservación, y la causa es muy simple, la competencia. Esta entidad, motor del capitalismo, es intima compañera del capital anónimo que es directamente aconsejado por la rentabilidad.

El principio de rentabilidad es la batuta que desplaza empresas a lo largo del planeta, que crea y destruye empleo, y establece una jerarquía social y organizativa al margen de la voluntad de los seres humanos.

Este principio en el individuo es relativamente importante, pues no solo valora los activos materiales, sino todos aquellos que el dinero no puede comprar y son superiores y mas eficientes que los primeros. Un mero ejemplo, el aire que respiramos es un bien libre sin el cual no podemos vivir, y las carencias emocionales son la principal causa del suicidio frente a las necesidades materiales.

Se da la paradoja que en las sociedades mas pobres, los activos inmateriales relacionados con las necesidades psicológicas de pertenencia al grupo, cariño y valoración del ser humano, son mucho mas eficientes que en las sociedades mas ricas desde un punto de vista material, y que a dia de hoy se identifican con las sociedades capitalistas.

El individuo capitalista parece no ver todos estos activos inmateriales y pretende cubrir todas sus necesidades con todo aquello que se puede comprar.

Discurso Económico y realidad económica.

Las razones por las cuales un sujeto se acerca intelectualmente a un objeto, son fundamentales para entender tanto la calidad como la veracidad de la intención del texto.

He de decir, que mi principal motivación en el desarrollo de este artículo no es otra que la simple y sencilla voluntad de conocer y entender al hombre. Para mi la economía agregada es la manifestación mas descarada e infantil del ser humano como especie. Tal vez somos capaces de decir con el devenir económico verdades del subconsciente colectivo que no somos capaces de admitir como individuos.

La realidad económica es la consecuencia de los hombres que han contribuido a su aparición y desarrollo, con todas las virtudes y defectos que los conforman. Es por tanto, un fiel espejo de nuestra naturaleza, un registro para aquellos que sepan leer entre líneas de nuestro avance como especie.

Las barreras al desarrollo de un pensamiento económico nuevo

La primera de ellas es el rigor universitario.  Y espero que no se asusten. Mi experiencia me dice que el desarrollo de textos universitarios en torno a la economía van más encaminados a obtener el beneplácito de la comunidad universitaria que ha solucionar problemas de carácter económico, lo cual es una curiosa paradoja desde el punto de vista conceptual.

Siendo la Economía una ciencia que nace de la praxis, teorizar sobre ella con ánimo descriptivo y sin voluntad alguna de transforma la realidad, es como mucho, un buen trabajo de bibliotecario, o registrador.

La comunidad universitaria, no suele ver con buenos ojos la creatividad científica en las ciencias sociales. Fomentan más la expansión de una determinada doctrina sobre la cual juzgar la realidad, que en el mero análisis y obtención de las conclusiones que obtiene el investigador de la realidad. De hecho, si la realidad no apoya las teorías de la comunidad que surge en torno a la doctrina económica, simplemente se explica como un hecho anómalo en toda una cadena de aciertos investigadores.

A lo que no estoy dispuesto a renunciar es al rigor científico, siempre y cuando sea posible, y ya sabemos los economistas la dificultad que esto entraña. Alguien dijo que la Economía es la ciencia capaz de medir el peso del humo de un cigarrillo.

Y lo cierto es que así debería ser, pero no siempre es sencillo, sobre todo cuando queremos obtener valores cuantificables de activos que no lo son.

La segunda, es el interés personal. Habitualmente, los autores de economía del montón (entre los cuales aspiro encontrarme), suelen escribir textos que los acrediten como expertos en tal o cual aspecto de la economía. Como una forma de engordar el “curriculum vitae” y tal vez mejorar su carrera profesional. Esta cadena tiene la peculiaridad de doblar el discurso en torno a lo “procedente” y lo “inadecuado”. Buscando con mimo la forma de describir los hechos para no buscarse enemigos en la medida de lo posible, y agradar los intereses de terceros que pueden beneficiar el interés particular.

Mi interés personal está a medio camino entre la aspiración espiritual y la cura psicológica, y no es otro que el analizar la realidad económica que todos vivimos desde un prisma lo más ajeno posible a los discursos habituales, como un niño que por primera vez se encuentra con un objeto y trata de describirlo con su propio lenguaje.

Si bien he sido profesor universitario en metodología cuantitativa en una Facultad de Económicas, hijo de empresarios y trabajador en distintos niveles de una empresa familiar, asalariado y voluntario desinteresado,… la experiencia en todos estos hábitos me hacen plantearme que la mayor parte de lo aprendido es inútil desde un punto de vista práctico.

La tercera es el utilitarismo.

Economía y busca de la utilidad, son conceptos parejos. Sin embargo, el para quién es esa utilidad es un presupuesto no científico, de carácter opinático y discrecional.

Por tanto habrá una doctrina económica para cada grupo de interés. Es lógico que la doctrina generalmente aceptada sea aquella propuesta por los grupos de poder con mayor capacidad de propaganda.

El economista puro, debe buscar el interés general, que en mucha ocasiones va en contra de los intereses particulares.

La cuarta, la negación de argumentar todo aquello que no sea demostrable.

La actual crisis, no es solo una crisis económica y social. Es la crisis de la lógica como uno vehículo transmisor de la verdad.

Los argumentos son múltiples, pero con ánimo de que se comprenda esta voluntad de liberación, añadiré simplemente dos incómodos argumentos.

El primero de ellos, es que todo discurso lógico nace de unos presupuestos simples, sobre los que se interpretan la realidad. Es necesario que sean simples para no inducir a error, ni confusión y han de ser susceptibles de ser rechazados si en el proceso científico se encuentran argumentos que los desechan.

Esto si bien es un proceso “honesto”, pues admite la falibilidad de estudio, de forma sibilina y hasta que no se demuestre lo contrario deja inmunes los principios a partir de los cuales se desarrolla el discurso lógico.

Este corsé del método científico limita la capacidad del investigador para analizar el todo, a la vez que le facilita el estudio de la parte.

Y en particular, en la aplicación de la metodología científica a las ciencias sociales, el corsé llega a ser asfixiante, pues el ser humano es prácticamente inabarcable como objeto de estudio por sí mismo, y es muchas veces mas esclarecedor, el estado de ánimo que se respira en el ambiente económico, que las conclusiones lógicas de complicados procesos científicos basados en presupuestos demasiado estrechos.

Daremos pues el lugar natural que le corresponde a la lógica en la cotidianidad del ser humano, es decir, el ejercicio del sentido común en base a lo demostrable y lo evidente.

La quinta, la mente colmena.

“Donde vas Vicente, donde va la gente”, dice la sabiduría popular. Esta cadena es la más fuerte y difícil de romper. El individuo se adhiere a las corrientes de pensamientos de su entorno, sin pensarlas demasiado, y especialmente en cuestiones de Política Económica.

La gente se define a sí misma en base a su profesión, el partido político al que se adscribe, el equipo de futbol, costumbres religiosas,… este maremágnum de sistemas ideológicos acaban delimitando también el campo de visión de los seres humanos.

Conviene revisar pues todos estos sistemas de ideas, e incluso ser capaces de obviarlos a la hora de revisar la realidad. Conviene revisar esos presupuestos volviendo a preguntarse que es el bien, la libertad, la igualdad, o incluso si hay otros valores que merece la pena descubrir y defender en una escala de preferencias.

 


[1] Es importante no confundir autoridad fiduciaria, con los bancos centrales con pacidad para controlar la emisión de moneda. Aquí me refiero a esta autoridad, como aquellos agentes capaces de movilizar grandes cantidades de dinero y por tanto son una fuente de creación de riqueza, pero de carácter arbitrario, pues eligen a quien y por que beneficiar.

Una nueva perspectiva de la Teoría Económica: simbiosis, depredación y necrosis económica.

simbio

En el año 1978, Buchanan‘, publica su articulo «What should Economist Do?[1]«, en el que se cuestiona la definición clásica de Economía, como aquella ciencia que estudia la asignación de un conjunto de recursos escasos para solucionar un problema en concreto o un conjunto de necesidades.

Desde esta definición, la Economía como disciplina científica no se diferenciaría de otras disciplinas de carácter técnico, como las ingenierías.

Buchanan apunta que la Economía debería parecerse más a ciencias como la Biología, que estudia los organismos tal y como se dan en la naturaleza y las relaciones que se establecen entre ellos.

Con la aparición de la informática de consumo en el Siglo XX, los activos intangibles empiezan a tener una especial importancia en la Economía Mundial, hasta el punto de que sean la principal fuente de creación de riqueza de los últimos años. Esta tendencia sigue siendo creciente y plantea un horizonte económico capaz de superar la visión malthusiana de una economía de recursos escasos.

Sin embargo, a la par, otros activos intangibles invisibles para los economistas por no medirse en términos monetarios, han pasado a ser destruidos por una concepción de la Economía que equipara el valor económico con el valor monetario.

Los economistas podemos discutir sobre la evolución monetaria del PIB, pero no podemos hablar del valor de las variables no cuantificables a día de hoy, como la confianza entre los agentes, la capacidad de proteger los intereses de terceros por un agente, el nivel de felicidad de la población, etc. por esa razón, al no contemplarse en los modelos económicos, tienden a supeditarse a otras variables que si son cuantificables en términos monetarios.

Por ejemplo, si un simbionte trabaja en una empresa ocho horas diarias por mil euros, y de pronto la empresa para aumentar sus beneficios le obliga a trabajar diez horas, en términos monetarios la empresa lograría aumentar su productividad, y el trabajador seguiría cobrando lo mismo. Pero no se tendría en cuenta la perdida de calidad de vida sufrida por el trabajador, que tendría una especial repercusión desde las perspectiva simbiótica. La calidad de vida del trabajador quedaría supeditada a un incremente relativamente bajo del beneficio empresarial, siendo dos horas una elevada proporción del tiempo libre del trabajador que ya no puede utilizar en su desarrollo personal.

La ética es una de las variables fundamentales para el buen funcionamiento de una sociedad. Un hombre que actúa conforme a la ética tomará decisiones responsables que tendrán en cuenta las consecuencias sobre terceros. Esto supone una enorme capacidad de protección de las personas y sus activos.

La visión neoliberal del «homo economicus» que actúa única y exclusivamente para satisfacer sus necesidades y maximizar su función de utilidad, es también un elemento que pueda llegar a ser extremadamente dañino para la comunidad económica en que se desenvuelve.

Amartya Sen, Premio Nobel del año de 1998, critica precisamente esta concepción del hombre económico como un psicópata social que no tiene en cuenta su entorno, y redefine el concepto de «desarrollo» como algo más que desarrollo de la economía monetaria. Una de sus grandes aportaciones es el IDH (Índice de Desarrollo Humano), en el que no solo se contempla la esperanza de vida de los habitantes de un país, sino la calidad de esta vida, el nivel cultural, etc…

La Teoría Económica empieza a anticipar un cambio de paradigma sobre como se realizan y como se deben realizar las actividades de carácter económico, que empiezan a contemplar relaciones que hasta ahora no se consideraban económicas por no poder medirse en dinero.

Desde el punto de vista de la Economía Simbiótica es más importante conocer como se desarrollan las relaciones que la cuantía de los recursos que se ven involucrados en el proceso. Los agentes se denominan en general como simbiontes, lo que significa, que son sujetos capaces de relacionarse con su entorno obteniendo beneficios y sufriendo perdidas dependiendo del tipo de relación que establezcan.

Las relaciones económicas toman una nueva denominación a partir de las características de las relacionesrespecto al juicio de valor de la partida y la contrapartida. Así́ tenemos:

tigre

1. Relaciones de Depredación.

Relaciones del tipo ganar-perder, dónde el depredador obtiene su beneficio a costa de saquear a otro simbionte. La relación de depredación económica por antonomasia las representan las empresas capitalistas porque desarrollan su actividad en un entorno competitivo en el que el objetivo último es alcanzar el monopolio, esto es, eliminar a los competidores y acaparar el mercado. En cualquier ecosistema hay depredadores y tienen su sitio en el ecosistema económico porque eliminan a aquellos simbiontes ineficientes. No podemos por tanto tacharlas de simbiontes destructores de valor, siempre y cuando, no interfieran en otro tipo de relaciones que beneficien de forma más eficiente al conjunto global de los simbiontes de un sistema económico.

simbio

2. Relaciones Simbióticas.

Relaciones del tipo ganar-ganar, donde los simbiontes establecen relaciones mutuamente satisfactorias sin que se produzca un perjuicio para uno de ellos. La relación económica típica, es la cooperación económica, donde la acción de ambos agentes hace que cada uno de ellos logre sus propios fines. Por ejemplo, las empresas estatales que cubren servicios públicos se nutren de los impuestos de los ciudadanos a lo que da un servicio pretendiendo únicamente cobrar el mínimo necesario para realizar su actividad, prestar el servicio y garantizar su viabilidad económica.

En nuestro mundo actual, los depredadores y los simbiontes entran en conflicto todos los días, porque el peor competidor para un depredador es el simbionte que siempre prestara el servicio a un menor precio. No es de extrañar que los defensores del liberalismo preconicen la necesidad de erradicar las empresas publicas alegando su falta de competitividad. En este juicio de la eficiencia empresarial, el único prisma, es el valor monetario del beneficio y de los costes empresariales.

El segundo ejemplo, más peligroso aun para los depredadores son las ONG’s y aquellas organizaciones que buscan prestar un servicio sin buscar una contrapartida monetaria. Este tipo de organizaciones son cada vez más importantes en nuestra sociedad gobernada por el espíritu de la búsqueda del máximo beneficio, porque son capaces de solucionar problemas que desde esta perspectiva monetaria no tendrían solución ya que afectan a millones de seres humanos a lo largo de todo el planeta.

La encíclica de Bendicto XVI, «Caritas in Veritate» denuncia que este tipo de actividades altruistas en muchas ocasiones están reprimidas desde los propios gobiernos que exigen requisitos a las organizaciones con vocación cooperativa que no exigen a las empresas privadas. Desde esta perspectiva, los gobiernos protegen a los depredadores frente a los cooperadores. En el caso español, una empresa capitalista no tiene que justificar haber realizado los pagos a sus proveedores para cobrar sus facturas, sin embargo una ONG para cobrar la subvención, tienes que estar al día de todos los pagos a la Administración y haber pagado todas las facturas que recaen sobre la actividad subvencionada.

El hombre es un ser multidimensional desde la perspectiva de la Economía Simbiótica, pudiendo establecer multitud de relaciones con su entorno económico y con el resto de simbiontes.

La pregunta que debe hacerse el autor de la Política Económica de un país es qué tipo de relaciones pretende fomentar y si prefiere defender a determinados simbiontes, frente al conjunto de agentes del sistema.

La relación que existe entre los trabajadores y al empresa en la que trabajan es «a priori» una relación de carácter simbiótico, esto es, la empresa debe defender los intereses de los trabajadores, y los trabajadores los intereses de la empresas. Sin embargo, nuestra sociedad está tan sumamente pervertida por la profusión de las relaciones de carácter depredador que en la mayor parte de los casos, sobre todo en el caso de empresas de capital anónimo, ambos simbiontes se comportan como depredadores intentando obtener el máximo beneficio a costa del prejuicio del otro.

Los gestores de la empresa deberían intentar aumentar sus ingresos y sus expectativas de crecimiento para beneficiar los ingresos y las expectativas de sus trabajadores. Reducir plantilla, bajar o contener salarios, como medida para aumentar la diferencia entre costes e ingresos empresariales es un error desde el punto de vista de la Economía Simbiótica. Tanto trabajadores como empresarios deberían ser creativos y perfeccionar la relación que mantienen de carácter simbiótico.

Es importante resaltar que fomentar y proteger las relaciones depredadoras hace que estas aumenten de forma exponencial.

Si dos simbiontes fueran a un PVD (país en vías de desarrollo) donde el primero montara una empresas de hamburguesas y el segundo llevara comida de forma gratuita, el primero tendría muy pocas posibilidades de llevar adelante su negocio con éxito. Intentaría, por tanto, eliminar a su competidor.

Si solo existiera el vendedor de hamburguesas, los potenciales consumidores sin recursos para pagar estas se vería obligados a desarrollar relaciones de depredación con terceros para poder comprar las hamburguesas, y por tanto, las relaciones de depredación generan otras de forma exponencial.

El arbitro del ecosistema económico debe ser consciente de esta dinámica y proteger a todos los agentes cooperadores cuando entran en conflicto con agentes depredadores. Las relaciones de depredación, cuyos resultados se miden en dinero siempre tienen costes, cosa no ocurre con las relaciones de carácter simbiótico.

Médicos sin fronteras cuando prestan servicios obtienen inmediatamente la satisfacción de ver como su ayuda llega al lugar donde es necesaria. Una empresa que cobrara un precio por estos servicios debería pagar un coste a ese mismo medico. La relación cooperativa es mucho más rica, pues nunca se está midiendo el coste de lo entregado y siempre hay posibilidades de dar más si se puede y es necesario.

3. Relaciones necróticas

Aquellas donde ambos simbiontes pierden. Las empresas capitalistas en épocas de crisis pueden mantener relaciones de carácter necrótico, por que se ven obligadas a reducir los precios y en ocasiones por debajo del precio de coste para mantenerse en el mercado, e incluso, para mermar la competencia. Sin embargo, los cooperadores nunca entrarían en este tipo de relaciones, pues no prestar su servicio no les eliminaría de la escena económica. Podrían esperara contar con los recursos para seguir desempeñando su actividad más adelante. La relación necrótica económica por excelencia son el negocio de las drogas y de la prostitución, donde tanto el cliente como el proveedor se hacen daño a sí mismos.

4. Relaciones comensalitas.

Cuando un simbionte genera beneficios para terceros por el mero hecho de realizar la actividad que le reporta beneficios así́ mismo. Uno casos más interesantes es el de Idea, que cuando decide montar una nueva filial, genera un transito de consumidores que beneficia a otras empresas que no tienen ese poder de convocatoria. Aquí́ entrarían también las organizaciones de voluntariado que buscando el beneficio del hombre, que es su propio objetivo, logran que los comensales (los receptores del voluntariado) se beneficien.

5. Relaciones amensalistas.

Cuando un simbionte al ejercer su actividad impide que otros simbiontes las desarrollen. El monopolio económico responde a esta forma de relación, y destruye todas las relaciones de otro tipo que pudieran surgir. Estas son las relaciones que un sistema deberían evitar a toda costa. Los oligopolios actuales, también intentan forzar este tipo de relaciones con su entorno para eliminar la competencia emergente.

Todo sistema económico necesita que las relaciones descritas anteriormente mantengan un equilibrio en cada momento y a lo largo del tiempo, que permita el crecimiento económico sostenible. Si las relaciones comensalitas se apalancan los agentes beneficiados pueden olvidar la creación de valor. Si el parasitismo o la necrosis superan a la simbiosis, el sistema está avocado a la destrucción, y su mera existencia ya supone una reducción del crecimiento posible.

La búsqueda del monopolio por parte del depredador será nociva cuando alcance el poder suficiente como para conseguirlo, pues siempre intentará eliminara todos aquellos que pongan en peligro su estatus con el mercado. Pensar que el Estado es capaz de controlar a estas organizaciones a día de hoy parece bastante improbable, pues la elección de los partidos políticos está íntimamente relacionada con su financiación. La única herramienta con la que podría contar una sociedad es con la integridad de sus individuos que ocupan puestos de responsabilidad en este tipo de organizaciones, y esta integridad está sustentada por una formación.

Si la educación sigue persiguiendo la especialización a ultranza para el desempeño de profesiones puntuales, y no se persigue un objetivo más humanista de formación de un hombre multidimensional, que no solo debe conocer la técnica, sino tal vez más la ética para proteger a su ecosistema económico, las perdidas en el conjunto de la sociedad llegarán a ser catastróficas.

Si todos perseguimos nuestro propio beneficio, sin pretender beneficiar a los demás, incluso intentando robarles sus recursos, el volumen global de los destruido superará a la suma de los beneficios individuales.

A finales del S. XX hemos empezado a ser conscientes de la necesidad de proteger nuestro ecosistema natural, y ahora debemos aprender a proteger nuestro ecosistema económico.



[1] «James M. Buchanan, What should Economist Do? (Indianapolis: Liberty press, 1979.